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EEUU se enfrenta a Facebook

Los reguladores estatales y federales también pueden moverse rápidamente y romper cosas

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17 de diciembre de 2020 a las 14:32

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Por Rana Foroohar

Los objetivos de los esfuerzos regulatorios a menudo se quejan de que sus oponentes están librando la última guerra. De hecho, ésa fue la primera respuesta de Facebook cuando fue demandada la semana pasada por la Comisión Federal de Comercio (FTC, por sus siglas en inglés) y 48 fiscales generales estatales por prácticas anticompetitivas.

Los estados y el gobierno federal intentan obligar a la compañía a escindir WhatsApp e Instagram, adquisiciones realizadas hace años que la han ayudado a dominar el entorno de las redes sociales. Facebook calificó las quejas de "historia revisionista", y de injustas.

En realidad, estas demandas son justas, legales y muy necesarias. A pesar de la afirmación de Facebook de que sus adquisiciones habían recibido el "visto bueno", expertos como el profesor de derecho de Columbia Tim Wu alegan que la FTC no "aprobó" los acuerdos, sino que optó por no intentar bloquearlos en ese momento.

Pero el caso de Facebook se trata realmente de algo mucho más grande e importante: muestra cómo los reguladores están cambiando su forma de ver el mundo. Están empezando a ver el mercado como lo ven los titanes de Silicon Valley, en lugar de como lo ven tradicionalmente los economistas y abogados tecnocráticos de Washington DC.

En 2012, cuando Facebook adquirió Instagram, la aplicación para compartir fotos, y WhatsApp se estaba convirtiendo en el líder de la categoría de mensajería móvil, había muy poca comprensión pública sobre los modelos comerciales de las grandes compañías tecnológicas.

La mayoría de los consumidores pensaban que obtenían algo a cambio de nada: búsquedas "gratis" en Internet y una nueva forma gratuita de conectarse con amigos. De hecho, sus acciones, preferencias y comunicaciones estaban siendo vigiladas y vendidas al postor más alto, mientras que los tecnólogos del comportamiento implementaban ingeniosas exhortaciones algorítmicas para dirigir a los usuarios hacia el contenido y los productos que las plataformas querían promover.

En retrospectiva, está claro que los reguladores que analizan este panorama cometieron errores cruciales. Consideraron que varios productos y servicios eran mercados separados: redes sociales en las computadoras de escritorio, mensajería en los teléfonos móviles, intercambio de fotos, etc. Se enfocaron en la cantidad de usuarios individuales que cada compañía o aplicación alcanzaba, en lugar de en los datos combinados que una entidad recién fusionada podía aprovechar en todos los servicios y dispositivos.

Los reguladores tampoco tuvieron en cuenta la forma en que la publicidad dirigida al comportamiento podía influir en nuestras decisiones. Y quizás lo más importante es que los organismos de control públicos nunca entendieron totalmente la naturaleza de las transacciones de trueque digital. En ellas, los usuarios pagan por los servicios con una nueva moneda — los datos personales — sin saber exactamente qué obtiene ni qué hace la compañía con esos datos posteriormente.

Pero, como dijo la poeta Maya Angelou, "cuando sabes hacerlo mejor, hazlo mejor". Los reguladores han comenzado a echar a un lado su enfoque lineal en "mercados eficientes" definidos por los precios bajos al consumidor. En vez, han comenzado a entender los mercados digitales como entornos en los que el ganador se lo lleva todo. Las grandes compañías tecnológicas coexisten felizmente con innovadores más pequeños, y a menudo se aprovechan de las lagunas legales para copiar sus ideas. De vez en cuando, un competidor particularmente exitoso como WhatsApp o Instagram se vuelve lo suficientemente grande y popular como para que se active el efecto de red, lo cual le permite a esa compañía crecer y sumar nuevas funciones y usuarios más rápidamente que los gigantes existentes.

En ese momento, alegan los fiscales generales estatales, Facebook recurrió a la adquisición para neutralizar la amenaza competitiva. (Me recuerda a como actúa como la voraz mente colectiva alienígena de Star Trek, los Borg). La demanda cita las palabras del presidente ejecutivo Mark Zuckerberg cuando dijo que incluso aunque Instagram y WhatsApp no estuvieran dispuestas a vender, "tendrían que considerarlo" si él les ofrecía "un precio lo suficientemente alto". Facebook haría una oferta que ningún inversionista podría rechazar. La compañía presuntamente compró otra nueva empresa "startup", Onavo, que monitoreaba aplicaciones móviles para ayudarla a enfocarse en los rivales en ascenso.

Estas adquisiciones no elevan los precios al consumidor, pero reducen las opciones del consumidor y la innovación. Ése es un gran problema. Muchos tecnólogos, economistas y abogados sostienen que el último gran caso de monopolio digital, alegando que Microsoft estaba abusando de su dominio en los sistemas operativos de PC, ayudó a crear el espacio necesario para que las empresas "startup", entre ellas Google, crecieran. Como tuiteó esta semana el comisionado de la FTC, Rohit Chopra: "Los ejecutivos de Facebook estaban asustados de que los nuevos innovadores estuvieran atrayendo la atención de los usuarios. Estaba siendo superada por el rápido desarrollo, por parte de la competencia, de formas innovadoras de conectarse".

Las quejas de la FTC y de los estados dejan claro que están intentando ampliar la definición de monopolio ilegal. Han ido más allá de la visión neoliberal de que el bienestar del consumidor implica solo precios más bajos y alegan que el "tiempo, la atención y los datos personales" de los usuarios se combinan y venden de manera injusta.

Este cambio ya se había retrasado. El contenido que actualmente se regala de forma gratuita tiene un gran valor. (Recuerde cómo cayó el precio de las acciones de Facebook cuando Kim Kardashian boicoteó el sitio durante un día para protestar contra la desinformación). Los desarrolladores externos no deberían verse obligados a trabajar solo con Facebook para acceder a su plataforma.

Las quejas contra Facebook son mucho más extensas que el caso antimonopolio que se presentó contra Google en octubre. Representan el primer caso real de competencia post-neoliberal. Si ganan los organismos de control, podrían buscar la interoperabilidad obligatoria de aplicaciones y datos y alguna especie de organismo de auditoría o supervisión que garantice que no haya discriminación. Los próximos pasos podrían ser una supervisión regulatoria formal y límites estrictos al uso de datos. Parece que los reguladores también pueden moverse rápidamente y romper cosas.

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