OLIVIER DOULIERY / AFP

Carta a los Reyes Magos

Argentina va de mal a peor pese a sus condiciones

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22 de noviembre de 2020 a las 05:00

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Hay gobiernos que se manejan con realidades –les guste o no, como la pandemia que estamos padeciendo– y gobiernos que se manejan sobre la base de fantasías –lo que a ellos les gustaría que fuera la realidad–. A veces, pueden llevar a cabo fantasías por circunstancias económicas internacionales muy favorables. Fue lo que ocurrió en la primera década de este siglo en los países productores de commodities, que exhibieron un auge sin precedentes en los últimos 60 años y quizá en los últimos 100, dependiendo el producto. Esa bonanza inesperada fue aprovechada en forma distinta por los diversos gobiernos. En general, fueron más proclives a gastarla en el momento que a reservarla para el futuro. Optaron, en diferentes grados, por actuar más como la cigarra que como la hormiga de la fábula de La Fontaine. Y es comprensible desde una perspectiva de corto plazo que es la que predomina cada vez con más asiduidad en nuestros tiempos: desde un punto de vista político es más agradable dar que ahorrar. Del dar se beneficia el gobierno de turno, del ahorrar se beneficia el próximo gobierno o los próximos. Son pocos los países que tienen fondos de reserva donde ponen las ganancias extraordinarias. Chile con el cobre, Noruega con el petróleo. Y muy pocos más.

En general, gobernar con la fantasía es más fácil y más atractivo que gobernar con las realidades. Son muy pocos los líderes que como Winston Churchill se animan a plantear a sus ciudadanos “sangre, sudor y lágrimas”. Y aun así, aun ganando la guerra y evitando la catástrofe de la dominación nazi en Europa, perdió las elecciones inmediatas a la finalización de la guerra.

Hay otros casos excepcionales. Alemania y Japón pudieron reconstruir sus países destruidos por la guerra con esfuerzos especiales de su población y se pusieron en pie mucho más rápidamente de lo que se hubiera pensado. No se manejaron con fantasías –alguien nos va a rescatar– sino con realidades –a nosotros nos corresponde reconstruirnos–. Si bien estuvo el Plan Marshall, cuyo ayuda fue inestimable, los países receptores de la ayuda dieron buen uso de ella e incluso potenciaron sus economías más allá de lo imaginable en 1945.

Con el paso del tiempo, y la expansión del bienestar, producto del crecimiento del comercio, de la globalización y de los avances científicos, la humanidad redujo drásticamente la pobreza extrema y el nivel de vida general subió. Mejoraron el acceso a la educación, a la salud, a la vivienda. Se potenció el estado de bienestar especialmente en Europa y en menor medida en Estados Unidos. Y en los últimos 40 años, cientos de millones de personas del sudeste asiático dieron un paso enorme en su nivel de vida.

Ello ocurrió en países donde los gobiernos se manejaron con realidades: impulsaron la inversión privada, respetaron los contratos, lograron establecer una institucionalidad razonable y, al margen de las ideologías, reconocieron que como decía Deng Xiao Ping, el artífice de la apertura china, no importa si los gatos son negros o blancos mientras cacen ratones.

En este período, varios países de América Latina no pudieron seguir más que a ratos el crecimiento mundial por aferrarse a las fantasías y despreciar las realidades, que siempre son molestas.

Lo son porque implican restricciones e implican que no se puede hacer todo lo que se quiere o, mejor dicho, se puede hacer todo lo que se quiere pero no se puede evitar pagar las consecuencias. Argentina es uno de esos países que supo estar en el top 10 mundial a principios del siglo xx y hoy viene en franco deterioro, relativo y absoluto. Tiene un PIB per cápita estancado en los últimos 40 años. Y han pasado todo tipo de gobiernos y de partidos. Y lo peor es que se insiste, una y otra vez, en chocar contra las realidades.

Ahora se trata de la negociación con el FMI, que para el peronismo en general y el cristinismo en particular es como negociar con el demonio. Pueden no gustar sus condiciones o sus políticas, pero no obliga a nadie a pedirle plata. El ministro de Economía, Martín Guzmán, hace lo que puede. Pero recibe fuego amigo, como lo fue la carta que los senadores leales a CFK le enviaron al FMI –algo realmente inusual– en la que dicen cosas tales como: “acordar con el Fondo en busca de soluciones económicas de largo plazo es completamente inútil y contraproducente”; le solicitan el FMI que “se abstenga de exigir o condicionar las políticas de Argentina”; reconsiderar los intereses; período de espera hasta 2025 (cuando haya otro gobierno); y luego amortización en varias décadas de los US$ 40.000 millones que se deben.

Indudablemente una linda carta a los Reyes Magos donde un niño tiene la libertad de pedir lo que se quiera sin ninguna restricción. El reino de la fantasía. El reino de los menores de edad. La explicación de por qué Argentina está tan mal y va para peor, cuando tiene todo para codearse con los mejores de la clase.

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