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A 40 años del plebiscito de 1980: la grieta por donde entró la luz

El 30 de noviembre de 1980, el gobierno cívico militar sufrió una memorable cachetada cuando el 56% de los uruguayos rechazó su reforma constitucional
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21 de noviembre de 2020 a las 05:04

Por Gonzalo Charquero y Martín Tocar

Habían sido nueve largos inviernos sin ir a las urnas. Siete de ellos en la máxima oscuridad de la dictadura. Pero hay una grieta en todo y por algún lado entra la luz. Leonard Cohen aún no había escrito esos versos el 30 de noviembre de 1980, cuando los militares uruguayos fueron derrotados a fuerza de votos, y comenzó la lenta pero inevitable apertura hacia la democracia. 

En pocos días se cumplen 40 años de la histórica jornada en la que el pueblo uruguayo le dijo no a la reforma constitucional promovida por la dictadura; en la que 56% de la población aprovechó el resquicio abierto por los mandos castrenses para darle una memorable bofetada a un régimen confiado en demasía y embebido en su propio relato. 

Como resume Marcel Lhermitte en su reciente libro La victoria contra el miedo (Túnel), ese domingo ocurrió “la paradoja de ejercer uno de los mayores derechos democráticos pero en plena dictadura”. Y también la primera derrota electoral conocida de una dictadura en las urnas.

En un país adicto a las metáforas futboleras, hay quienes lo describen como el “Maracaná de los plebiscitos” y hasta hoy nadie puede tener del todo claro cómo sucedió lo que sucedió. ¿Por qué los militares se arriesgaron a una votación? ¿Cómo el pueblo resistió la híper desbalanceada publicidad en favor del Sí? ¿Cómo no hubo fraude en el conteo? ¿Por qué se respetó el resultado?

En las redacciones de los periódicos internacionales costaba dar con una explicación. En Barcelona, por ejemplo, el reconocido periodista Miguel Ángel Bastenier tuvo que recurrir a un joven profesor de historia uruguayo exiliado en España para encontrar alguna respuesta. “Ven para aquí inmediatamente. Me tienes que explicar cómo es eso de que las dictaduras pierden plebiscitos. Es el mundo del revés y yo ya no entiendo nada”, le dijo el entonces secretario de redacción de Mundo Diario a Lincoln Maiztegui Casas, que tampoco pudo esbozar un argumento contundente.

El nobel colombiano Gabriel García Márquez, en una columna para El País de España escrita una semana después de la votación en Uruguay, trajo a colación una célebre caricatura publicada en 1969 en ocasión de la derrota de un plebiscito impulsado por Charles de Gaulle. En ella aparecía el general Francisco Franco, quien le explicaba con sorna por qué había perdido: “Eso te pasa por preguntón”. 

“Lo que más intriga de este descalabro imprevisto es por qué tenían que preguntar nada en un momento en que parecían dueños de todo su poder, con la Prensa comprada, los partidos políticos prohibidos, la actividad universitaria y sindical suprimida y con media oposición en la cárcel o asesinada por ellos mismos, y nada menos que la quinta parte de la población nacional dispersa por medio mundo (...) No hay menos de veinte especulaciones distintas, y es natural que algunas de ellas sean factores reales. Pero hay una que corre el riesgo de parecer simplista, y que a lo mejor es la más próxima de la verdad: los gorilas uruguayos –al igual que el general Franco y al contrario del general De Gaulle– terminaron por creerse su propio cuento”, escribió García Márquez.

“Es la trampa del poder absoluto. Absortos en su propio perfume, los gorilas uruguayos debieron pensar que la parálisis del terror era la paz, que los editoriales de la prensa vendida eran la voz del pueblo y, por consiguiente, la voz de Dios, que las declaraciones públicas que ellos mismos hacían eran la verdad revelada, y que todo eso, reunido y amarrado con un lazo de seda, era de veras la democracia. Lo único que les faltaba entonces, por supuesto, era la consagración popular, y para conseguirla se metieron como mansos conejos en la trampa diabólica del sistema electoral uruguayo”, agregó.

Según el colombiano, parte de la explicación residía en que ni los militares pudieron “escapar de una manera de ser del país y de un modo de ser de los uruguayos, que tal vez no se parezcan a los de ningún otro país de América Latina”. 

Luis Alberto Lacalle Herrera, por entonces ferviente partidario del No y diez años después presidente de la República, también diría algo similar. El líder herrerista opina que “los militares sufrieron un engaño”, que “fueron enredados por sus asesores civiles” e hicieron una “muy mala lectura de la realidad”. 

Sobre por qué se respetó el resultado, Lacalle asegura que sobre los militares “operó el peso de la cultura nacional, que hace de la urna el sustento de toda legitimidad”. Otros autores, como Oscar Bruscera, señalan que el fraude estuvo en los planes de los jerarcas de la dictadura, pero que la amplia victoria del No hizo “inaplicable” ese camino. 

En diálogo con El Observador, el colorado Luis Hierro López –que por entonces era redactor responsable del semanario Opinar y años después se convertiría en vicepresidente de Jorge Batlle–, señaló que el gobierno de facto tuvo una “acumulación” de errores, de conducción y políticos, que llevaron al triunfo del No.  

En su libro El pueblo dijo no, Hierro escribió que “las Fuerzas Armadas se dejaron llevar por la sensación de que el pueblo les acompañaría sin hesitar”. “Los generales estaban convencidos que ganaría el Sí con el interior. Enredados en un discurso soberbio y en una fenomenal campaña publicitaria, no advirtieron que su ataque antipolítico y su invocación antimarxista empezaban a ser argumentos que caían al vacío y que eran rebatidos, con eficacia indudables, por portavoces de la talla de Eduardo Corso o Eduardo Pons Etcheverry, hacendados y conservadores”, argumentó.

“El proyecto constitucional era horroroso, pero eso no debería llevar a la conclusión de que las Fuerzas Armadas no querían salir. Querían salir a su manera, con una transición ordenada. Si hubieran querido permanecer en el poder no habrían convocado a plebiscito o, directamente, no hubieran respetado el veredicto de las urnas”, agregó Hierro en su libro.

Enrique Tarigo, una de las figuras de la campaña por el No y participante del emblemático debate en televisión contra el régimen a días de la elección –junto al blanco Eduardo Pons Etcheverry–, declararía años más tarde que la dictadura perdió porque para los uruguayos “la democracia no es el chantilly del postre”. 

Más allá de las discusiones jurídicas, de las posiciones de unos y otros, el llamado a las urnas de 1980 demostró ser, después de todo, un plebiscito entre el autoritarismo imperante y la esperanza de mayor libertad. 

Así lo resume el historiador nacionalista Daniel Corbo: “El No emanado de las urnas fue un doble repudio: a la sustancia de la gestión del gobierno de facto y a los órganos y procedimientos impuestos para desarrollarla. Fue también la expresión de un anhelo de restablecimiento de la convivencia democrática".

Los antecedentes

La puesta en marcha de una reforma constitucional formaba parte de un plan político esbozado por las Fuerzas Conjuntas particularmente desde agosto de 1977, a partir de una reunión en Santa Teresa, según relata Diego Achard en La transición en Uruguay (1992). 

Tras la destitución de Juan María Bordaberry, en junio de 1976, los jerarcas militares suspendieron los comicios de noviembre y luego fijaron un cronograma para reformar la carta magna en 1980 y llamar a elecciones en 1981, con candidato único y bajo la tutela militar.  

“El gobierno se permite exhortar a la ciudadanía a incrementar su contribución para afianzar la reconstrucción nacional, de tal forma que la restauración institucional en proceso pueda materializarse, a efectos de asegurar un futuro promisorio del destino nacional, preservándolo de la subversión y de las prácticas políticas ya superadas”, afirmaba un documento oficial de agosto del 77. 

Con viento en la camiseta primero y luego alentados por la aplastante victoria del chileno Augusto Pinochet en el plebiscito del 11 de setiembre de 1980, la dictadura presidida por el civil Aparicio Méndez llegaba confiada de una victoria que los legitimara más allá del poder de las armas y la represión. 

Pero en el camino, y pese a la cerrazón y la falta de libertad de expresión que imperaba en el país, el proceso del plebiscito abrió hendijas que fueron aprovechadas por los partidos políticos, cuyos líderes estaban casi todos proscriptos, para salir al campo. 

Los colorados Jorge Batlle, Julio María Sanguinetti, Enrique Tarigo, Amílcar Vasconcellos, y los nacionalistas Luis Alberto Lacalle, Carlos Julio Pereyra, Gonzalo Aguirre, Fernando Oliú, Pons Echeverry, fueron algunos de los protagonistas de esa primera apertura. Desde el exilio, Wilson Ferreira Aldunate alentaba la resistencia al régimen a través de cassettes y cartas. En el Frente Amplio, por su parte, los principales cuadros estaban presos, exiliados o proscriptos, por lo que la fuerza política estaba prácticamente desmantelada.

Si bien los partidos apoyaban mayoritariamente el No, también hubo figuras que se pronunciaron a favor de la reforma, como el expresidente colorado Jorge Pacheco Areco y el nacionalista Alberto Gallinal Heber, junto a parte del herrerismo aguerrondista. Entre sus argumentos manejaban que el “Sí” suponía un paso tangible hacia una restauración de la democracia. Algunos señalan también que ambos se veían como posibles candidatos para conducir el país en las nuevas condiciones. 

Hasta los propios impulsores del “No” reconocen que esa opción no daba ninguna certeza a futuro, y que por momentos temieron que nada cambiara tras la sorprendente victoria. “Uno de los argumentos de mucha gente que votó de buena fe el Sí, era decir que se estaba ante un primer paso que permitía salir de la arbitrariedad total, a un régimen más o menos regulado institucionalmente. Nos decían que el No era quedarnos en la nada. Por eso cuando se produjo ese silencio total en los días posteriores, que parecía que no había una alternativa, todos empezamos a dudar, a pensar si no había estado mal decirles que no de plano”, reconoció Tarigo en una entrevista concedida a La República en el año 2000. De todos modos, agregó que finalmente se convencieron de que “no era así” y que los militares “iban a tener que buscar el diálogo y el entendimiento”, como finalmente ocurrió. 

El 15 de octubre de 1980, el Partido Nacional difundió un documento de cinco puntos en los que se instaba a votar por el No y se echaba por tierra los argumentos de que la otra opción al menos suponía un cambio. “Aunque continuara la situación actual, siempre es mejor que tal situación sea obra de la fuerza, como hasta ahora, y no consentida por el pueblo, como ocurriría si en el plebiscito ganara el Sí. Entonces sí las Fuerzas Armadas se afianzarían definitivamente en el poder”, subrayaba el texto.

El colorado Julio María Sanguinetti publicó el 14 de noviembre el en El Día una columna a favor del No. Allí señalaba que el proyecto suponía “un serio retroceso en la tradición del país” y que incluso “desmejoraba” la “situación de facto vigente”.

“El proyecto consagra el predominio desbordante del Poder Ejecutivo sobre los otros poderes. Ese Poder Ejecutivo hipertrofiado no se ejercerá por el presidente electo por el pueblo sino efectivamente por las Fuerzas Armadas”, escribió.

La propaganda y un debate crucial

La campaña del Sí –reforzada en el último mes porque recién entonces se publicó el texto completo de la reforma– tuvo como centro la publicidad oficial, así como los constantes discursos públicos de comandantes de las Fuerzas Armadas y otros altos mandos militares.

Con la Dirección Nacional de Relaciones Públicas (Dinarp) como organismo difusor del estado -y encargado de la censura- la propaganda del Sí tuvo gran despliegue, y reprodujo un discurso fundacional, la apuesta por la tradición y negación de lo político, según describe Corbo en El plebiscito de 1980 (2005). Ese nivel de exposición y difusión contrastó con la retaceada actividad de los promotores del No.

La campaña por el No, de menor expansión que la apabullante propaganda oficial, estuvo centrada en reuniones, repartidas de volantes, pintadas y pegatinas. Hubo columnas en medios de prensa como Opinar y El Día, y al Partido Colorado y al Partido Nacional le permitieron dos actos de cierre. El de los blancos, que fue en el Cine Cordón e incluyó cánticos al exiliado líder Wilson Ferreira, terminó en una trifulca con detenciones. “Terminó con policías a caballo en el hall del teatro repartiendo golpes, sableando al público que podía encontrar ahí”,  dijo Carlos Julio Pereyra en el libro que recorre su vida a través de una entrevista que le hizo el intendente electo de Rocha, Alejo Umpiérrez. “Se interrumpió el tránsito y la calle se llenó de vehículos y de gente. Entonces tuvieron que mandar militares a caballo y repartieron gente y se llevaron un conjunto de personas”, agregó.

Además de la resistencia organizada y el caudillismo amparado en nuevos líderes ante otros que estaban proscritos, hubo militantes de a pie o ciudadanos silenciosos que pusieron sus votos en las urnas.

Los promotores de la reforma realizaron varios afiches propagandísticos bajo la consigna “Digale Si al Uruguay”. Lhermitte resume algunas de las publicidades en su libro. “El terrorismo, la subversión, la muerte a mansalva, el miedo, la inseguridad, el caos en la calle… Todo el horror y sufrimiento que hoy padecen otros países lo hemos tenido aquí en el que hacer frente a las nuevas modalidades de guerra subversiva. ¿Quiere volver a todo esto?”, se preguntaba uno de los anuncios. “Nuestra gente quiere vivir en paz, trabajar en paz”, decía otro de los gráficos. El jingle, en tanto, decía: “Sí por mi país, sí por Uruguay, sí por el progreso y sí por la paz. Sí por el futuro, vamos a gozar. Sí por la grandeza. Sí de mi Uruguay”. 

La campaña argumentaba que la reforma habilitaría al nuevo presidente a gobernar con el apoyo de un Poder Legislativo “capaz de sacar adelante las leyes que necesita el Uruguay” y "una apuesta a favor de los partidos políticos".

La gran carta de presentación de los partidarios del No se reservó para el 14 de noviembre, en uno de los tres debates públicos permitidos por el régimen. Bajo una nube de humo, y en una instancia que quedaría en la historia, el colorado Enrique Tarigo y el nacionalista Eduardo Pons Etcheverry dieron un paseo retórico a los representantes del gobierno cívico militar: el coronel y exministro del Interior, Néstor Bolentini y el abogado Enrique Viana Reyes.

Con una audiencia extraordinaria, miles de uruguayos celebraron como goles cada una de las respuestas –irónicas, inteligentes, corajudas– de los representantes de los partidos políticos, que por primera vez le decían a cara descubierta a los integrantes del gobierno de facto lo que muchos habían esperado años por escuchar. 

Cuando terminó la transmisión, Tarigo fue abordado por un escolta de Bolentini, que lo agarró fuertemente del brazo. El colorado pensó que lo iban a arrestar, pero en cambio se llevó un significativo elogio. “No se preocupe doctor que le dieron el pesto”, dijo el seguridad. “Si el tira de Bolentini era partidario nuestro, habíamos ganado”, dijo Tarigo años después a La República.

Para muchos analistas, lo que ocurrió en los estudios de Canal 4 terminó por despejar los miedos e inclinó definitivamente la balanza a favor del No. 

Días después, el festejo fue mesurado y en reserva. Una contención de algarabía. Aparicio Méndez dijo que en todo caso había “perdido el pueblo”. La contundente victoria del No había dejado claro que la historia oscura tenía un fin. El cómo aún daría para un largo debate cuyos efectos se arrastran hasta nuestros días. 

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