¿“Cómo pudo pasarme esto para terminar así”?, era lo que de manera constante se preguntaba Burt Reynolds en los meses finales de su vida. El actor estaba desesperado por dinero. Cualquier manera legal de obtenerlo era válida. Sobrevivió la posdata por la caridad de amigos fieles. Tal cual hacen muchas figuras célebres, del deporte, del espectáculo o de la política, cuando la ruina acosa terminan recurriendo a lo que se habían negado a hacer hasta ese momento, esto es, contar su vida.
A Reynolds, que por varios años seguidos fue el actor más popular del mundo, escribir su libro de memorias, But Enough About Me: A Memoir (Pero basta de mí: Memorias, 2016), le sirvió de poco, salvo para pagar algunas deudas grandes que lo acosaban. Lo cierto, aunque parezca difícil de creer, es que el actor terminó muriendo en la casi miseria total. Pudo sobrevivir gracias a la ayuda que le dio por mucho tiempo un amigo millonario, quien incluso le prestaba la casa donde pasó sus últimos días de vida. A diferencia de otras celebridades que terminan perdiendo todo en el juego, las drogas o la vida disipada, Reynolds, según afirman quienes lo conocieron fue un buen tipo, perdió su fortuna en inversiones que salieron muy mal, y que en vez de dejar ganancias le representaron pérdidas y deudas enormes.
También le costó mucho dinero el divorcio tan sonado de la actriz Loni Anderson, que representó además una fuente enorme de estrés y afectó seriamente su salud. Tal como suele pasar cuando alguien famoso muere, comienzan a conocerse cosas hasta entonces desconocidas del fallecido. En el caso de Reynolds “lo desconocido” tuvo que ver con su paupérrima situación económica, que lo llevó a vivir en una profunda depresión los días finales y que conoció detalles insólitos.
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Como por ejemplo, que el actor tuvo que rematar todas sus pertenencias, incluso objetos con valor histórico, como el auto Pontiac Trans-Am que fue utilizado en la película Smokey Bandit (Dos pícaros con suerte), y la estatuilla que le dieron en 1998 cuando ganó el Globo de Oro por el filme Boogie Nights.
Lo último que vendió fue el reloj de oro que le había regalado la actriz Sally Field, en tiempos cuando la vida era todavía la promesa de felicidad. La estrella que por tantos años fue el número uno del cine, murió la semana pasada a los 82 años, de un infarto. Tenía desde hacía mucho el corazón destrozado.
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