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9 de marzo 2024 - 5:03hs

Cuando Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno coinciden en una región cercana del cielo, lo que sucede cada tantas décadas, los astrónomos dicen que “se alinearon los planetas”. Este 2024 ocurre para la política global un evento casi astronómico: se alinearon las elecciones. Casi 100 países —en los que habita más de la mitad de la población mundial— están convocados a las urnas. Y los cientistas políticos dicen que este llamado “súper año electoral” es una prueba de fuego para la marcha de la democracia.

Los comicios uruguayos son una pincelada más en un calendario electoral mundial que se inició el 13 de enero, con las presidenciales de Taiwán, y a priori cerrará en Ghana el 7 de diciembre (falta definir en qué fecha de ese mes votará Argelia). Entremedio sufragarán en India (el país que destronó a China como el más poblado del mundo), se elegirá el parlamento europeo (a juzgar por las encuestas de opinión pública con una posible votación histórica de la derecha), y los estadounidenses determinarán su nuevo presidente (con el impacto que ello genera en occidente).

“Cada tanto algunos políticos latinos repiten, en tono de broma, que las elecciones en los Estados Unidos definen cosas tan importantes para el mundo y a veces tienen efectos tan devastadores que los ciudadanos de todo el mundo deberían tener derecho de votar en las elecciones de ese Estados Unidos”, recordó el politólogo Rafael Piñeiro, de la Universidad Católica del Uruguay.

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Pero en este súper año electoral, explicó este cientista político y sus colegas consultados, hay algo en juego más potente que cualquier broma: ¿cuán dañada está la democracia?

“Sin elecciones libres y justas no hay democracia. Las elecciones son, entonces, condición necesaria para la democracia. Pero no son condición suficiente”, explicó la politóloga María Fernanda Boidi, quien advirtió que  en los últimos años hubo procesos de retroceso o deterioro democrático, muy bien documentados por el proyecto V-Dem, que muestran que se deteriora la democracia a pesar de haber elecciones limpias y justas”.

Sin irse lejos del barrio, en las Américas el apoyo a la democracia cayó más de diez puntos porcentuales en una década y todavía no se recuperó. Tampoco lo hizo la satisfacción con la democracia: solo cuatro de cada diez habitantes de la región están satisfechos con la marcha de esta forma de organización social y política. Así lo deja en claro el Barómetro de las Américas que Boidi coordina.

En este sentido, Piñeiro explicó que es previsible que los déficit de funcionamiento de la democracia queden más expuestos en este súper año electoral: la polarización emocional, los nuevos populismos, y los autoritarismos competitivos (eso regímenes en los que hay elecciones libres, donde quienes ostentan el poder puede ser desplazados, pero donde el campo de juego está demasiado inclinado a favor del gobierno de turno).

La vuelta a las tribus

El 6 de enero de 2021, unos partidarios de Donald Trump asaltaron el Capitolio de Estados Unidos. Gritaban enfurecidos y a su paso por los solemnes salones —tras haber sorteado las barreras de seguridad— dejaban en claro con su estilo de barrabravas su odio visceral hacia los demócratas. La herida todavía no sanó en el país que se jacta de ser el único con una democracia estable hace más de dos siglos y que este año está llamado a las urnas.

“Las repercusiones de los resultados electorales de la próxima elección nacional en Estados Unidos —prevista para el 5 de noviembre— serán importantes para entender qué tan grave es el problema de la violencia política y las consecuencias del proceso de polarización política en este país”. Así lo entiende el uruguayo Martín Opertti, quien está cursando su doctorado en Ciencias Políticas en la universidad de Duke.

Uno de cada siete estadounidenses justifica el uso de la violencia para ayudar a los objetivos de su partido. Eso concluye las encuestas que lideró el periódico The Washington Post. Y si bien otros estudios —como el Polarization Research Lab— sitúan en cifras más bajas ese apoyo a la violencia política, en la academia de Estados Unidos hay un consenso: el país “vive un fenómeno de aumento de la polarización afectiva entre demócratas y republicanos”, señaló Opertti a El Observador.

“Polarización afectiva” es el término que usan los técnicos para referirse al incremento de sentimientos negativos hacia los partidarios de otra colectividad política. No es una discusión sobre qué políticas implementar ni una polarización de las elites políticas, sino el sentimiento de odio al otro… como en las tribus.

Es la lógica de nosotros versus los otros. De fraudeamplistas versus blancos pillos. Que foca, que facho, que rosadito, que FAPIT, que malla oro, que…

La Psicología Política, una disciplina que casi no está explotada en Uruguay, considera que los seres humanos fueron evolucionando en un mundo que desafiaba su supervivencia ante la limitación de los recursos, por lo cual ganaba quien se unía para denostar al competidor. Eso mismo es lo que el sociólogo de Yale Nicholas Christakis entiende que está pasando en la política estadounidense.

“La evolución de la cooperación requirió el odio fuera del grupo, lo cual es realmente triste”, dijo a The Washington Post.

Piñeiro añadió que existe otro tipo de polarización (no afectiva) que sí puede ser beneficiosa para la democracia: la ideológica. Los partidos políticos se supone que son agrupamientos de las expresiones de una sociedad. Como la sociedad es desigual, es esperable que existan grados de diferencia entre las ideas de unos y de otros. Cuando una sociedad es muy desigual y, sin embargo, casi no existe polarización ideológica, los partidos no acaban reflejando la representación de las ideas de la ciudadanía.

El furor anti-casta

En la noche del primer domingo de febrero, cuando la corte electoral salvadoreña no había acabado el escrutinio, el presidente Nayib Bukele tomó el micrófono y sentenció: “No sólo hemos ganado la Presidencia de la República por segunda vez con más del 85% de los votos, sino que hemos ganado la Asamblea Legislativa con 58 de 60 diputados (…) será la primera vez que en un país existe un partido único en un sistema plenamente democrático”.

¿Un partido único en una democracia? La frase de Bukele es un oxímoron parecido a cuando Javier Milei, presidente argentino, corea “la casta tiene miedo” al mismo tiempo que se transforma en parte de la casta que dice criticar.

“Mientras que en las visiones más tradicionales del populismo latinoamericano de mediados del siglo XX los líderes populistas estaban asociados a posturas que promovían la incorporación de intereses de los sectores populares, los populismos actuales —sean de izquierda o derecha—, ponen acento en una retórica antiestablishment ”, explicó Piñeiro sobre el nuevo populismo que está en juego en el súper año electoral.

La mayoría de ejemplos son empresarios devenidos en políticos que arengan contra la casta.

Los populismos pueden considerarse un emergente del descontento con la democracia y sus resultados, pero a la vez tienden a debilitar el funcionamiento democrático en tanto socavan la rendición de cuentas que se basa en el control mutuo entre diferentes poderes e instituciones del Estado”.

Ese populismo versión 2024, explicó el politólogo, se dan en “un contexto de reacción cultural, donde las opciones de derecha radical se presentan como opciones electoralmente apetecibles para sectores que se sienten amenazados por el avance de los valores posmateriales”.

¿Cuánto de esta marcha se fortalecerá o debilitará en el súper año electoral? Las urnas lo dirán.

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