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A un año de la muerte de Chávez: entre Mussolini y Perón

Cómo el estilo y la forma de hacer política del "líder supremo" cambió la historia de Venezuela y de América Latina. Con una retórica de leyendas logró tranformar el pasado en presente
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06 de marzo de 2014 a las 15:40

Tres días después de su muerte, el 8 de marzo de 2013, el féretro del expresidente Hugo Chávez recorría las calles de Caracas ante el llanto desconsolado de las familias más pobres de Venezuela, que no podían creer que el comandante supremo bolivariano hubiese sido derrotado por un cáncer contra el que había luchado por casi dos años. Durante siete horas, más de dos millones de venezolanos desplegaron carteles, portaron fotos del líder bolivariano y gorras chavistas y depositaron flores en el ataúd del comandante, en una atmósfera roja y de llantos de desgarro.

Hacía seis meses, no más, esa misma multitud había visto a su presidente con la verborragia y el histrionismo de siempre, saltando y cantando en cuanto acto callejero de sus filas hubo a lo largo y ancho de Venezuela. Hoy, a la distancia es fácil imaginar el esfuerzo sobrehumano que debió realizar Chávez para retener con éxito el poder, aunque insuficiente para volver a trabajar en el Palacio de Miraflores como en los tres períodos de gobierno anteriores.

La enfermedad y muerte de Chávez fueron episodios trágicos de la Venezuela contemporánea, que bien pudieron ser parte del mundo mágico y surrealista de Macondo.

El final del comandante fue de algún modo una síntesis de la vida política del bolivariano, signada por amores y odios, una lógica política de la sinrazón, lo que coadyuvó a crear una atmósfera social de permanente crispación.

Las plegarias y el soponcio de buena parte del pueblo tuvo como contracara el júbilo de los sectores más pudientes del barrio La Floresta del este de Caracas, en unas colinas arboladas donde se concentra el parti pris antichavista.

Un llanero contra el diablo
Hugo Chávez nació en Sabaneta, el 28 de julio de 1954, en el estado Barinas, la tierra del diplomático Alberto Arvelo Torrealba, un célebre poeta conocido por sus versos en el que un llanero se bate a duelo de canto con el diablo, como muchas veces se sentía el comandante bolivariano. Sabaneta -un territorio legendario por las batallas por la independencia de la corona española- es un pueblo de gente trabajadora, aunque lejos de las penurias y de hambre que describe el relato chavista. Su abuela Rosa Inés, la “mamita”, se hizo cargo de criarlo a él y a su hermano Adán.

A los 21 años Chávez se recibió de licenciado en Ciencias y Artes Militares y desde muy temprano creyó en un papel revolucionario de las Fuerzas Armadas y una simpatía por los movimientos guerrilleros de izquierda (fue fundador del insignificante Ejército de Liberación del Pueblo de Venezuela). A los 23 años no ocultaba su admiración por el Che y la revolución cubana.

Chávez abrazó la carrera militar con una cabeza de revolucionario de izquierda y en un contexto en que las Fuerzas Armadas eran un ascenso para los sectores pobres. Una vez, el “Líder Supremo” declaró: “Cuando me vestí por primera vez de azul ya me sentía soldado (…) un fusil, un polígono, el orden cerrado, las marchas, los trotes mañaneros, el estudio de las ciencias militares (….) el patio. Bolívar al fondo (…). Me sentí como pez en el agua”.

Ya en la década del ’80 empezó a identificarse con los reclamos de los movimientos insurgentes de la izquierda. Su relato revolucionario incluyó al Che y Fidel Castro, pero también a los generales Omar Torrijos (Panamá) y Juan Velasco Alvarado (Perú).

El líder bolivariano necesitaba alimentar sus sueños con leyendas e historias para transformar el pasado en presente.

La brújula histórica de Chávez constaba de tres personajes cardinales: Pedro “Maisanta” Pérez Delgado, un caudillo de su tierra Barinas que enfrentó a la dictadura de Juan Vicente Gómez; Ezequiel Zamora, un caudillo del estilo de Emiliano Zapata; y Simón Bolívar.

La parafernalia chavista se alimentó de esos personajes históricos de su tierra, combinado al pensamiento castrista. Y esas raíces explican buena parte de su construcción mesiánica del poder.

Un liderazgo mesiánico
Chávez fue un típico caudillo populista que, aunque se vestía con un ropaje de izquierda, se movía al ritmo del general argentino Juan Domingo Perón y el fascista italiano Benito Mussolini.

Un personaje siniestro y pintoresco. Invocaba con el mismo ahínco a Marx que a Jesucristo, y se caracterizaba por una gestualidad exacerbada de un típico caudillo latinoamericano.

Proyectaba tener el poder absoluto y vitalicio gracias a una reforma constitucional, apoyada por el pueblo, que lo habilitaba a la reelección indefinida.

La gestión autoritaria del “Líder Supremo” respondía a una lógica de amigo-enemigo.

“Yo, el supremo”, distribuía a su antojo petrodólares entre las familias más pobres y entre los gobiernos amigos de América Latina.

Esa actitud intolerante es lo que explica su persecución a los líderes políticos de la oposición, que instalara un régimen de miedo y que clausurara medios de comunicación que no podía controlar.

El “Líder Supremo” creó un culto a su personalidad y su estilo de gobierno incluía discutir y aprobar decisiones de su administración por la TV y conducir un programa dominical en directo de siete u ocho horas de duración.

Los planes sociales que le dieron fama, fueron en los hechos una gran bolsa electoral para el chavismo y, en algunos casos, con dudoso resultado. Hubo misiones de médicos y de educadores, programas de alfabetización al estilo cubano y abastecimiento de alimentos básicos. Sus críticos lo acusaron de realizar “acciones clientelares, populistas, misiones compra votos”.

Aunque la oposición considera que los planes sociales chavistas han sido más que nada “derechos simbólicos” para los sectores desfavorecidos, el gobierno bolivariano redujo la pobreza de casi 50% a algo más del 20% y organismos internacionales como la Cepal reconocen que es el país de la región con más gasto social respecto a su actividad económica.

En un país con fuertes ingresos por un commodity como el petróleo, la política es circular: todo empieza y termina en el precio de barril de petróleo. Y durante los tiempos del gobernante Chávez, el precio del crudo pasó de US$ 15 a más de US$ 100 el barril, con lo cual había un fondo profundo para distribuir ingresos.

Y por esa misma figura geométrica, es que cuando el Estado pierde ingresos, porque, por ejemplo, baja el valor del petróleo, el reparto sin ton ni son hace estragos en la economía.

Chávez desatendió el andamiaje institucional y creyó en el pecado histórico de que el Estado puede y debe intervenir en toda la vida económica. Con la caída que hubo en el precio del petróleo quedaron al desnudo los malos indicadores macroeconómicos y la falta de inversión privada ante la crisis de confianza por parte del sector empresarial.

Venezuela empieza a derrumbarse. La economía está dominada por un pobre crecimiento económico (un poco más de uno por ciento en 2013); una inflación galopante (más de 55% anual), y un déficit fiscal alto (8,5% del PIB). Y hoy los venezolanos sufren de los altos precios de los medicamentos, alimentos y otros productos básicos y con un presidente sin liderazgo para enderezar el rumbo del barco.

Pero como bien dicen Laura Tillman y Nick Miroff, de The Washington Post, es muy difícil que Maduro llegue a buen puerto, pues se tropieza al caminar con “los zapatos grandes” de Chávez.

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