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¿Cuáles son los grandes beneficios de usar malas palabras?

Maldecir tal vez sea ofensivo, pero también puede ser catártico

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03 de noviembre de 2022 a las 16:00

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Por Pilita Clark

El Reino Unido, como sabe la mayor parte del mundo, acaba de pasar por un período enloquecido de agitación política.

Sin embargo, creo que los futuros historiadores descubrirán que el caos de tener tres primeros ministros en siete semanas también condujo al auge de una práctica inesperada que provoca una mezcla de malestar, alegría e hipocresía: maldecir en público.

En los últimos días tórridos del gobierno de Liz Truss, políticos, periodistas y otros recurrieron a decir malas palabras con cierta regularidad

Es difícil saber por qué. Tal vez la magnitud del desgobierno desató un espíritu de desenfreno verbal. Tal vez fue solo una coincidencia. De cualquier manera, probablemente fue beneficioso.

El lenguaje inapropiado puede fomentar lazos grupales, incrementar la tolerancia al dolor y aumentar la fuerza física, según una revisión de más de 100 artículos académicos sobre palabrotas que se publicó en medio de este brote de obscenidades. También alivia el estrés.

Ciertamente sentí que mis propios niveles de estrés disminuyeron cuando el Daily Mail informó sobre un “arrebato malhablado” de un periodista financiero después que el minipresupuesto del gobierno de Truss provocó un colapso del mercado. El periodista resultó ser mi colega del Financial Times, Gillian Tett, a quien no creo haber oído maldecir nunca. Cuando un presentador de noticias de televisión le preguntó qué pensaba de las afirmaciones ministeriales de que el presupuesto del gobierno no había causado el fiasco del mercado, dijo que esas palabras eran prácticamente “bollocks” (algo parecido a mierda en español).

El presentador de noticias, Krishnan Guru-Murthy, se disculpó si alguien se había sentido ofendido, pero luego dijo que había consultado las reglas y, si bien “bollocks’ era una palabra potencialmente inaceptable, era menos problemática cuando se usaba para significar “tonterías”.

El asunto me hizo preguntarme, una vez más, precisamente cuántas personas se sienten sinceramente ofendidas por palabras como éstas en la Gran Bretaña del siglo XXI, por no hablar de “maldita sea”, “infierno” y otras palabras religiosas que aparentemente todavía suscitan quejas.

Aun así, la ofensa genuina es claramente causada por lo que el nuevo artículo académico sobre palabrotas describe como “palabras en las categorías sexuales/excretoras”.

Desafortunadamente para Guru-Murthy, una de estas pasó por sus labios solo unos días después de la bomba de “bollocks”, cuando tuvo una pequeña disputa fuera de cámara con un ministro al que acababa de entrevistar.

“No fue una pregunta estúpida”, le dijo al ministro, antes de reírse para sí mismo y agregar: “Qué pen#&jo”.

El comentario nunca se transmitió, pero los empleadores de Guru-Murthy lo consideraron un error y lo sacaron del aire durante una semana.

Curiosamente, no sabemos con precisión qué le da tal poder a una palabra como esta. No hay nada especial en cómo suena o se ve. Una explicación, dice el estudio, es que estamos entrenados para recibir una sacudida visceral de tales palabras después de todo el “condicionamiento aversivo”, o castigo, que recibimos por maldecir cuando éramos niños.

No hay mucha evidencia para probar esto, pero, independientemente, Guru-Murthy no fue el único en meterse en problemas por usar una mala palabra. A la vez que Guru-Murthy estaba lidiando con las consecuencias de sus malas palabras, la BBC informó que un asesor principal de la cada vez más problemática Truss, también había sido suspendido, esta vez por una palabra en la categoría excretora.

Esto se produjo después de que un reportero del Sunday Times escribió que Truss nunca había considerado al exsecretario de Salud, Sajid Javid, para el cargo de canciller porque ella pensaba que era una “mierda”.

Extrañamente, el hombre que Truss eligió para ser el nuevo canciller, otro exsecretario de Salud, Jeremy Hunt, sin querer metió a la BBC en otro problema lingüístico en una entrevista en Today, el programa matutino insignia de la BBC.

La persona que ocupó su asiento en el estudio después de él fue la actriz Miriam Margolyes, quien declaró en la entrevista que, aunque le había deseado al canciller buena suerte, “lo que realmente quería decir era: ‘Vete a la mierda, imbécil’”.

Finalmente, pero aun más memorable para los angloparlantes, una reportera de la televisión alemana probó la validez de los hallazgos del estudio académico de que el poder catártico de decir malas palabras es casi siempre mayor cuando maldices en tu idioma materno, y no en un segundo idioma que aprendes más tarde.

Al resumir las últimas horas caóticas de Truss, Annette Dittert les dijo a sus televidentes, en alemán, que un parlamentario del gobierno estaba tan enojado que dijo: “Estoy hasta el ca#&jo y ya no me importa una mierda”. 

Un poco grosero, sí. Pero también, como suele suceder con el lenguaje inapropiado, un sentimiento absoluta y perfectamente apto. 

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