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El irlandés, una obra gigantesca que cierra el cine de gángsters de forma demoledora

Martin Scorsese firma una oda épica a la vejez, el advenimiento de la muerte y, claro, esos bandidos organizados que marcaron su cine; está en Cinemateca y desde hoy en Netflix
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27 de noviembre de 2019 a las 05:04

La propina. Martin Scorsese creó uno de los mejores planos secuencia del cine en torno a algo tan nimio como la propina. Fue en Buenos Muchachos, una película con la que inauguró la década de 1990. En ella Ray Liotta es Henry Hill, un tipo que siempre soñó con ser mafioso y que, cuando lo logra, lo disfruta. Y lo disfruta repartiendo propinas a medida que entra al club Copacabana de la mano de su cita de turno y las puertas se le abren. Sonríe, la cámara lo sigue, nosotros también lo seguimos y todo está tan bien, todo es fácil y el mundo es amable. Henry pasa por la cocina, los empleados le sonríen, entra al local, le preparan una mesa en el mejor lugar, saluda a todos, un político le manda una de las botellas más caras del todas. Y así, en unos minutos, Scorsese resume el poder de los gánsters de su cine sin derramar una mísera gota de sangre. La vendetta más sangrienta jamás podría mostrar el alcance del poder mejor que esta escena. 

Corte a negro. Año 2019. Scorsese y compañía son 29 años más viejos. Ahora la película es El irlandés, y también va de mafias y matufias. Y también tiene un plano secuencia que, a diferencia de lo que pasaba en Buenos Muchachos, abre la película. En este plano no hay guía. La cámara se mueve y se interna entre las paredes de un geriátrico. Los veteranos juegan a las cartas, duermen la siesta, miran tele o directamente no hacen nada. El camino se corta en el rostro de Robert De Niro, avejentado y en una silla de ruedas. Sabemos, porque él nos lo cuenta, que era un matón, el hombre que hacía los trabajos sucios para el capo de turno. Nos dice que tiene una historia que contar y nos prepara el terreno. Scorsese, en tanto, nos dice lo mismo; con esta referencia a aquella escena de la película de 1990, Marty nos avisa que el crepúsculo está cerca. Que esta será la última gran película de gángsters, su último testimonio sobre ese género que lo consolidó como autor y que él mismo ayudó a encumbrar. De Niro, que en la película se llama Frank Sheeran, empieza a hablar.

El Irlandés casi que no necesita demasiada presentación. Tanto se ha hablado de ella, de su creador y de lo que significa su estreno para el cine, que ahondar demasiado sería repetir cosas que hasta se publicaron en esta mismas páginas. Pero por si queda algún despistado a la vuelta, habría que puntualizar algunas cosas.

 

Para empezar, su estreno es obra y gracia de Netflix, la única compañía que quiso tirarse al agua con la película más cara de la carrera de Scorsese –costó 140 millones de dólares, una cifra que se infló por la tecnología necesaria para rejuvenecer a los actores–. En la plataforma se estrenó este miércoles. Y por esto mismo, la polémica se despertó: ¿una película de uno de los últimos maestros del cine que quedan en actividad que no podría verse en pantalla grande? Escándalo. Pero se resolvió. En Uruguay Cinemateca la estrenó el jueves pasado y seguirá en cartel varias semanas más; en el resto del mundo, la proyección fue limitada a algunas salas por país. 

Aunque siempre se le reprochan cosas a Netflix –reproches que en general tienen razón–, al bueno de Marty le hizo bien recalar allí. Por ejemplo, él mismo ha dicho que por primera vez en su carrera no le hicieron cortar minutos del metraje original. Resultado: un filme de tres horas y media que se toma su tiempo y no escatima en recursos.

Y para terminar con los preliminares, solo habría que apuntar y dejar registro de la reunión. Y cuando hablamos de la reunión, estamos diciendo que Scorsese juntó a los tres rostros más representativos del cine moderno de mafiosos –Al Pacino, De Niro y Joe Pesci– y los encolumnó detrás del guión de Steven Zaillian, el hombre que escribió para él Pandillas de Nueva York y, para Steven Spielberg, La lista de Schindler. Con el equipo –equipazo– reunido, Marty se puso a filmar.

Vejez y vendetta

El irlandés se basa en el libro de Charles Brandt I heard you paint houses (Escuché que pintás casas), publicado en 2004. De hecho, al principio y al final ese es el título que aparece en pantalla. En su libro, Brandt le hizo una larga entrevista a un viejito semi decrépito llamado Frank Sheeran que había pasado su vida vinculado a la mafia italiana como uno de sus sicarios más efectivos y apreciados. Sheeran, según él mismo, estuvo involucrado tangencialmente en el asesinato de John F. Kennedy y más de cerca en la desaparición de Jimmy Hoffa ¿Y quién era Hoffa? Un sindicalista pesado de Estados Unidos, un hombre lleno de sombras, influencias y poder que el 30 de julio de 1975 desapareció sin dejar rastros y que siempre se estimó que había jugado mal sus dados con la mafia de Pennsylvania. Hoffa, además, era el mejor amigo de Sheeran. Y para ponerles rostros: Hoffa es Pacino, Sheeran es De Niro y Russell Bufalino, uno de los jefes de la mafia, Joe Pesci.

El irlandés es muy diferente del resto de las aproximaciones scorsesianas al mundo de la gabardina y la semiautomática, y a la vez encuentra múltiples puntos de contacto. En varias entrevistas el maestro ha dicho que quiso depurar la película de cualquier tipo de exageración, que quiso mostrar ese mundo tan aséptico y descarnado como él, a sus 77 años, lo entiende. Y por eso también se hacían necesarias las tres horas y media que dura. En la película, Scorsese escarba en cada uno de los momentos que hacen a la vida de estos tres personajes, que se cruzan y entrecruzan en un juego de afinidades y traiciones permanentes que se estira al compás de muchas décadas. Los personajes envejecen, cambian su moralidad, cumplen con sus destinos y, sobre todo, sienten la vida cada vez más pesada sobre sus hombros. El irlandés es una película sobre el paso del tiempo, sobre el peso de las acciones al final de la vida, sobre qué tan importante son los acuerdos entre hombres en el final. Sobre qué cosa vale realmente la pena cuando, ya con la muerte en el horizonte, uno se pone a pasar raya.

“Todo se resume en una pregunta: ¿cómo puede uno llevar una vida buena? ¿Qué es lo que nos convierte en buenas personas? Y si hay algo que nos consume, ¿cómo nos afecta ese deseo, adicción, creencia? (…) En El irlandés todo es mucho más brutal, más directo. Frank tiene que pagar un precio y, sin darse cuenta, se va hundiendo. Todo lo que hace tiene un coste, hasta esa traición final. Eso, para mí, es una bella historia”, explica Scorsese en una entrevista con el medio español Fotogramas, y de alguna manera vuelve a resumir su película: traición, redención, fidelidad, vejez, legado, historia.

Los tres protagonistas están excelentes. Ver sus rostros jóvenes y digitales al principio rechina un poco, pero luego el efecto pasa y se comen la pantalla. Si la Academia es digna, debería haber nominaciones al Oscar para todos. De Niro es la pausa y el método, Pesci el cerebro y la crueldad contenida y Pacino el fervor y la confianza ciega. Este último, además, es el encargado de instalar las no pocas válvulas de escape cómicas que tiene el largo filme. Porque sí: es largo, la duración se siente –sobre todo en las rodillas y en el trasero–, pero aún así la historia se asienta con un ritmo parejo, contemplativo y expectante que nos dice que en cualquier momento puede estallar un taxi. No se puede, jamás, apartar la mirada de esas vidas que pasan ante nuestros ojos.

Es difícil aceptarlo, pero es probable que Scorsese no vuelva a hacer una película así de colosal nunca más. Su tono épico y crepuscular de alguna manera clausura la versión moderna del género y pauta que cualquier película venidera, cualquier título que ose retratar las vidas cruzadas del crimen organizado, será inevitablemente comparada con ella. De Niro, Pesci, Pacino y Scorsese, todos juntos en comunión, crearon una obra totémica que cierra el 2019 a pleno y a la que volveremos continuamente para descubrir nuevos mensajes, nuevas expresiones de lo que significa el final de la existencia. Porque de eso se trata esta historia: de enfrentar las últimas decisiones con la frente en alto, asumiendo errores y penas, sabiendo que la vida es una escala de grises y que siempre la partida es, en definitiva, en solitario. 

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