GREG BAKER / AFP

Cómo la China de Xi llegó a parecerse a la Rusia zarista

El Partido Comunista de China celebra su centenario en medio de la creación de mitos y una renovada represión

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17 de junio de 2021 a las 16:10

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Jamil Anderlini

 

La primera línea de la constitución del Partido Comunista de China (PCCh) declara que es “la vanguardia de la clase trabajadora china”. El documento menciona la “revolución” ocho veces, mientras que la complementaria constitución de la República Popular la declara un “Estado socialista dirigido por la clase trabajadora y basado en una alianza de trabajadores y campesinos”.

Pero, según sus propias estadísticas y el Fondo Monetario Internacional (FMI), China es uno de los lugares más desiguales del mundo, con una desigualdad mucho peor que la de mayoría de las sociedades capitalistas. Hoy en día, apenas el 35 por ciento de los 92 millones de miembros del partido están clasificados como obreros o campesinos, menos que la proporción categorizada como burócratas, gerentes o profesionales.

En realidad, el último partido comunista gobernante de un país importante se ha transformado en un partido conservador reaccionario empeñado en preservar el poder de las élites capitalistas estatales, y en promover una distintiva forma de imperialismo etnonacionalista del siglo XIX.

Pero nada de esto podrá arruinar las festividades conforme el PCCh celebra el centenario de su fundación el próximo mes. Todos los sistemas autoritarios adaptan los hechos históricos a los imperativos políticos, pero la fundación del PCCh se destaca por su maleabilidad, incluso hasta la fecha se ha revisado. Lo mismo se aplica al papel del gran dictador Mao Zedong, un asistente provincial menor en aquel momento, pero actualmente la figura central en la historia de la creación del PCCh.

Cuestionar la exactitud de esto es cometer el crimen de “nihilismo histórico”, un crimen real desde principios de este año, cuando Beijing introdujo sentencias de cárcel para cualquiera que “insulte, calumnie o infrinja” la memoria de los héroes nacionales.

En términos simples, el siglo del PCCh se puede dividir en cuatro épocas distintas. Las tres primeras son el período revolucionario de los años veinte, treinta y cuarenta; la brutal era maoísta que siguió al establecimiento de la República Popular en 1949; y la liberalización económica y política bajo Deng Xiaoping y sus sucesores.

Xi Jinping es el primer líder chino desde la muerte de Mao en 1976 que no fue elegido por Deng, y él conscientemente se ha propuesto definir una cuarta era en el gobierno del partido. Esto implica una dramática expansión de las fuerzas armadas de China; una postura mucho más asertiva a nivel mundial; y una supresión total de la disidencia. Económicamente, Xi ha presentado una visión de autosuficiencia dominada por el Estado que un exfuncionario del Banco Mundial ha descrito como un plan económico de “tiempos de guerra”.

La comparación política más precisa es probablemente con Rusia en el siglo XIX, bajo el zar Nicolás I o Alejandro III. El “Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era” se insertó en la constitución en 2017 y, desde entonces, ha sido ensalzado sin cesar. Aunque los funcionarios del partido tienen dificultades definiendo con claridad esta nueva ideología, ella describe una política profundamente conservadora que se asemeja mucho al dogma de “ortodoxia, autocracia y nacionalidad” — también conocido como “fe, zar y patria” — de Nicolás I.

En lugar de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Xi ha enfatizado una mezcla pseudoreligiosa de marxismo, confucianismo y maoísmo achinados. Los otros dos pilares del gobierno del PCCh en la actualidad — la autocracia y el etnonacionalismo — son prácticamente idénticos a los de Nicolás I, aunque el encarcelamiento masivo y la reeducación de musulmanes uigures, y de otras minorías, son más ambiciosos que cualquier intento de los zares en tiempos de paz.

Para el PCCh de hoy, el colapso de la Unión Soviética ocupa el mismo febril lugar en la imaginación que la revolución francesa ocupó en la de los Romanov. Este miedo al colapso, a la desintegración y a la revuelta popular es quizás la fuerza más poderosa detrás del marcado giro autoritario del Partido Comunista durante la última década.

Junto con esta nueva represión, Xi ha abolido uno de los grandes secretos del éxito y de la longevidad del partido. A Deng Xiaoping apropiadamente se le ha dado crédito en el Occidente por su liberalización económica, reflejada en su creencia pragmática de que “no importa si un gato es blanco (socialista) o negro (capitalista), siempre y cuando cace ratas”. Pero igualmente importante fue su intento de resolver los antiguos problemas de sucesión y de renovación de los sistemas autoritarios.

A partir de finales de la década de 1970, Deng prohibió los cultos a la personalidad e introdujo el liderazgo colectivo; los mecanismos para la democracia dentro del partido; los límites de mandato para los principales líderes; y un proceso para la transferencia pacífica del poder entre generaciones de funcionarios.

Xi ha revertido todas estas innovaciones. Al hacerlo, bien puede que haya extendido su propio mandato, pero es probable que haya acortado la vida del partido.

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