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Artigas, el oriental argentino

La tesis de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es aventurada e imposible de probar, pero no es ni ofensiva ni disparatada
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28 de junio de 2013 a las 21:10

Artigas quiso ser argentino y no lo dejamos, ¡carajo!” –dijo con énfasis tal vez excesivo la presidenta de la República Argentina, Cristina Fernández de Kirchner en Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos. Semejantes términos despertaron de inmediato reacciones hostiles en Uruguay, que abarcaron desde el sistema político a sectores de la academia; para no hablar de quienes, en Twitter y en otras redes sociales, se creen con derecho a decir cualquier barrabasada sin conocimientos mínimos que lo fundamenten. A modo de ejemplo, vean lo que escribió una tal Daniela Citanovich, a la que respetamos la ortografía: “¿Que le está pasando a esta mujer, por favor hermanos argentinos (porque el pueblo no es cristina) habran los ojos y si la siguen votando ponganle un bosal, y despues critican al pepe porque dice nabo…”. De acuerdo con ella está una Sandra Forneiro, quien apunta: “Cuando dijo ‘yo ya no tengo patria’ fue porque Rivera lo traicionó y mató a todos los indios (…) Artigas quería la unión de toda América Latina como Simón Bolívar a eso se refería cuando hablaba de la ‘patria grande’ es lo que hoy quieren hacer los gobiernos de izquierda de América Latina”.

Probablemente estas dos chicas son muy jóvenes, y repiten lo que algún parlero a la violeta les dijo por ahí; habría que empezar por convencerlas de que para opinar sobre algún tema hay que haber leído un poco (además de saber escribir, lo que desde luego no es el caso); solo en segundo término sería bueno que aprendieran que Artigas nunca empleó la expresión “patria grande”, que Rivera no mató a todos los indios, y que algunos de “los gobiernos de izquierda” son, precisamente, los que provocaron que tímidos intentos de integración, como el Mercosur, hayan fracasado.

Tampoco quien estas páginas firma está de acuerdo con la señora Fernández de Kirchner; pero sin duda por razones bien diversas a las que, en general, se están manejando. Analicemos algunas:

-Hay en las palabras de la mandataria una bienvenida autocrítica

-Artigas sí fue, incluso contra su propia voluntad, el fundador de la nacionalidad oriental

-Es evidente que el jefe de los orientales se sintió siempre parte de una misma nación con los miembros de las demás provincias, y jamás soñó con separar la Banda Oriental

“Artigas no quería ser argentino: quería Provincias Unidas del Río de la Plata que es algo muy distinto. La señora tendría que leer las Instrucciones del Año XIII” (Pedro Bordaberry, senador y candidato presidencial del Partido Colorado).

“No señora, con todo respeto pero firme: Artigas es el jefe de los Orientales, pensó una Patria Grande, no en ser argentino” (Luis A. Lacalle Pou, diputado y candidato presidencial del Partido Nacional).

“¿Cinismo o ignorancia?” (Alfredo Solari, senador del Partido Colorado).

“Los argentinos nunca admitieron nuestra Independencia desde Artigas hasta nuestros días. Esa actitud es la que genera problemas hoy en día” (senador Luis Alberto Heber, presidente del Directorio del Partido Nacional).

“¡Basta de zonceras con Uruguay! ¿Sabe que San Martín era uruguayo?” (diputado Jaime Trobo, del Partido Nacional).

Tema sensible
El tema es delicado, pues roza de manera directa el muy sensible diferendo sobre la separación de Uruguay del tronco virreinal que fuera común; y genera reacciones cargadas de chauvinismo. Abordarlo con seriedad exige, por lo tanto, más que otras veces, liberarse de prejuicios y tomar distancia de los sentimientos primarios, lo que no es fácil.

Pero vamos a intentarlo: en mi muy modesta opinión, la señora de Kirchner se equivoca por varias razones: primera, porque no es verdad que a Artigas “no lo dejaron” ser argentino; de alguna forma, lo fue toda su vida y murió siéndolo. Segunda, porque atribuye la independencia de Uruguay, hecho complejo si los hay, a un único factor: el rechazo de los diputados orientales por parte de la Asamblea General de 1813. Y ello implica una simplificación con la que no puede seriamente concordarse.

Más allá de toda polémica, hay un aspecto central en el que los orientales tenemos que estar agradecidos a la presidenta de Argentina: es la primera persona en la historia que, desde ese alto cargo, realiza una autocrítica de la injustificada exclusión de los representantes de la Provincia Oriental en la Asamblea de 1813. Y aquel exabrupto, consecuencia de la estrecha mentalidad centralista que por entonces predominaba en dicha institución, fue un factor de mucho peso en los problemas posteriores del federalismo artiguista con los gobiernos de las Provincias Unidas. No habrá sido la causa central de la escisión de 1828, pero sin duda contribuyó a la misma.

Los hechos
En el mes de mayo de 1810, con la metrópoli española ocupada por Napoleón, se constituyó en Buenos Aires la primera junta de gobierno autónoma del Río de la Plata, lo que ya apuntaba a la independencia. El 22 de mayo, un Congreso General de “la parte más sana del vecindario” reunido en Buenos Aires decidió:

1) Cesa en el mando el virrey don Baltasar Hidalgo de Cisneros.
2) El poder recae transitoriamente en el Cabildo de Buenos Aires, emanación directa de la soberanía popular de la ciudad.
3) El Cabildo debe nombrar inmediatamente una junta provisoria de gobierno.
4) Dicha junta ejercerá el mando con el compromiso de convocar, a la brevedad posible, un congreso de diputados de todas las provincias del virreinato, a efectos de tomar resoluciones definitivas sobre el futuro político de estos territorios.

Se aplicaba, de esta forma, la clásica tesis de la retroversión de la soberanía al pueblo en caso de acefalía; preso el rey Fernando VII de Napoleón, los criollos se decidían por fin a hacerse cargo de sus propios destinos.

Por supuesto, Buenos Aires no podía decidir por sí sola lo que le correspondía resolver a la totalidad de las provincias que constituían el virreinato del Río de la Plata; por ello, la convocatoria de un congreso o asamblea provincial que aceptara o rechazara lo resuelto hasta entonces, era imprescindible. La reunión de este organismo pasó por dos frustraciones hasta que, por fin, se formalizó en Buenos Aires (la “hermana mayor” del ya exvirreinato, al decir de Juan José Passo) el 31 de enero de 1813. Se la suponía depositaria de la legitimidad política, al menos hasta la restitución en sus funciones del monarca español, aunque en el ánimo de la mayoría predominaba ya idea de independizarse.

A la Banda Oriental (aún no provincia), le correspondía enviar sus delegados; y para ello convocó José Artigas, militar al servicio de la Junta de Mayo (para obedecer a la cual había desertado de su jerarquía de capitán de blandengues), el congreso provincial de Tres Cruces, en abril de 1813. Artigas lo abrió con un célebre discurso (la Oración Inaugural) que contiene una no menos famosa definición de su carácter democrático: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”.

Pero el planteamiento del caudillo fue insólitamente audaz: lejos de dar como un hecho que había que elegir a los diputados, de acuerdo con un reglamento aprobado por la Asamblea de Buenos Aires, se cuestionó si, previamente, había que reconocer o no la autoridad de dicho organismo, y, en caso afirmativo, si dicho reconocimiento debía de hacerse por mera obediencia o condicionada a un pacto. Esta actitud ya implicaba una concepción federal, en la que la provincia (declarada tal en el mismo congreso) se reservaba el derecho absoluto de decidir su propio porvenir.

Por fin, se resolvió admitir la autoridad de la Asamblea condicionada a un pacto, la principal de cuyas exigencias era una respuesta, por parte del gobierno convocante (con sede en Buenos Aires), al enviado artiguista ante el mismo, don Thomas García de Zúñiga. Este, a cargo de una misión que implicaba la reivindicación del jefe de los orientales (gravemente ofendido por Manuel de Sarratea en 1812) había sido hasta ese momento ignorado. Se eligieron seis representantes (Mateo Vidal y Dámaso Antonio Larrañaga por Montevideo; Dámaso Gómez Fonseca por Maldonado; Felipe Santiago Cardozo por Canelones; Marcos Salcedo por San Juan Bautista y San José, y Francisco Bruno de Rivarola por Santo Domingo Soriano) y se les munió con un pliego de 20 Instrucciones, que debían regir su actividad en el conglomerado provincial.

El nacimiento del federalismo
Fueron estas las celebérrimas Instrucciones del año XIII, redactadas por Artigas y sus secretarios (o sea, no sometidas a la aprobación del Congreso). Constituyen el origen del gran movimiento federal que se extendería en los años inmediatos por toda Argentina y signaría de manera decisiva su evolución política.

Implicaban un completo programa independentista y federal, en el que cada provincia se reservaba el derecho de tener su propio gobierno, su propia Constitución (sobre las bases de los principios republicanos) y hasta su propia fuerza armada. Se prescribía a los diputados orientales defender la libertad religiosa “en toda su extensión imaginable” y se decía, con ánimo desafiante: “Que sea precisamente fuera de Buenos Aires” donde se coloque la capital de la nueva nación.

Ya abordando otros puntos, el Congreso de Tres Cruces eligió un gobierno económico, presidido honorariamente por Artigas, que se haría cargo de resolver los problemas internos de la flamante provincia. A cada uno de sus integrantes se le hacía firmar la siguiente declaración:

“¿Juráis que esta provincia, por derecho, debe ser un Estado libre, soberano e independiente, y que debe ser reprobada toda adhesión sujeción y obediencia al rey, reina, príncipe, emperador y gobierno español y a todo otro poder extranjero, cualquiera que sea, y que ningún príncipe extranjero, persona, prelado, Estado, potentado, tienen ni deberán tener jurisdicción alguna, superioridad, preeminencia, autoridad ni otro poder en cualquier materia civil o eclesiástica dentro de esta Provincia, excepto la autoridad y poder que es o puede ser conferida por el Congreso General de las Provincias Unidas?”.

El texto no puede ser más claro; librada a la soberanía provincial estaba todo aquello que no fuera obstáculo al reconocimiento de la autoridad del Congreso General de las Provincias Unidas. Por si hubiera alguna duda, en la Oración Inaugural, Artigas había puntualizado: “Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional; garantir las consecuencias del reconocimiento no es negar el reconocimiento”.

La Asamblea General de todas las provincias reunida en Buenos Aires resolvió rechazar a los diputados de la Banda Oriental, con el pretexto de que no habían sido elegidos de acuerdo al reglamento emitido por dicho organismo. Que se trataba de un pretexto, lo prueba el hecho de que otros representantes electos también al margen de dicho reglamento, fueron aceptados sin inconvenientes. La verdadera razón estaba en el programa federal que los orientales portaban consigo. Tanto es así, que cuando Felipe Santiago Cardozo comenzó a difundir el texto por las provincias del litoral argentino, fue puesto en hierros por la administración porteña.

Es a esta decisión, que ahondó drásticamente las distancias entre el artiguismo y los gobiernos porteños sucesivos, a la que se refirió la señora de Kirchner en su discutido discurso, cuando dijo que Artigas quiso ser argentino y “no lo dejamos”. Hay en sus palabras una bienvenida autocrítica.

Héroe de varias patrias
En definitiva, la polémica (y la ofensa) se debe a la caracterización que la presidenta de la República Argentina hizo de Artigas como alguien que quiso ser argentino y no pudo. A este punto se refieren todas las objeciones que ya se han comentado.

Dice el senador Bordaberry que “Artigas no quería ser argentino: quería Provincias Unidas del Río de la Plata que es algo muy distinto”. Formalmente, tiene razón; Argentina no estaba constituida como tal, de manera que mal podía Artigas pretender ser parte de algo que no existía. El fondo del asunto es mucho más discutible: Provincias Unidas (nombre que aún mantiene Argentina, según su texto constitucional) era la denominación que recibía el Estado que se estaba formando, y del cual Artigas se sentía parte integrante. Eso quedó claro en 1813 y en todas y cada una de las circunstancias posteriores en las que se planteó el tema de la posible escisión de algún territorio. El caudillo rechazó incluso la constitución de un Estado aparte formado por la Provincia Oriental y Entre Ríos ofertado por uno de los gobiernos porteños de turno.

El diputado y candidato presidencial Luis A. Lacalle Pou rechaza las expresiones de la señora de Kirchner con el argumento de que Artigas “es el jefe de los Orientales, pensó una Patria Grande, no en ser argentino”. Nuevamente hay que distinguir los aspectos formales de los de fondo. Esa “Patria Grande” a que se refiere el doctor Lacalle Pou, ¿era la actual Argentina más los territorios de Uruguay y Paraguay, o algo aun más extenso? Cualquiera sea la respuesta, es evidente que el jefe de los orientales (carácter que nadie niega al formidable caudillo) se sintió siempre parte de una misma nación con los miembros de las demás provincias, y jamás soñó con separar la Banda Oriental y transformarla en nación aparte. Es más: vivió dicha separación como una dolorosa tragedia personal.

“Los argentinos nunca admitieron nuestra Independencia desde Artigas hasta nuestros días” –ha señalado el senador Luis A. Heber. Y cae con ello, según nuestra óptica, en un anacronismo; pues en tiempos de Artigas no se planteó seriamente la separación nacional de Uruguay. Y si algún gobierno porteño lo hizo, tuvo en Artigas su más decidido adversario.

Por lo tanto, ni ignorancia, ni cinismo, como dice el doctor Solari, ni “zoncera” como expresa el diputado Trobo, el que, además, pretende pagar con la misma moneda al recoger la peregrina tesis de que José de San Martín era oriental. Lo que la señora Cristina Fernández de Kirchner ha señalado es su parecer de que si no se hubiera rechazado, por parte de la Asamblea General de 1813, a los diputados orientales, Uruguay no existiría hoy como país independiente. Es una tesis aventurada e imposible de probar, pero no me parece ni ofensiva para la dignidad nacional, ni disparatada. En definitiva, creo que se está haciendo una tormenta en un vaso de agua.

Artigas fue, es y seguirá siendo el jefe de los orientales. Pero es también, y sin menoscabo de ello, un caudillo decisivo para la evolución política de toda el área platense, como creador del gran movimiento federal que se extendió inicialmente por seis provincias (Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe, Córdoba y la Oriental), generó caudillos del peso y la importancia de Pancho Ramírez, Estanislao López, Facundo Quiroga, Justo José de Urquiza, Juan Manuel de Rosas o Felipe Varela, y contribuyó a generar esa gran nación que es hoy la República Argentina. ¿Debemos ofendernos, entonces, porque un mandatario de la misma afirme que Artigas quiso ser argentino? Entiendo que no; que, por el contrario, deberíamos sentirnos orgullosos. Bolívar y San Martín, entre otros, son admitidos sin problemas como héroes de varias naciones. No se ve razón valedera para que Artigas no disponga de idéntico privilegio.

El ilustre historiador compatriota Guillermo Vázquez Franco ha expresado: “Es un disparate considerar a Artigas como el fundador de la nacionalidad uruguaya. Incluso muere como argentino. Fue argentino. Luchó como argentino y murió como argentino. Le ofrecieron la separación de la Provincia Oriental, junto con Corrientes y Entre Ríos. Y lo rechazó. Cuando en Paraguay se entera de la Convención Preliminar de Paz, dijo: ‘Ya no tengo patria’. Artigas es un argentino. Pero como nos apropiamos de Carlos Gardel, nos apropiamos de Artigas”.

Coincido con entusiasmo en lo de Gardel; pero mantengo distancias con los restantes conceptos. Artigas sí fue, incluso contra su propia voluntad, el fundador de la nacionalidad oriental. De él heredamos el respeto por las instituciones, el amor a la libertad individual, el apego a la democracia y la filosofía de que, en este mundo, “naide es más que nadie”, como decían los gauchos. Aunque se trate del único caudillo del universo que no quiso el país del que es héroe indiscutido, su orientalidad no está en discusión. Tampoco, creo, lo está su argentinidad, con ese u otro nombre. Porque, anterior en el tiempo a la división de su patria en dos naciones (o en tres, si incluimos a Paraguay, donde se exilió y murió), fue, por definición, el Protector de los Pueblos Libres. De todos ellos.

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