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Fueron hechas rápido. Tienen estructuras sencillas, frágiles. No fueron preparadas para un terremoto, sino para albergar a los millones de desplazados que huyen del gobierno sirio y de las ciudades que va tomando. Este lunes se cayeron las paredes y los techos. Murió una mujer embarazada de nueve meses, pero en el lugar lograron sacarle al bebé: está vivo.
En una casa vecina murieron tres menores: sus cuerpos están envueltos en una tela blanca. La madre de ellos también murió. Solo quedó el padre. Está internado y lo acompaña su tía. Su tía es la madre de Ibrahim Al Mohamed, uno de los sirios que llegó al Uruguay con su familia en 2014, escapando de la guerra.
En ese momento, llegaron al país otras cuatro familias sirias en el marco de un programa de reasentamiento.
"Vine de la guerra, sin nada, miro al futuro, un poco adelante, y no tengo nada", había dicho Al Mohamed en 2015. Contaba que en Alepo, donde vivían, tenían una casa, dinero y una tienda de ropa. "Con la guerra se fue todo". Alepo –una ciudad dentro de la provincia homónima– estuvo hasta 2017 al mando de la rebelión. Luego, fue tomada por la "dictadura" del gobierno sirio y muchos debieron marcharse a Idlib, otra ciudad en la misma provincia, que ahora oficia como bastión rebelde, apretado contra la frontera de Turquía.
"Gente que está sufriendo hace diez años por la guerra. Ahora esto... Es un dolor encima de un dolor", dice ahora en diálogo con El Observador. En Siria, hasta el momento, murieron 2.600 personas por el terremoto del lunes, pero todavía se busca gente entre los escombros. En Turquía, el otro país afectado por el sismo, hay al menos 8.500 muertos, según AFP.
Al Mohamed logró adaptarse a Uruguay. Él y su esposa ya pueden votar, y sus hijos estudian en centros educativos públicos, según una nota de 2022 de El País.
Pero no fue el caso para todas las familias sirias. Una de ellas volvió a su país de origen. Maher Addis, uno de los refugiados, había dicho que era "imposible" vivir en Uruguay por el alto costo de vida.
“Hablo todos los días con ellos”, aseguró Al Mohamed. Aquella familia vive ahora en ”el sur de Siria”, por lo que solo sintieron el temblor. Su casa no se dañó y nadie fue herido.
Fue alrededor de las 4:00 de la mañana. Empezaron a temblar las casas y se empezaron a caer los muebles. Algunas personas reaccionaron rápidamente y escaparon, otras no. "A veces no podés creer lo que está pasando", explica Al Mohamed. "Algunos se salvaron y otros no. Por suerte mi familia sí".
Una vez al aire libre, en la noche invernal de Siria, los sobrevivientes llaman a sus familiares, a amigos, para advertirles. "Pasaron unos 10, 20 minutos de terror", dice Al Mohamed desde Montevideo. Luego llegan las emergencias. Las personas buscan a sus vecinos entre los escombros. Intentan ayudar. Lo siguen haciendo hasta este martes. "Tengo conocidos que fallecieron todos. Y otros que no sabemos dónde están".
Más allá de la tragedia que sufrió su primo, la familia más cercana de Al Mohamed se encuentra a salvo: su madre, sus cuatro hermanos, sus dos hermanas y la familia de su esposa. La mayoría de ellos vive en un pueblo a las afueras de la ciudad de Idlib, cercana a Alepo, en casas de no más de dos pisos. El terremoto no los afectó a un nivel letal.
Quien más sufrió fue una de las hermanas. Su hogar se destrozó. Cayó el techo y varias paredes, pero nadie murió.
Ahora ella se está quedando en la casa de su hermana. Muchos de los que vieron sus hogares destruidos hacen eso: se quedan con familiares, o amigos. Otros viven en carpas, algo común en Idlib. La ciudad, ubicada en la frontera con Turquía, está saturada. Debieron construir viviendas para albergar a los que llegaban. Viviendas frágiles, de estructuras "sencillas".
Los desplazados, como la familia de Al Mohamed, llegaron desde sitios como Alepo. En 2017, cuando el gobierno de Siria tomó la ciudad, debieron huir.
Todo cambió después de que empezara la guerra en 2011. Antes se vivía "como acá, como en Uruguay", asegura Al Mohamed. "Ahora uno sale a la calle y no sabe si va a volver". Pueden pasar días sin que suceda nada y de repente explota una bomba, o pasa un helicóptero con una ametralladora y dispara hacia abajo.
Incluso, cuando Al Mohamed ya estaba Uruguay, uno de sus hermanos murió a manos de dos terroristas. Según contó a El País en 2022, su hermano había sugerido un encuentro entre dos fracciones para que se terminaran los enfrentamientos entre ellas. Una vez en el banquete, donde había alrededor de 120 personas, llegaron dos hombres "de actitud extraña" y él le preguntó qué querían
"Dijeron que comida. Mi hermano les respondió que ya les alcanzaba, pero ellos insistían en entrar. Mi hermano los frenó y cuando tocó el pecho nota que llevaban bombas atadas al cuerpo".
Pero la guerra tiene también otras consecuencias. El invierno se volvió una amenaza. Antes los grados bajo cero se toleraban bien, con aire acondicionado –quienes tenían– o con una estufa. Ahora, la energía llega y se queda por tres horas, o por una, o por treinta minutos al día. Los sirios acuden a los paneles solares para conseguir algo más.
En 2021, cuando la guerra cumplió una década, habían muerto casi 307 mil civiles, según la Organización de Naciones Unidas (ONU) verificó la muerte de 7 mil niños, pero la suma puede ascender hasta 20 mil. Además, 6,5 millones de sirios se volvieron refugiados y 6,1 millones se tuvieron que desplazar dentro del país.
Casi el 90% del pueblo de siria vive en la pobreza. Más de 3 millones de niños sirios no van a la escuela, indica Unicef. No hay lugares seguros. Más de 600 instalaciones médicas fueron atacadas, entre ellas, hospitales maternoinfantiles.
Por Fernando Pedrosa
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