Eduardo Espina

Eduardo Espina

The Sótano > OPINIÓN

Cambiarle el nombre al país

Macedonia y un cambio radical
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02 de octubre de 2018 a las 05:00

En noviembre de 2007, invitado por el escritor macedonio Shaip Emërllahu, pasé unos cuantos días en su país, participando en un festival literario internacional. Entré en contacto con una realidad que me sorprendió desde la llegada misma al aeropuerto de Skopje, la capital, el cual por lo pequeño me pareció más un garaje que una terminal aérea. Me encontré con un país extraño, de gente amabilísima pero distante. Macedonia es un lugar al cual me gustaría regresar, más no sea para continuar el vano intento por conocerlo mejor. Los macedonios están muy orgullosos del país que tienen y poco hacen por disimular las grandes divisiones internas que lo caracterizan, las que en cierta manera quedaron en evidencia antes de ayer cuando se realizó una de las votaciones de mayor trascendencia de su historia.

El domingo Macedonia votó un referendo para cambiarle el nombre al pequeño país europeo, que seguramente más pronto que tarde pasará a llamarse Macedonia del Norte. Poca gente asistió a las urnas, muchísima menos de la esperada, pero quienes lo hicieron allanaron el camino para que Macedonia, con nuevo nombre, pase a formar parte de la OTAN, haciendo con esto realidad el sueño de Zoran Zaev, cuyo principal objetivo como primer ministro ha sido conseguir por todos los medios pacíficos que su país deje de ser un confín perdido de la ex Yugoslavia y pase a convertirse en protagonista de la Europa del siglo XXI. El nombre es lo de menos.

El domingo Macedonia votó un referendo para cambiarle el nombre al pequeño país europeo, que seguramente más pronto que tarde pasará a llamarse Macedonia del Norte.

Quien haya seguido las campañas a favor y en contra del cambio del nombre, de Macedonia a Macedonia del Norte, se habrá encontrado con una obra surrealista en desarrollo, por el tono de las discusiones, algunas muy similares a los diálogos en las geniales, por lo divertidas, obras de Alfred Jarry o Eugene Ionesco. Salvadas las distancias, imaginé una situación similar ocurriendo algún día en nuestro país, en el que los ciudadanos se verían obligados a votar para cambiarle el nombre a Uruguay porque, no sé, las cuatro últimas letras son iguales a las de Paraguay, dos de las cuales juntas, además, suenan a lamento igual al que emite alguien cuando lo pisan. ¡Ay! ¿Cuáles serían las opciones? ¿República Oriental a secas, por ejemplo? ¿O solo RO, lo que podría resultar interesante en el contexto mundial actual, en el que los apelativos cortos del tipo FIFA, FMI y BMW, están asociados a una imagen fácilmente reconocible en todas partes? En la modernidad, todo está sujeto a cambio, también, como lo vimos el domingo en Macedonia, el nombre de un país.

 

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