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Carmen Correa: a la vanguardia del desarrollo

Carmen Correa siempre supo que con su labor quería hacer un aporte a la sociedad. Por eso trabajó en organismos internacionales como la OEA y el BID, fue directora de Endeavor y de la Fundación Avina en Uruguay y es hoy la encargada de uno de los más recientes proyectos de la ANII
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01 de marzo de 2016 a las 05:00

Por Natalia Correa

Llegué al LATU esa mañana sin saber exactamente dónde se encontraba la ANII (Agencia Nacional de Investigación e Innovación). Empecé a pasear entre los jardines hasta que vislumbré un gran edificio rojo oscuro con las letras de la agencia pintadas en negro. Entré, pedí por Carmen en la recepción y enseguida la vi bajar con un elegante vestido amarillo que llamaba la atención. Se presentó y con una sonrisa genuina me invitó a pasar a su oficina. Se estaba reintegrando de las vacaciones y quizá por eso lucía tan descansada, alegre y relajada.

Comienza la entrevista hablando sobre sus primeros cinco años de vida en Colonia, específicamente en Los Cerros de San Juan, donde vivía con su familia porque su padre —que era ingeniero agrónomo— administraba el campo en esa localidad. A pesar de que cuando ella empezó la escuela se mudaron a Montevideo, seguían yendo al interior los fines de semana.

"Tuve una infancia muy linda, al aire libre, disfrutaba del campo y de andar a caballo. De hecho, en un momento consideré seriamente estudiar agronomía, pero como en ese entonces era una carrera más de hombres que de mujeres, me desmotivaron de que siguiera por ese rumbo", comenta sin ningún arrepentimiento y enseguida cuenta que, a diferencia de ella, su esposo Eduardo "es muy de ciudad".

A él lo conoció en el Instituto Crandon, colegio al que fue toda la vida, cuando tenía 15 años. "Estaba una generación más abajo que yo", dice como con vergüenza y se ríe. Desde los 16 años, siempre tuvo ganas de irse a estudiar a Estados Unidos; en ese entonces se presentó a una beca que no consiguió, pero la oportunidad vendría más adelante.

Puertas que se abren

Carmen integró el grupo de estudiantes que iniciaron la carrera de Negocios Internacionales en la Universidad Católica. Mientras estudiaba entró a trabajar en la Organización de los Estados Americanos (OEA) por una pasantía de verano que después se convirtió en un trabajo de dos años y medio. En este organismo hacía tareas administrativas, trabajaba directamente con el representante de la OEA en Uruguay, brindaba información de becas y colaboraba en el área financiera: "Un poco de todo, tenía 20 años", comenta.

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Mientras estaba allí, mucha gente la motivaba a que se fuera a Estados Unidos a terminar sus estudios. Se postuló para varios organismos internacionales hasta que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) le ofreció una posición en Washington. "Me fui no solo con la expectativa de trabajar sino también de estudiar. En principio iba a ser por dos o tres años y al final terminaron siendo siete".

Se fue en 1992 y "atrás de ella" se fue su novio un año después. Al poco tiempo se casaron, cuando tenían solo 25 años. "Ya llevamos más de 30 años juntos, este año cumplimos 23 años de casados", dice orgullosa. Varias veces durante toda la entrevista menciona que él fue un pilar fundamental durante toda su carrera, que le facilitó y la impulsó a alcanzar todas las metas que se fue proponiendo.

A la vida en Washington se adaptaron enseguida al ser esta una ciudad acostumbrada a recibir extranjeros; allí se encuentran las embajadas y algunos de los principales organismos internacionales como el BID, la OEA, el FMI y el Banco Mundial. Ellos vivían en Georgetown, "un barrio muy lindo que me quedaba muy cerca del trabajo. Iba siempre en bicicleta, menos en invierno porque allí nieva y hay hielo", recuerda Carmen con una sonrisa.

Trabajó en el departamento de Microempresas del BID y posteriormente en el de Planificación Estratégica y Modernización del Estado. A la vez se recibió de licenciada en Ciencias de la Administración —gracias al sistema de créditos de Estados Unidos le revalidaron la mayoría de los cursos que había hecho en Uruguay— y luego hizo un posgrado en Administración de Empresas. De a poco iba definiendo su perfil, relacionado con lo administrativo-financiero y, sobre todo, se iba dando cuenta de la importancia que tenían para ella los grandes desafíos: "Me gustaba participar en espacios donde pudiera tener voz y voto, donde sintiera que estaba aportando cosas", afirma convencida.

La experiencia de vivir y trabajar en Estados Unidos cuenta que le permitió aprender sobre diferentes culturas, ya que en el banco trabajaba con gente de todas partes del mundo, especialmente de América Latina. "Aprendí que por más que hablemos el mismo idioma muchas veces tenemos diferencias y hay que ser tolerantes, saber escuchar y tratar de entender las distintas perspectivas. A los argentinos y uruguayos, las culturas centroamericanas a veces nos tildan de atropellados. Ellos son más tranquilos, hasta en la forma de hablar, te tratan de usted, tienen otro estilo. Entonces para ellos nosotros venimos y arremetemos con las cosas, somos demasiado impulsivos, directos si se quiere". Además del intercambio cultural, Carmen valora el haber podido conocer en profundidad la realidad latinoamericana con la cual estaría siempre involucrada, de una forma u otra, en el transcurso de su carrera profesional.

Nuevos retos

Carmen trabajaba en el BID y Eduardo hacía instalaciones de fibra óptica "algo muy nuevo en Estados Unidos". Ambos estaban muy cómodos con la vida que llevaban allá y hasta tuvieron la oportunidad de comprar una propiedad. Fue ese el momento en el que se dieron cuenta de que debían decidir si asentarse para siempre en Washington o regresar a su país. La ilusión de tener hijos que se criaran junto a sus abuelos, tíos y primos fue la gran motivación que los llevó a volver en 1999, sin tener idea de lo que les depararía el futuro en Uruguay.

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Llegaron sin nada, a comenzar de cero. "Empecé a incursionar con varias consultoras, enviando currículums. Y ahí di con Francisco Ravecca, 'Pancho' Ravecca", dice anticipando la buena relación que forjó con él. Ambos se encontraban en una situación similar, recién retornados de Estados Unidos y viendo qué podían hacer en Uruguay. Francisco le propuso trabajar con él en Ravecca, Solari y Asociados, una empresa que tenía diversos proyectos: desde participación en sociedades de bolsa hasta asesoramiento a extranjeros que querían invertir en Uruguay.

Al poco tiempo surgió la oportunidad de traer DeRemate.com al país y en tres días lo lanzaron. Califica la experiencia como "demencial" pero "muy divertida" y cuenta que trabajaban de sol a sol. Al principio eran solo ellos dos, y de a poco se fue armando un equipo. Rescata el haber podido trabajar en una empresa que crecía en forma exponencial y que cada día se instalaba en un país distinto del continente. Sin embargo, no se quedaron ahí, en paralelo comenzaron a evaluar la posibilidad de traer Endeavor a Uruguay, a través de Linda Rottenberg, cofundadora de la institución en Estados Unidos y excompañera de Francisco Ravecca en Harvard. Cuando DeRemate.com cerró sus oficinas en Uruguay, se abocaron exclusivamente al proyecto de Endeavor.

Introducir un concepto

Allá por el año 2000 no se hablaba del emprendedurismo en nuestro país, lo que no quiere decir que no existieran emprendedores, como bien lo aclara Carmen. Es por esto que cuando trajeron Endeavor a Uruguay tuvieron que explicar de qué se trataba este nuevo concepto. "No existía el término, no se valoraba a la figura del emprendedor, ni el hecho de que alguien tuviera una idea. No se apreciaba al que hacía cosas, sino al que tenía credenciales", afirma sobre una realidad que ha venido cambiando en los últimos años.

Uruguay fue de las primeras oficinas que tuvo Endeavor en América Latina, luego de Argentina y Chile, y estaba liderada por Francisco Ravecca, Carmen Correa y Alberto Brause. Carmen fue la directora de operaciones hasta que, a los cuatro años, Francisco se desvinculó de la organización y ella quedó como directora ejecutiva.

En el medio tuvo tres hijos, que ahora ya tienen 13, 11 y 10 años. Le pregunto cómo logró encontrar un buen balance entre la maternidad y su carrera profesional y me contesta que el apoyo de su entorno fue fundamental; especialmente el de su marido, a quien define como "mejor madre que ella". Cuando recuerda estos años no se ve en su rostro ningún rastro de abatimiento o estrés, sino pura felicidad. "Fue una época espectacular, disfruté tanto de ser madre como de trabajar en Endeavor. Y lo pude hacer gracias a que mi marido me apoyó 100%, siempre estuvo ahí, a la par o más que yo con los chicos. Además de mi familia y mis amigas que nunca me han fallado. Tener un entorno que te apoye es clave para poder cumplir con los dos roles: el de madre y el de profesional", asegura.

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Con Endeavor le tocó viajar a distintas partes del mundo —Chile, Israel, India, Colombia, Estados Unidos, Brasil— como parte de las giras que organiza la institución para conectar a los emprendedores amateurs con otros de primer nivel y con posibles inversores. "Se trata de juntar a los emprendedores con fondos de inversión. Esto no quiere decir que vayan a invertir en su emprendimiento pero sí les permite entender qué es lo que busca un inversor al momento de invertir", expresa con total claridad.

Hoy Endeavor tiene oficinas en todo el mundo. Cada país selecciona un cierto número de emprendedores que luego pasan a formar parte de la red de emprendedores de Endeavor conformada también por mentores —profesionales con experiencia que colaboran en forma honoraria— y directores. Carmen cita como ejemplo de esa poderosa red a Gabriel Colla; un emprendedor que fue descubierto por Endeavor y que actualmente es mentor, director e inversor de la organización.

Aunque ella haya dejado la institución en 2009, hoy sigue vinculada como mentora porque es una organización que "adora" y que "lleva en el corazón". "Ahora acaban de mudarse al piso de abajo (del edificio de la ANII), así que ayer cuando volví de las vacaciones fui a visitarlos", expresa con entusiasmo. Además, integra un comité asesor del programa Más Emprendedoras de Endeavor. A propósito de esto, me cuenta orgullosa que aumentó un punto el número de mujeres emprendedoras en Uruguay. "Venimos mejorando en la tabla", afirma.

Emprendimientos sociales

"Soy de las personas que consideran que uno cumple sus ciclos en las organizaciones. Creo que las instituciones se benefician de los cambios, de darles la oportunidad a otras personas de seguir creciendo", dice explicando lo que la llevó a dejar Endeavor y empezar a trabajar en la Fundación Avina, cuya misión es apoyar el desarrollo sustentable en América Latina. Años atrás, la fundación había sido aliada de Endeavor. Así se generó el vínculo que condujo a que le ofrecieran hacerse cargo de la institución en Uruguay.

"Tuve la posibilidad de trabajar directamente con organizaciones de la sociedad civil y en temáticas bien diversas", afirma. Puntualmente lideró iniciativas en cambio climático —se creó un centro de capacitación junto con la Unesco—, reciclaje —se apoyó a cooperativas de recicladores— y energía solar. En este último tema, Avina impulsó y financió la Mesa Solar (un espacio multisectorial para la promoción de la energía solar), que derivó en la promulgación de la ley solar, a fines del 2009.

Al poco tiempo le propusieron ser, además, la responsable de la estrategia de negocios inclusivos de Avina en la región. Le pregunto qué es un negocio inclusivo y me responde: "Son todos aquellos negocios que son económicamente rentables pero a la vez social y ambientalmente responsables". Y prosigue: "Todos los negocios que de alguna manera tratan de dar un beneficio a la población más vulnerable". Cita como ejemplo a cualquier gran empresa que incorpore, dentro de su cadena de valor, microemprendimientos que sean gestionados por personas de bajos recursos. Otro ejemplo puede ser un negocio que brinde servicios básicos a poblaciones vulnerables.

"En el último año que estuve en Avina nos focalizamos mucho en negocios de impacto, que son aquellos que además involucran la tecnología para poder brindar una mejor calidad de vida. Puntualmente trabajamos con un laboratorio en Chile que utilizaba un potabilizador de agua, de muy bajo costo, para proveer agua potable a poblaciones vulnerables", cuenta acerca de esta nueva forma de emprendimiento de carácter social.

En Avina lo que se hace es tratar de impulsar estos proyectos, en algunos casos financiar los prototipos, probar que el modelo de negocio sea viable y contactarlos con empresas o fondos de inversión de impacto que buscan precisamente financiar este tipo de emprendimientos que generan algún impacto social o ambiental. "Me vinculé con una cantidad de fondos de inversión de impacto en América Latina, empecé a conocer mucho acerca de este mundo y hasta el día de hoy sigo vinculada. De hecho, soy directora de un fondo en El Salvador que se llama PymeCapital". También es directora de Sistema B (apoya emprendimientos que son económicamente rentables pero que buscan tener un impacto en la sociedad) en Uruguay y es miembro del consejo asesor de Socialab en nuestro país.

Vivir el día a día

La necesidad de viajar menos para pasar más tiempo con sus hijos fue una de las razones que la llevaron a dejar la Fundación Avina para volcarse a un nuevo proyecto de la ANII, que consiste en la creación de un fondo de capital emprendedor público-privado, donde por cada dólar que pongan los privados, el público va a aportar tres. A diferencia de los subsidios que brinda normalmente la ANII, en los que el beneficiario no tiene ni que devolver el dinero ni ceder parte de sus acciones, en este caso el privado que gestione el fondo tendrá una mínima participación accionaria en el emprendimiento.

Ya antes de empezar con este proyecto, estaba vinculada a la ANII desde el 2008, como parte de un comité honorario que evalúa los proyectos que llegan a la agencia. Esto le permitía estar al tanto de los últimos emprendimientos e innovaciones que se estaban dando en el país en el ámbito empresarial. "Me atrae conocer qué es lo que está sucediendo en el entorno, me gusta poder colaborar para tener una mejor sociedad, que es lo que deberíamos estar buscando todos".

Actualmente se encuentra en el proceso de elaboración del llamado para conseguir, precisamente, a ese privado que gestione el fondo y aporte el capital, y no sabe qué le deparará el futuro. Retomar la pintura es una de sus asignaturas pendientes, ya que confiesa que antes de tener hijos solía pintar al óleo.

Se la nota contenta de tener este nuevo desafío profesional, que se encuentra en la misma línea de lo que ha venido haciendo en el transcurso de su carrera: apoyar e impulsar a aquellas personas con iniciativa que quieren contribuir al desarrollo del país o la región. Ella dice que adora estar cerca de ellos porque tienen "una energía particular", "una actitud positiva de hacer, intentar, buscar y perseguir un sueño". La misma actitud que Carmen demuestra haber tenido siempre en la vida y que la ha llevado lejos.

Orígenes de la Fundación Avina

Avina fue creada por un empresario suizo que vio un potencial muy importante en la región, al detectar que faltaba mayor vinculación entre el empresariado y las organizaciones de la sociedad civil. Tiene su base legal en Panamá y está presente en 16 países. Nació en el año 1994 y se convirtió en uno de los grandes promotores de la RSE (Responsabilidad Social Empresarial) en América Latina. Los programas funcionan como estrategias independientes pero se tratan de vincular unos con otros.

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