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Compartir el dolor económico es cuestión de igualdad, no de envidia

El resentimiento por la caída del nivel de vida está aumentando, pero no por las razones que algunos piensan

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19 de enero de 2023 a las 16:00

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Por Gillian Tett

No es un año nuevo muy "feliz" para muchos en EEUU. A medida que la inflación merma el sueldo neto, los hogares han tenido que recortar el gasto en artículos de primera necesidad, apagar la calefacción, comprar a crédito y, en algunos casos, recurrir a los bancos de alimentos o a los vales de combustible.

Naturalmente, la gente siente miedo ante el panorama. Pero para quienes han vivido crisis anteriores, los niveles actuales de ansiedad pueden resultar extraños. En una sesión de preguntas y respuestas el pasado mes de febrero, Charlie Munger, el multimillonario de 99 años y socio de Warren Buffett, lamentó que "la gente esté menos contenta con la situación que cuando las cosas eran mucho más difíciles". En épocas anteriores, él señaló, "la vida era bastante brutal y corta. No había imprenta, ni aire acondicionado, ni medicina moderna. Si querías tres hijos, tenías que tener seis, porque tres morían en la infancia. Así eran nuestros antepasados". Escritores como el psicólogo Steven Pinker y el fallecido estadístico Hans Rosling han señalado de manera similar que el nivel de vida de la mayoría de la humanidad es dramáticamente mejor hoy en día.

Está bien. Pero eso no impedirá que la gente se sienta enfadada o asustada. Una razón obvia es que lo que importa para el sentimiento económico no es si el nivel de vida es mejor que el de generaciones anteriores, sino cómo se compara con el pasado reciente. Los ciudadanos británicos de hoy puede que sepan que viven mejor que sus abuelos, por ejemplo, pero lo que les duele son las caídas recientes. La Resolution Foundation, un grupo de estudios, afirma que los hogares del Reino Unido sufrirán una pérdida equivalente a £2,100 en 2023 en comparación con el año pasado.

El otro punto clave, a menudo ignorado, es un concepto que a mí me gusta llamar el índice de dolor compartido. Vivir en un mundo en el que los choques económicos se comparten de forma más equitativa se siente muy diferente a vivir en uno en el que algunos soportan la presión y otros están protegidos por grandes reservas de riqueza. Munger, quien se encuentra firmemente ubicado en este último bando, señala que el impacto emocional de la desigualdad es profundo: "El mundo no está impulsado por la codicia. Está impulsado por la envidia. Todo el mundo piensa que alguien tiene más que ellos, y que no es justo que esa persona lo tenga y ellos no.

Es una pena que el debate económico no se centre más en este índice de dolor compartido. Sí, economistas como Thomas Piketty y Emmanuel Saez han utilizado datos para ilustrar cómo la riqueza y la desigualdad de ingresos han aumentado considerablemente en las últimas décadas. Pero la cuestión de si la gente siente que el dolor económico está siendo compartido necesita mucho más análisis. Rara vez se aborda en las encuestas de opinión, aunque es importante para nuestra política, sobre todo porque el Internet está creando niveles de transparencia antes inimaginables; porque la búsqueda del lujo está en todas partes; y porque, en muchos países, es cada vez más difícil para los jóvenes encontrar un trabajo asalariado o comprar una casa.

En mis viajes yo he descubierto que las distintas culturas varían enormemente en este sentido. En un extremo del espectro está Japón, donde viví durante la década de 1990, una de sus décadas perdidas de estancamiento. En ese entonces, la economía estaba en crisis. Pero lo sorprendente era el grado en que las normas sociales distribuían ese dolor. Cuando las grandes compañías tenían que recortar costos, por ejemplo, generalmente se les reducía el sueldo a todos los empleados, en lugar de despedir a grupos de trabajadores de menor antigüedad.

Cuando los gestores de activos sopesaban el riesgo de perder dinero con sus tenencias de bonos del gobierno japonés, a veces me decían que esas pérdidas serían tolerables porque era probable que todo el mundo sufriera recortes en el futuro. Existía un ideal de sacrificio compartido y, aunque a veces se incumplía en la práctica, ayudaba a mantener la cohesión social. Un país como EEUU, con su cultura profundamente individualista, se sitúa en el otro extremo del espectro.

El Centro de Investigación Pew recientemente señaló que aproximadamente uno de cada cuatro padres estadounidenses, y dos de cada cinco padres de raza negra, habían tenido dificultades para pagar la comida o la vivienda el año pasado. Sin embargo, cuando políticos progresistas como Elizabeth Warren piden medidas redistributivas, como impuestos más altos para los ricos, esto desata la furia de la derecha. El sacrificio compartido no es un ideal dominante. En su lugar, reina un clima de creciente resentimiento y de antagonismo político.

El Reino Unido se sitúa en el medio de este espectro de dolor compartido. El concepto de sacrificio compartido está idealizado en el discurso popular, en los recuerdos del "espíritu del Blitz" de la Segunda Guerra Mundial, y en otras situaciones. Pero el Reino Unido es también una sociedad muy desigual, y las "miserables" perspectivas para 2023, por utilizar el término citado en una encuesta de economistas realizada por el Financial Times, están empeorando esta situación. De ahí las huelgas de enfermeras, de conductores de tren, y de otros trabajadores que han sufrido recortes salariales reales debido a la inflación y a la austeridad del gobierno.

Así que, aunque a nadie le gusta hablar de dolor, y mucho menos difundirlo, tenemos que hacer lo que puede ser difícil y desagradable, pero necesario, en 2023. De lo contrario, la política será cada vez más venenosa. Y eso debería asustarnos a todos.

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