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El buen muchacho: un repaso por todas las veces que Scorsese se metió con la mafia

Con "El irlandés", que ya se puede ver en Cinemateca y Netflix, el director neoyorquino cierra un camino de años en el que pintó la historia de EEUU a través del crimen organizado
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30 de noviembre de 2019 a las 05:03

Italia le corre en la sangre. Nace en Queens, pero cuando crece, su destino y el del resto de los Scorsese se cruza de nuevo con las raíces: se mudan a Little Italy en Manhattan, que está llena de ecos de Sicilia. En esa época a él, que todavía es chico, el asma lo tiene con la nariz pegada a la ventana; sus padres no lo dejan estar al aire libre y por eso pasa las horas en el cine. Ahí conoce a los enemigos públicos de la pantalla, a los antihéroes que protagonizan las aventuras que más entradas venden. Se fascina. Y también se fascina por lo que, de adolescente, empieza a ver en el Bronx. Su nuevo barrio es un cambalache de culturas y pandillas. Allí los “pesados” no se ocultan, caminan por la calle y echan al impetuoso Marty y a sus amigos de sus clubes nocturnos, en los que se cuelan con descaro. Todos escuchan las historias, saben lo que pasa y conviven en armoniosa paz armada. Y él, mientras, absorbe como una esponja.

Sería un error clasificar a Martin Scorsese como un director de películas de mafiosos. Eso quisieron hacer varios cuando él se manifestó en contra del monopolio de Marvel en las salas. En su cine, al contrario de lo que aduce ese ataque simplón, hay un entrecruzamiento de temáticas, géneros y devociones enorme. No hay límites para el director de 77 años, y, si de clasificar se trata, hagámoslo correctamente: ubiquémoslo en el grupo de los que cambiaron al cine y el arte en general. Los que marcaron un antes y un después.

Pero atención: también sería un error obviar su costado más gansteril. Scorsese ha cincelado su carrera con cuidado y alternancia, pero nunca olvidó las calles. Ni la herencia italoamericana. Ni los cruces de culturas. Él es el gran mensajero de los antihéroes de finales del siglo XX y principios del XXI. Al menos cuatro de sus mejores películas tienen a la mafia como eje y solo él podría haber craneado y filmado un cierre magnífico para el género como El irlandés, la película que impulsa este repaso. Porque sí, esta nota es un repaso, un mapa por las seis veces en las que el maestro abrazó el mundo criminal y lo encumbró como pocos. Porque la mafia ha estado en el cine desde hace décadas, hay películas legendarias en las que Marty nada tuvo nada que ver, pero está claro que él le tomó el pulso a las calles como nadie. En ellas contó la historia de su país. Y con el horizonte de su vida cada vez más próximo, su capacidad para meterse y nadar en esas aguas llenas de barro, cuerpos envueltos y fusiles hundidos es cada vez más impresionante. Las balas se van terminando, pero suenan cada vez mejor.

Mapa scorsesiano del crimen organizado

Calles peligrosas (1973)

No fue su primera película, claro que no, pero sí la que le dio un impulso inédito en el llamado Nuevo Hollywood y que le abrió las puertas de ahí en más. Calles peligrosas (en inglés Mean Streets) es quizá la aproximación más callejera y barrial al mundo del crimen organizado en Nueva York del director y esto sucede por varios motivos. Para empezar, el universo que retrata la película es pequeño, se cierra en dos amigos –Harvey Keitel y un jovencísimo Robert De Niro– que se vinculan con la mafia italoamericana y que tienen asipraciones diferentes: el personaje de Keitel pretende alejarse de ese mundo, mientras que Johnny Boy, que es De Niro, solo espera ingresar a ese ambiente que lo rechaza pero que a él lo obsesiona.

“Uno no lava sus pecados en la iglesia, lo hace en la calle. En casa. El resto es basura y lo sabés”, dice la frase que abre la película y que encierra ciertos tópicos que empapan a esta temprana gran obra del director: el arrepentimiento, el catolicismo –Scorsese fue criado en un hogar devoto– y la redención. Y claro, las calles. Que acá son sucias, están llenas de “barajas” y se mueven al compás de las balas y los Rolling Stones.

Buenos muchachos (1990)

Pasó mucho tiempo entre Calles peligrosas y esta nueva incursión. En el medio Scorsese se transformó en uno de los directores más importantes de su generación. Taxi Driver, Toro salvaje, El rey de la comedia,  After Hours, la polémica La última tentación de Cristo; todas consolidaron un camino que se desvió por un rato del crimen organizado –aunque a veces lo tocó tangencialmente–, pero que preparó el terreno para Buenos muchachos (Goodfellas). Hoy para muchos esta es la mejor obra del director y uno de los títulos más relevantes del cine de los últimos 30 años.

Como en la película de 1973, acá también tenemos una gran frase de apertura: “Hasta donde me puedo acordar, siempre quise ser un gánster”. Esas palabras le dan el puntapié inicial a la historia de Henry Hill, un muchacho de barrio con aspiraciones de grandeza que comienza a escalar posiciones en la mafia y se convierte en uno de los grandes capos de la organización. Sobre la superficie se ve como una especie de radiografía  glamorosa sobre el bajo mundo; subyace una feroz crítica a la corrupción y a la perdición que significa para el alma tener poder sin límites.

Casino (1995)

Scorsese no masca vidrio. Supo enseguida que con Buenos muchachos la había clavado en el ángulo. ¿Y qué hizo entonces? Se quedó en la mafia. Y se quedó con De Niro y Pesci, que tanto rédito le habían dado. Y volvió a clavarla en el ángulo, pero ahora desde otro ambiente. Cambió las calles de Brooklyn por la ciudad que, en el desierto, nunca duerme. Cambió las balas vengativas de Nueva York por las estafas en un casino de Las Vegas. Y así, con su película más larga hasta esa fecha, volvió a golpear.

Si dejamos afuera a El lobo de Wall Street, posiblemente Casino sea el título más excesivo de la carrera del director. A la vez, tiene uno de los personajes más calculadores y fríos de su filmografía. Ese es Sam “Ace” Rothstein, que maneja uno de los complejos timberos de la ciudad para la mafia italiana. Ace sabe cómo ganar, cómo robar, cómo esconder los pecados y cómo tratar a los que hacen trampa en sus salas. A su lado, en una amistad que se convierte en disputa, Nicky Santoro, un rufián despiadado intepretado por un Pesci pasado de rosca. Casino es maravillosa y de una violencia que, alumbrada por la luz dura de Las Vegas, enceguece.

Pandillas de Nueva York (2002)

Scorsese ama a Nueva York. Ama su pasado sucio y criminal, ama su presente como “capital del mundo libre” y tiene un cariño especial por su efervescente polo cultural, que no es otro que el que lo vio nacer. Pero, además, Scorsese ama que sea un polo cosmopolita, un lugar que desde el comienzo mismo de su historia fue un crisol de razas. Judíos, italianos, irlandeses, nativos, holandeses, afroamericanos; todos convergen en las calles a las que, en sus películas, les rinde pleitesía. Pandillas de Nueva York fue su homenaje a ese pasado convulsionado y diverso que fermentó la ciudad.

Fue su primera película estrenada en el siglo XXI y, por encima de todo, marcó la primera colaboración entre él y quien sería su segundo mayor socio fílmico: Leonardo DiCaprio. Quien por entonces todavía era el galán de Titanic interpreta a Amsterdam Vallon, un ladrón de poca monta que, a mediados del siglo XIX, queda envuelto en las luchas sin cuartel de las gangs del título. Su lucha está del lado irlandés, y su oponente no es otro que el asesino de su padre y mentor The Butcher Cutting, interpretado magistralmente por Daniel Day-Lewis.

Los infiltrados (2006)

Su penúltima incursión en el cine de mafiosos se aleja del glamour, de los esmóquines, de Nueva York y del capo de gustos refinados. En el Boston de Los infiltrados la traición está a la orden, las ratas se mezclan entre la policía y una figura, el mafioso Frank Costello, se impone a base de violencia, drogas y sobornos. Scorsese adaptó la película japonesa Infernal affairs y reubicó su historia en medio de la capital portuaria de Massachusetts, una zona dominada por la influencia de la mafia irlandesa.

En Los inflitrados la maduración del director es total; están todos los temas que ya había tocado previamente al abordar el género, pero también hay un interés evidente en ahondar en la psiquis humana, en los traumas y los trastornos de estas vidas al límite. En ese sentido, el desequilibrado personaje de DiCaprio es una muestra clara, y Matt Damon su exagerada oposición. Además, Jack Nicholson, que hace de Costello, quedó inmortalizado como uno de los criminales más atemorizantes y descontrolados del cine reciente. Llena de sorpresas, escenas memorables y una banda sonora de antología, esta frenética y violenta película le dio el Oscar a mejor director que durante tanto tiempo le fue esquivo y marcó una de sus mejores obras de la era reciente.

El irlandés (2019)

Y para el final, el final. El irlandés –que está en Cinemateca y en Netflix– cierra este recorrido con una nota melancólica, con la paciencia y calidad de un creador que se sabe al final de su vida y que pretende homenajear a esas historias que tanto le dieron a él y al resto. Como en Buenos muchachos –con la que tiene muchos puntos de contacto, además de sus actores principales–, Scorsese filma otra vida al servicio de la mafia de turno, pero esta vez lo hace sin grandes luces, sin ese tono encantador y seductor de algunas de sus primeras películas.

En El irlandés la mafia no tiene brillo: es dura, te pasa factura, destruye cualquier tipo de relación y te ata de por vida a compromisos que, sobre el final, tampoco importan tanto. De Niro, Pesci y Al Pacino –que debuta tardíamente en una película de Marty– brillan y les prestan su magia a tres personajes que se entrecruzan con la historia estadounidense y quedarán en el Olimpo personal del director: Frank Sheeran, Russel Bufalino y Jimmy Hoffa, respectivamente. Es densa, dolorosa, a veces cruel, también crepuscular y es una obra maestra sin discusión.

 

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