El edificio sigue deshabitado y en reconstrucción.

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A un año de la explosión de Villa Biarritz: insomnio de algunas víctimas, estrés postraumático y las dudas de volver o no

A 365 días de la explosión en un edificio de Villa Biárritz, la Fiscalía aún investiga si hubo negligencia y los sobrevivientes se preguntan si podría haberse prevenido
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21 de julio de 2023 a las 10:38

Quince minutos después de las nueve de la mañana, el viernes 22 de julio de 2022, una explosión arruinó un edificio de Villa Biarritz, sacudió a las viviendas circundantes, mató a dos personas e hirió a otras 11. Un año después, las ondas expansivas —simbólicas, emocionales y legales— no cesaron. La Fiscalía aún investiga si hubo negligencia de la compañía proveedora de gas, los apartamentos —deshabitados— siguen en reconstrucción, los curiosos sacan fotos desde el parque que da nombre a la zona, algunos viejos copropietarios se niegan a pasar siquiera por la puerta del lugar de la tragedia, y los sobrevivientes repiten —se repiten— la misma pregunta: ¿qué garantiza que en Uruguay esto no vuelva a suceder?

En el preciso instante en que al menos cuatro detonaciones prorrumpieron en el apartamento 301 de la construcción ubicada en Leyenda Patria 2976, en el sureste de Montevideo, Juan —los nombres de las víctimas son ficticios para preservar su identidad—  acababa de llegar de hacer unos mandados. En el trayecto en el ascensor —a la ida y a la vuelta— no sintió ningún olor extraño. Tampoco el día antes, ni la hora antes o los instantes antes.

Ni siquiera lo sintió la esposa de Federico, quien estaba junto a su bebé cuando se desmoronó el techo a sus costados, mientras su esposo había salido a dar una vuelta con los hijos más grandes. Ni los vecinos de más abajo, ni de más arriba.

El informe de los Bomberos —ese que hizo se archivara la causa penal a 40 días del inicio de la investigación y que por reclamo de las víctimas volvió a reexaminarse— indicó que ocurrió “un hecho accidental relacionado con la fuga de gas natural a causa de la desconexión de la manguera que conectaba la válvula de paso con el anafe”.

El gas natural, esa mezcla combustible de gases de hidrocarburos, no tiene color, forma ni olor. Cuentan que los antiguos mineros colocaban pequeñas aves para que, en el caso de un escape, el animal de menor capacidad respiratoria muriese antes que ellos y de esa manera advertirles de la fuga. Pero en los tiempos más modernos, y sobre todo desde que existe la vida en ciudad, las compañías que suministran el servicio están obligadas a incorporar un olor característico que es la única señal de alerta que previene a los pobladores.

¿Cómo es posible entonces que ninguna de las ocho víctimas que están en juicio hayan sentido el olor? ¿Será que justo ese día no se había agregado el aditivo suficiente? ¿Un año después las cañerías de gas de Montevideo qué cantidad de olor tienen? ¿Se han tomado medidas preventivas desde la explosión? ¿Por qué ante un cortocircuito eléctrico salta la llave general y ante el exceso de gas no hay un corte automático? ¿Pudo haberse prevenido la tragedia del viernes 22 de julio de 2022? Estas son las preguntas que investiga la fiscal Silvia Pérez y, sobre todo, las que se hacen las víctimas un año después.

Las víctimas, según la doctrina penal, son los fallecidos o lesionados. Son “esas personas que estaban ahí en los apartamentos, que durmieron ahí, que el día anterior estuvieron ahí, que entre las siete y las nueve de la mañana salieron, entraron, desayunaron, recibieron gente, y que —a no menos de dos minutos por ser exagerada— no sintieron olor a gas. ¿Por qué?  Si pasó eso puede volver a pasar”, explica la abogada de las víctimas, quien “agradece” que un año después la causa judicial siga abierta y no se haya cerrado “casi sin investigación”.

La falta de respuestas —sobre todo la incógnita de qué cambió, si es que cambió, un años después— hace que Juan, que estaba en su domicilio en el momento de la explosión y vio volar los vidrios y las puertas, insista: “Nos sentimos desprotegidos, estamos contratando un servicio público que es importante, que sin duda es fundamental para la vida cotidiana, que es explosivo, que se prende fuego y que no existe la debida protección”.

En el edificio Caicobé —el nombre guaraní de esta construcción de la década de 1960— habían sido inspeccionados los ascensores, se habían limpiado los tanques de agua, renovado la línea eléctrica. Pero, ¿qué controles extra se le hace al suministro de gas?, se pregunta Juan, quien busca respuestas no solo para entender lo que le sucedió, sino, sobre todo, para que “esto no le pase a nadie más… nunca”.

Más preguntas

En “un mes y medio o dos” es probable que se habilite la (re)ocupación de los apartamentos más altos, esos que sufrieron menos daños en su estructura. Pero, ¿los sobrevivientes querrán volver?

Un año después, Federico no lo sabe. Su esposa, a quien una foto la inmortalizó como la joven que se asomaba al balcón entre los escombros sosteniendo en brazos a su bebé, todavía llora cuando rememora la tragedia.

—Mi señora fue la más afectada, así que respetamos lo que ella vaya sintiendo. No sabemos si vamos a volver (al apartamento). Estamos en una transición. Nos fuimos con la ropa puesta, Se destrozó todo. Hicimos mucho foco en cuidar que los niños chiquitos percibieran lo menos posible, al menos los primeros meses. Lo que nos alienta a volver es tratar de ser parte, y que la estructura (edilicia) está muy fortificada.

La demora en la reconstrucción da cuenta de esos intentos porque las vigas y pilares den más seguridad de la que, de por sí, tenía el edificio. Su estructura soportó una explosión que causó un sismo mayor a dos puntos en la escala internacional. Siguió en pie.

Federico ha estado con noches de insomnio y días de tratamiento con una técnica para el shock traumático. Este tiempo en que la Tierra dio una vuelta entera alrededor del Sol, sus días han sido una montaña rusa de emociones: primero el agradecimiento de que sus hijos y su esposa estuvieran a salvo, las gracias a los médicos, el seguro que a la hora los estaba orientando “con calidez humana”, a los vecinos, a los suyos. Luego las dudas de qué había ocurrido: “¿Fue un misil? ¿Una bomba?”, se preguntaba. Las ganas de reconstruir todo cuanto antes. Más tarde el despojo, el no querer saber. La angustia de perder el hogar…

La Real Academia Española usa seis definiciones de la palabra “hogar”. Porque el sinónimo de casa o domicilio es solo una parte de la comprensión de un término que Federico empezó a entender a medida que iba rescatando del apartamento cada juguete sobreviviente de sus hijos. “No es lo material, sino lo que simboliza”.

Para las hijas de Carla y Antonia ese símbolo tiene casi medio siglo, es la casa de la infancia, las cenas de Navidad, los almuerzos familiares de los domingos… su hogar. Es la imagen que la más grande de esas hijas veía desde la ventana de su casa, del otro lado del parque, aquel día de la explosión. Esa sensación que le “parece que fue ayer” y no se le borra:

—Esa sensación de vivir la explosión, de correr esa cuadra y media a ver el edificio que vivimos toda la vida destruido y que parecía que no quedaba nadie ahí. Saber que mis padres estaban ahí adentro y no saber si estaban vivos.

Esa sensación que vuelve con cada ruido fuerte, con las dudas de saber si su papá va a poder volver a su casa “de toda la vida”, esa sensación inexplicable de que “uno está indefenso cuando lo roban, imaginate cuando estás desayunando y el edificio se te viene encima”.

Juan reconoce que, al lado de otras historias, la suya es más liviana. Tal vez por eso, o por su temple, está convencido de volver. ¿Pero cómo se va a sentir en ese edificio? Esa pregunta lo llena de dudas.

—Tuve que esperar unos tres meses para poder reconstruir en mi cabeza, en mi cuerpo, la sensación del momento, de la explosión, de no entender qué era lo que me tiraba el cuerpo para adelante. Mi señora, psicóloga, me decía que cada vez que iba al edificio a buscar un par de cosas, volvía con un estado de ánimo muy alterado. Poder contar con una devolución de seguridades es importante, es sentir que se curó una parte.

Un año después de una de las explosiones más trágicas de la historia reciente de Uruguay, su vecino, Federico tiene una certeza entre tantas preguntas: “Queremos que no haya sido en vano y (tras la tragedia) se vea mejora. Es medio ridículo que el servicio más peligroso sea el que menos controles tiene”.

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