Opinión > ANÁLISIS

Bancas, mayorías y porcentajes

Tener mucho cuidado con cálculos que más que nada son juegos
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18 de agosto de 2019 a las 05:00

Hasta hace una década, váyase a saber por qué –el enigma en boga para políticos, periodistas y muchos analistas– era si en las siguientes elecciones habría o no balotaje. Tardó en percibirse lo más relevante1: si el partido más votado lograría o no mayoría parlamentaria. Y luego surgió lo que ahora es motivo casi de juego de apuestas: cuál es el porcentaje mínimo de votos requerido para obtener mayoría parlamentaria. En realidad se simplifica algo que es más complejo: la interrogante relevante refiere específicamente a la obtención de mayoría absoluta en la Cámara de Representantes (50 bancas), porque sin mayoría en el Senado (como en la actualidad), la misma se manufactura con la integración del vicepresidente de la República.

Más allá de lo lúdico, determinar en bruto el porcentaje mínimo es imposible si no se aprecia primero un dato clave: cuál es el porcentaje del voto en blanco más el anulado. Porque en realidad lo que importa no es el porcentaje sobre el total de votantes sino el porcentaje sobre el total de votos emitidos en favor de los lemas, es decir, de votos afirmativos o –en la terminología jurídico-electoral uruguaya– de votos válidos.

¿Por qué? Porque las bancas parlamentarias se asignan en base a los votos válidos o afimativos. El método de adjudicación (el elaborado por el belga Víctor d’Hondt, con el algoritmo corregido por Máximo Halty), se basa en el juego de razones matemáticas entre los agentes electorales. En definitiva, lo que más importa no es el resultado absoluto de cada partido o agente electoral (medido en votos o en porcentajes) sino la relación de cada partido con cada uno de los otros contrincantes.

Vale la pena ver que el Frente Amplio obtuvo en 2009 el 47,96% de los votos totales y en 2014, el 47,81%. Visto así, la conclusión aparentemente obvia es que en los últimos comicios tuvo más dificultad que en la anterior para lograr la banca 50 en la cámara baja. Pero ocurre que los votos en blanco y anulado sumados fueron el 2,79% en 2009 y el 3,30% en 2014; de donde, el total de votos válidos o afirmativos sobre el total de votantes fue del 97,21% en 2009 y del 96,70% en 2014. Entonces, a menor proporción de votos válidos, se requiere menor cantidad de votos totales para alcanzar la mayoría absoluta. Presentados los datos en porcentajes sobre los votos válidos y no sobre los votos totales, el Frente Amplio obtuvo el 49,34% en 2009 y el 49,45% en 2014. Es decir, que de 2009 a 2014 ocurrió a la vez que el Frente Amplio cayese porcentualmente en relación al total de votantes y creciese  en relación al total de votos válidos, todo ello gracias al aumento de los votos en blanco y nulos.

Un dato que se maneja en las conversaciones legas es que la fragmentación partidaria (el incremento del número de partidos) es un elemento que beneficia al Frente Amplio, o con más precisión, que beneficia al más votado. Este aserto no es del todo incorrecto, pero tampoco es del todo correcto; merece ser ajustado, en varios puntos.

Uno. La fragmentación influye si algún partido obtiene un número significativo de votos pero que ello no alcance a la cobertura del último o de los últimos cocientes decrecientes (así ocurrió en la elección pasada, en que la influencia fue determinada por la falta de 4.850 votos al Partido Ecologista Radical Intransigente para alcanzar la primera banca).

Dos. Producido lo anterior, no necesariamente el efecto consiguiente es necesariamente en beneficio del primero, sino que eventualmente puede serlo en favor del segundo o del tercero.

Tres. La fragmentación puede producir que fuere más de un partido el que no cubriese el menor cociente decreciente para la primera banca o para la subsecuente, en cuyo caso el efecto beneficioso más bien puede ampliarse a más de un partido político, normalmente a los dos o a los tres primeros.

Es cierto que en cualquier método del divisor (como lo es el d’Hondt o como también lo son los dos St. Laguë) cuanto mayor es la cantidad o el porcentaje de votos para la disputa de bancas residuales, más baja es la diferencia de cociente entre una banca y otra. A la inversa, cuanto menor es la cantidad o el porcentaje de votos, más alta es esa diferencia. Basta ver que para un partido en el orden del 45%, el cociente para la banca 48 es de 0,9375; para la banca 49 es de 0,9184 y para la banca 50, de 0,900. La caída es de 0,0191 primero y de 0,0184 luego. En cambio, para un partido en el orden del 2%, para la banca 2 el cociente es de 1,0000; para la 3, es de 0,6667 y para la 4, de 0,5000; consecuentemente, cae 0,3333 primero y otro 0,1667 luego. Esto beneficia la obtención de más bancas al que presenta más votos. Pero atención, el primero no compite solo con partidos de pocos votos, sino con otros que pueden tener magnitud relevante. Vale decir, el Frente Amplio seguramente competirá con el Partido Nacional y con el Partido Colorado. Por lo tanto, es muy probable que luego de lograr una banca más, no pueda acceder rápidamente a una segunda adicional, porque antes se va a interponer el cociente de alguno de los otros dos partidos relevantes, o de ambos.

Los juegos matemáticos que se pueden hacer son infinitos. Pero para evitar alguna ilusiones que tienen más de lúdico que de probabilístico, si 4 partidos quedan en el borde de su primera o su segunda banca, sin alcanzarlas, es muy difícil que el Frente Amplio accediere a más de dos adicionales. No quedarían todas esas 4 a su disposición.

Esto que es válido para el Frente Amplio, y lo es además tanto para el Partido Nacional como para el Partido Colorado. Y si se obvian los nombres, y se altera el orden, lo que es válido para el primero, lo es tanto para el segundo como para el tercero, si presenta una magnitud relevante. l

1Ver “¿A alguien importa si hay balotaje?”, El Observador, junio 14 de 2009, en portal.factum.uy/ediciones anteriores/

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