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Laboratorio de alquimia: ¿cómo se convirtió Teatro Solís en Macondo y quiénes lo diseñaron?

El Teatro Solís fue tomado por la selva tropical en una reinterpretación contemporánea de Cien años de soledad
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15 de octubre de 2023 a las 05:00

Macondo era una aldea perdida en el sopor de una ciénaga que –según el testimonio de los gitanos– no tenía límites. Una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas. Pero ahora Macondo está en Montevideo, recostada sobre las aguas inquietas del Río de la Plata.

O, quizás, Montevideo está en el corazón de Macondo.

La selva tropical ha tomado la fachada del Teatro Solís. El canto de los pájaros se escucha entre las palmeras, los arbustos y los pajonales de la jungla proyectada sobre la explanada por el paisajista Rodrigo Carrau y los pendones pintados a mano por Gustavo Petkoff se lucen entre los espejos que sufren las columnas de la entrada. 

Un contingente de gitanos deambula intentando vender inventos que desafían la ciencia, una lee las cartas y augura alguna pasión, otro mendiga en la puerta del teatro. Un enorme bloque de hielo, tan grande como el diamante más grande del mundo, se exhibe en el centro de de la carpa.

La experiencia de Macondo es sobrecogedora, desmesurada y sensorial. Incluso antes de ingresar a la sala. Pero cuando el elenco de la Comedia Nacional irrumpe en escena junto a la música de la orquesta (compuesta por la Filarmónica de Montevideo y la Banda Sinfónica) la experiencia teatral se vuelve vertiginosa.

El escenario se extiende varios metros sobre la platea y se llena de movimiento. Aunque no era la idea original. Las directoras deseaban retirar todas las butacas de la platea como en la primera época del teatro montevideano y que allí, en ese foso céntrico, se desarrollara la obra para que los espectadores la vieran como en una experiencia envolvente desde los palcos, la tertulia, la cazuela o el paraíso. De todas formas, el espacio se expande fuera de los límites a los que nos tiene acostumbrados para que los actores lo llenen sin esfuerzo. Por este motivo también se modificó el aforo de la sala, que pasó de 850 a 550 lugares.

Las intervenciones llegan hasta los palcos, en los que se han creado pequeños apartados que imitan la escenografía del escenario como en una réplica a escala o están empapelados de páginas de libros. Desde allí, desde la butaca, es que Macondo seduce al espectador.

Los cien años de Macondo sueñan
Sueñan en el aire

Un laboratorio de alquimia

Ahora todo está en calma. Es un jueves de mañana y las decenas de tomos de Cien años de soledad se apilan sobre una mesa, los vestidos esperan en sus perchas y las mariposas amarillas ya no vuelan.

“Las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima”, pregonaba Melquíades ante el asombro de los habitantes de Macondo mucho antes de regalarle a José Arcadio Buendía un laboratorio de alquimia. Un laboratorio como el que se necesitó para la transformación de un trozo de Montevideo en una fantasía propia del realismo mágico de Gabriel García Márquez.

Todo comenzó mucho antes de que Gabriel Calderón asumiera la dirección de la Comedia Nacional con una invitación del Teatro Nacional de Croacia para hacer Cien monólogos en soledad inspirados en Cien años de soledad. Convocó a Paula Villalba y Marianella Morena para trabajar en conjunto con dos directores argentinos. "La idea era mezclar la dramaturgia de muchísimos textos que no tuvieran carácter dramático o teatral en sí mismos, sino miradas de escritores, de poesía, ensayistas, periodistas y otros de literatura pura y dura, para hacer una serie de monólogos dentro de un teatro que iba a ser como tomado por Macondo”, recuerda Villalba.

El proyecto no prosperó y Calderón le propuso a Morena y Villalba que crearan este Macondo que se está exhibiendo desde el primer día de octubre en el Teatro Solís en le marco de la temporada de clásicos.

Para lograrlo le pidieron a 40 escritores y escritoras de Hispanoamérica que se inspiraran en la obra cúlmine de la carrera de Gabo. “Sabíamos que íbamos a recibir materiales muy distintos y que iba a tener que convivir en un solo relato. No iba a ser la reconstrucción de la novela –eso lo tuvimos claro desde el primer momento– ni que iba a haber un orden cronológico. De alguna forma era un puente que se tendía con estos autores contemporáneos a partir de la resonancia enorme que ha tenido esta obra”, explica Villalba desde uno de los palcos intervenidos a semejanza del escenario principal.

En base a los textos recibidos, con la intervención de la dramaturga y guionista Esther Feldman, Macondo fue tomando forma. “Se fue armando esta especie de ópera contemporánea o de espectáculo performático, donde se suman un montón de cajas chinas de diferentes teatralidades para que eso pueda coexistir y que haya un imaginario desplegado. Un imaginario que también es muy discutido, muy consensuado, donde intervienen muchísimos artistas”.

Escritores, artistas plásticos y visuales, actores, escritores, dramaturgos, músicos, escenógrafos, vestuaristas, maquilladores, músicos, paisajistas, iluminadores, coreógrafas, técnicos. La materialidad del espectáculo está atravesada por el trabajo de 200 personas.

Villalba que también tomó la dirección de arte del espectáculo, explica que su interés estaba en traducir los conceptos de la dramaturgia en la propuesta estética.

Algunos elementos aparecieron rápidamente. Como los espejos. “Tienen que ver con la primera idea de García Márquez en la que para José Arcadio la casa tenía que ser de espejos”. Hay palcos que son de espejos, hay espejos en la fachada, hay espejos en escena que hacen exponencial el tema del poder, espejos contra espejos. “Aquella caja de feria que te lleva al infinito o aquellos espejos del Parque Rodó que te deformaban la realidad de alguna forma. Tenían que ver también con los gitanos y los inventos que iban llevando”.

O el interés de hacer convivir lo volumétrico con lo plano: "Una selva pintada al viejo estilo de los rompimientos de los teatros del siglo XIX y el volumen de la selva cuando aparecen los 29 actores con trajes de guerrilleros o de militares o de paramilitares, queda abierto a la lectura del espectador, pero que a su vez son trajes de selva".

"Todo lo que es el desborde. Esa cosa barroca que tiene por momentos y esa cosa de nada que tiene por momentos también tiene que ver con una cosa que hablábamos con Marianela de principio del fuelle. Del cero al cien. Eso dinamiza la apuesta y también lleva al espectador a replicar la experiencia de lectura: solo leyendo, juntos leyendo, imaginando lo que leímos, recordando, olvidando, un poco de ese viaje”.

Pescaditos dorados: ¿Quiénes están detrás de Macondo?

“Nosotros somos los que no aparecemos en escena”, dice riendo Eduardo Cardozo, uno de los diseñadores de la escenografía del espectáculo; que junto a Claudia Schiaffino, Gustavo Petkoff y Alejandro Roquero se embarcaron en esa "locura" de llevar la selva tropical al Teatro Solís.

Uno de los funcionarios que –al mejor estilo de Aureliano Buendía que pasaba las horas confeccionando obsesivamente pescaditos de oro en su taller– tuvieron apenas algunos meses para realizar con puntilloso detalle cada parte del artificio que genera el impacto de este Macondo.

“Cuando Paula nos convocó allá por marzo era un delirio, pero estaba bueno aceptarlo. Tuvimos miles de ideas, algunas que quedaron y la gran mayoría no, y del papel ( o del Photoshop) llegamos a esto gracias a los realizadores y a toda la gente que trabaja con nosotros”, explica.

La idea fundamental de que la escenografía fuera movible y funcional. Piezas que entran arrastradas por los actores como redes de pesca y que cuando giran tienen escenarios diferentes. A la idea de la practicidad le fueron agregando lo que imprimían tanto los ensayos, el texto y la propuesta de las directoras. “Fuimos poniéndole cosas, cosas y más cosas y se nos vino la selva encima”.

Collazo recorre cada pieza y explica al detalle cada decisión: las texturas, los colores, los movimientos. Todo fue discutido y consensuado. "Si bien los cuatro somos escenógrafos, tenemos un fuerte en algo: Claudia es arquitecta, Alejandro Roquero para los montajes y todo lo que es estructura, Petkoff para pintar estas maravillas y yo diseñando. No hubo discusiones, sino que cada uno presentaba lo que quería y lo discutíamos sanamente".

Escenografía móvil, rompimientos con selvas pintadas a mano, proyecciones audiovisuales, lluvias de telas estampadas, espejos gigantes que reflejan el poder, un contenedor de gitanos.

Se acerca al carro de fusilamiento con detenimiento. Las marcas de las balas en los ladrillos, el paredón, el suelo sobre el que caen una y otra vez los cuerpos de los actores. “Cuando entra este es cuando se ve toda la maquinaria: todo el artificio teatral está en juego”, señala. Es en ese momento que suben las pantallas, los rompimientos, se abre y se cierra la caja alemana –un perímetro de tela que fue teñida mano- que envuelve el escenario. Una coreografía.

“Parte importantísima para que esta escenografía funcione, y funcione la obra, son los compañeros de maquinaria del Teatro Solís. Durante toda la obra tienen que hacer movimientos, hay catres con mariposas, las alemanas tienen que subir y bajar en el momento que entran y salen los carros o los actores. Ellos también están actuando durante la obra”, considera.

Villalba se acerca y le comenta que hay una pequeña fuga de luz en uno de los carros que hay que corregir. La escenografía va mutando, se va modificando al detalle y adaptando desde el diseño en la interacción con los actores y las dinámicas de la escena.

“Macondo lo que tuvo fue eso: todos los días tenés algo que ver con ella. No es una escenografía que la hiciste y la entregaste y que marche”, comenta Collazo, y asegura que si bien no es la primera vez que trabaja con la Comedia Nacional, el proyecto de Macondo ha sido el más desafiante que han hecho hasta ahora. “Fue en tiempo récord”, apunta. 

La puesta en escena de Macondo también se nutre de los visuales diseñados por Renata Sienra y Miguel Grompone, que irrumpen o acompañan según lo necesite la obra. Generando climas o tomando protagonismo en conjunto con la música en vivo. 

Claudia Copetti estuvo a cargo del diseño del vestuario, junto a un equipo de colaboradores conformado por Patricia Dibello y Gastón Aro. Y la confección estuvo en manos del taller de la Comedia Nacional. 

"La idea en este diseño es exaltar al personaje en este mundo de García Márquez del realismo mágico. Es ella en su ámbito de su casa pero con toda esta explosión de magia, de texturas, de color", explica mientras señala los detalles agregados a mano en las faldas de las Úrsulas Iguarán.

En las primeras instancias en las que se juntaron con Villalba y con Morena lo primero que surgió fue el mundo de lo sensorial. "Empezamos a pensar mucho en los colores y las texturas. Y después de eso vino el mundo de las formas", recuerda la diseñadora. Es por eso que cada vestuario transmite una sensación diferente, una textura particular, como la superficie del relato del escritor colombiano.

La vestuarista explica que la intención fue centrarse en un vestuario atemporal, pero que también pudiera tener guiños que remitieran a la época en que se escribió la novela en ciertos cortes y hechuras, combinando estampados que llevaran la sensación de la selva: hojas, plumas y colores.

Rebecas verdes, Úrsulas amarillas, Amarantas violetas. “El proceso fue buscar referencias que nos llevaran a ese mundo, a la selva, y por supuesto sí con las características de cada uno”.

El personaje de Rebeca –que come tierra y cal– está vinculado al contacto con la tierra y eso se ve reflejado en el vestuario en un aplique de pequeños retazos y texturas que remiten a un pequeño mundo vegetal.

En el caso de Aureliano Buendía, su vestuario está diseñado en relación a los pescaditos de oro, las texturas en relación al hielo, lo cristalizado y lo quebradizo por una parte y su vestimenta militar, en el pasaje de las guerras que vivió y esa textura rotosa y añejada, por otra.

Copetti se acerca al ropero de Amaranta Buendía. La tela estampada, los tules y las flores artesanales se superponen. "Amaranta y su soledad está asociada a las plumas, a los pájaros, a esa soledad que termina siendo una característica tan fuerte en su personaje pero a la vez con un encanto muy especial, con cierto brillo y esa cosa como muy seductora". 

Uno de los cuadros más impactantes, tanto por su fuerza como por el despliegue del elenco, tiene que ver con una guerra. El diseño de vestuario logra un efecto particular: los 29 actores y actrices vestidos con mamelucos que de lejos parecen camuflajes militares pero al prestar atención se trata de un camuflaje selvático.

Para la creación del vestuario se necesitaron casi 200 metros de telas, que fueron estampadas por sublimación especialmente con la obra en mente. "Empezamos a trabajar los primeros días de agosto con toda la parte de bajar los bocetos de cada uno de los personajes. Después a trabajar con el taller de la Comedia, con Mariela que es la jefa de vestuario. Con lo primero que empezamos fue con los mamelucos y después se siguió por los personajes de la familia", señala Copetti. Cuando cada prenda volvía confeccionada el equipo de realización agregaba los apliques o detalles finales.

"El mundo de las texturas está en todo: los musgos, como que manejamos este mismo código de la naturaleza tomando -tal cual como cuenta García Márquez en la novela- tomando la casa y tomando también a los personajes".

“Nuestro rol es muy particular porque siempre somos los últimos en llegar y tenemos el desafío de que en poco tiempo debemos plasmar lo que se nos pasa por la cabeza y lo que conversamos con las directoras, a la propuesta que hacemos desde la iluminación para el espectáculo”, explica Martín Blanchet, quien estuvo a cargo del diseño de la iluminación de Macondo junto a Ivanna Domínguez.

La iluminación de la obra –así como la de los diferentes espacios del teatro– marca el tono de la narrativa. Desde los momentos más viscerales y oscuros hasta los más alegres y luminosos. El planteo es dinámico y termina de dar sentido a la puesta en escena de esta visión macondiana.

“Esta obra pasa por muchos ambientes. Lo que implica generar unos climas en algunos momentos muy precisos para que todo lo que trabajaron los actores con las directoras explote hacia afuera”, señala el iluminador y explica que en el proceso de creación del diseño implica participar de los ensayos pero también las conversaciones y los intercambios con los involucrados en el diseño escenográfico y de vestuario.

El diseño detrás de la obra es el testimonio de la articulación de técnicas e ideas de cientos de personas. Un desborde escénico propio del universo garciamarquiano. De una belleza difícil de explicar.

Paula Villalba lo siente hermoso y agotador, como el viaje de los Buendía través de la sierra buscando la salida al mar. “Son escalas muy grandes de trabajo y eso movió mucha cosa. Y yo creo que ese movimiento es lo que la gente siente cuando está en la butaca: que para llegar acá hubo que hacer una expedición tan grande como la que hicieron Úrsula y José Arcadio para encontrar Macondo”.

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