Diego Battiste

Democracia con banderas

Es necesario marcar la diferencia y defender la democracia

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21 de noviembre de 2018 a las 05:04

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El martes de la semana que viene, 27 de noviembre, gracias a la iniciativa de las juventudes políticas del Frente Amplio, del Partido Colorado, del Partido Independiente y del Partido Nacional, la democracia uruguaya recibirá un soplo vivificante. No le viene nada mal. Al contrario. Es bien sabido que nuestro sistema político no atraviesa su mejor momento. Se nota, desde muy lejos, el fastidio de la ciudadanía. Se siente el desinterés, el cansancio, el desencanto. El incremento de la corrupción como tópico, como asunto cotidiano, está haciendo sentir su efecto devastador. Tan es así, que en este país, en ésta, una de las pocas democracias plenas del mundo, asistimos sin lograr salir de nuestro asombro al desembarco político de millonarios sin militancia partidaria conocida.

 El interés por la política tocó fondo. En palabras de Ignacio Zuasnabar: “En 2017, en medio de escándalos políticos de diversa índole (particularmente el que culminó con la renuncia del vicepresidente Raúl Sendic a su cargo), el interés por la política batió todos los récords negativos: nunca antes el segmento de «mucho» interés había estado tan bajo (7 %); nunca antes la suma de «mucho» y «bastante» fue tan pequeña (23 %); nunca antes el desinterés total («nada») estuvo tan alto (42 %); y, como producto de todo lo anterior, nunca antes el saldo neto había tenido un registro tan bajo (-54 puntos). Los datos sugieren que 2017 fue el punto cúlmine de un proceso gradual de distanciamiento de los uruguayos con la política que había comenzado varios años atrás”.

El aprecio a los principales líderes de los partidos también está en el mínimo desde la restauración de la democracia en adelante. Me apoyo de nuevo en Zuasnabar y los datos de Equipos-Mori: “Desde 2015 en adelante, nuevamente los indicadores se ubican en niveles más bajos, y con tendencia decreciente. El 2017 es el tercer año consecutivo con caída del aprecio al liderazgo, que perdió once puntos en tres años. No solo eso, sino que el registro promedio de 2017 es el más bajo en veinte años del liderazgo político nacional, y de hecho, el más bajo de la historia, con excepción de 1996”. La política interesa cada vez menos. Los líderes políticos atraen cada vez menos. 

En este contexto asistimos a un proceso de renovación generacional. Se está terminando de retirar la camada de líderes políticos que dirigió la transición desde la dictadura a la democracia e impulsó la modernización económica del país. Ya murieron Wilson Ferreira, Rodney Arismendi, Líber Seregni y Jorge Batlle. Luis Alberto Lacalle, desde el ostracismo, observa cómo se baten en retirada algunos de sus más duros rivales: Danilo Astori, José Mujica y Tabaré Vázquez. Se viene instalando una nueva generación. Con trayectorias distintas, es la generación de Luis Lacalle Pou, Ernesto Talvi, Pablo Mieres y Daniel Martínez, entre tantos otros. Ellos serán algunos de los principales protagonistas del próximo gobierno. No estará Raúl Sendic. Pero habrá que agregar a Edgardo Novick. 

Es en este clima de desencanto, por un lado, de renovación generacional, por el otro, que apareció esta iniciativa, tan extraordinaria, de conmemorar los 35 años de la manifestación más grande y unitaria de la historia reciente. Lo más asombroso es que la idearon y convocaron jóvenes de cuatro partidos diferentes, que se vienen reuniendo desde hace un tiempo para buscar entendimientos que permitan fortalecer la democracia y recuperar el prestigio de los partidos. Asombra que los veinteañeros se muestren más civilizados que sus padres. Asombra, e ilusiona, en tiempos de “grieta”, verlos tomar mate juntos y discutir temas delicadísimos sin perder el respeto por las convicciones de los otros.

Eso sí, creo que en la convocatoria están cometiendo un error importante que están a tiempo de enmendar. No tiene sentido que en un acto de reafirmación democrática como el que están organizando no sean bienvenidas las banderas de los partidos. Me atrevo a pedirles que modifiquen la consigna. Debería ser exactamente al revés. Hoy, cuando cae la confianza en los partidos, hoy, más que nunca, deben convocar a levantarlas y hacerlas flamear. La democracia se construye suprimiendo las diferencias, intentando diluirlas debajo de la bandera nacional. La democracia se construye alojando las diferencias.

La democracia consiste exactamente en eso: en aceptar que existen diferencias de fondo, en reconocerlas como legítimas, y en acordar dirimirlas mediante un mecanismo pacífico, civilizado, que asegura que las mayorías decidan y, al mismo tiempo, protege a las minorías. La democracia no es unanimidad. Democracia es respeto al otro. Suprimir las banderas de los partidos lo único que hace es convalidar el discurso que los desprestigia. La democracia la construyeron los partidos compitiendo y cooperando entre sí. La democracia uruguaya persistirá con los partidos. O pedecerá con ellos. 

La democracia consiste exactamente en eso: en aceptar que existen diferencias de fondo, en reconocerlas como legítimas, y en acordar dirimirlas mediante un mecanismo pacífico, civilizado, que asegura que las mayorías decidan y, al mismo tiempo, protege a las minorías.

El contexto cambió. Hace 35 años tenía sentido convocar a ir al acto sin banderas. Había partidos prohibidos. Llevar las banderas el martes que viene es la mejor manera de marcar esa enorme diferencia entre la tiranía y la libertad. Hace 35 años no se podía expresar libremente las preferencias políticas. Hoy sí se puede. Hace 35 años, pese a la consigna de los organizadores y la prohibición del régimen, los militantes llevaron sus banderas. Tomaron riesgos, pero hicieron lo correcto. Defendieron los partidos en un contexto adverso. Hoy el contexto es adverso por razones muy distintas. Pero la reacción debe ser la misma. 

 

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