Opinión > TRIBUNA

El alma de gobernar

El alma de gobernar: escribe Luis Calabria
Tiempo de lectura: -'
27 de diciembre de 2023 a las 05:02

Luego de un brillante discurso, un simpatizante del candidato demócrata Adlai Stevenson se le acercó, lo felicitó y le dijo: “Cualquiera con dos dedos de frente lo votaría”. El candidato, que era reconocido por su ironía le respondió: “Sí, con todos esos ya cuento... mi problema es que necesito llegar a la mayoría”.

Y esa ironía de Stevenson –que perdió en dos oportunidades las elecciones presidenciales norteamericanas– es uno de los dilemas que enfrenta todo proyecto político –al menos los que tienen vocación de victoria–.

En nuestras democracias hemos aceptado (que en la generalidad de los casos), la que prime sea la denominada «regla de la mayoría». Pero llegar a “las mayorías” y alcanzar “la mayoría” son cuestiones diferentes. Tienen que ver con “representar” ciudadanos y con ser “seleccionados” por los ciudadanos. 

Sin embargo no es ese el principal dilema de un político o de un proyecto político. 

Para quienes somos creyentes, el alma es el principio vital del individuo, el soplo divino que transforma la carne en hombre, que hace del cúmulo de moléculas, un ser. Pero sin necesidad de llevar al lector a esos terrenos confesionales, podemos consensuar laicamente en que lo que hace a la “nada” digna aspirante al “todo”, es tener un propósito (al que yo llamo alma). Una finalidad, la aspiración colectiva de realizar una misión, crear un futuro.

Los proyectos políticos también, como los hombres, tienen y necesitan un propósito. Sin él son deriva. Los grandes líderes y los grandes movimientos lo son, no solo por su caudal de apoyo; lo son porque tienen un horizonte de sentido que le permite trascender. Podrán refutarme, y concederé la razón, hay unos y otros sin él, y “exitosos”. Pero me arriesgo a redoblar la apuesta. La cuenta que pasa la historia no es al contado, y esos aparentes experimentos exitosos solo resultarán deudores incobrables de la historia.

En un proyecto político, el propósito no se basa en ganar elecciones, ni se agota en la búsqueda de la mayoría. Ni siquiera se basa -en contradicción al exagerado título de esta opinión-, en gobernar. Porque aquí entra la distinción entre la razón de ser y naturaleza de las cosas, y la peligrosa confusión entre lo esencial y lo instrumental. Entre el propósito, la táctica y la estrategia. El primero fundante, las otras adjetivas.

Un proyecto político busca y procura ganar, ser mayoría y gobernar porque son el camino instrumental para realizar su razón de ser. Llegar al gobierno no debería ser un fin en sí mismo. En todo caso, la finalidad es plasmar ideas, concretar una agenda programática destinada a servir a los compatriotas. Inyectar de justicia las venas de la sociedad en que vivimos. 

Si bien es cierto que un proyecto político podría limitarse y contentarse con tener un rol testimonial, de ser proclama de una visión del mundo, asumiendo un rol casi aleccionador o adoctrinador, ese papel podría ser asumido también por una organización filosófica o por un predicador. Lo que define realmente a un proyecto político es su capacidad de materializar su propósito, su vocación por concretarse. Y esa finalidad es cambiarle la vida a la gente, mejorar la historia a los individuos, a la comunidad. Ese es el propósito que da sentido a la política cuando se plasma en proyecto.

Es ahí donde la búsqueda de mayorías renace con ínfulas de trascendencia.

Claro es que en nuestros sistemas institucionales hay que cumplir con algunas formalidades, salvar ¨obstáculos¨ y cumplir condiciones, pero ellas no son la razón de ser las cosas. Si esos medios se tornaran prominentes, si la permanencia en el gobierno de las instituciones fuera su marca definitoria, solo se estaría ante un proyecto de poder, no de un proyecto político. Es el propósito -el alma- del proyecto lo que da sentido. Sin alma un gobierno solo administra, no cambia, solo sobrevive. En Uruguay lo hemos vivido en gobiernos anteriores. Cambios que se agotaron, que se diluyeron en retórica sin práctica.

Reitero, lo que da horizonte de sentido a un proyecto político es cambiar -mejorar- las condiciones de vida del pueblo (para ello habrá distintos caminos, distintas visiones y doctrinas, surgirá allí el antagonismo y el disenso que ¨la política¨ como actividad deberá resolver con su lenguaje propio). 

Aun entendiendo que la búsqueda de mayoría pasa de necesidad táctica a ser requisito estratégico, no llega incluso esa magnitud de  relevancia -al menos no debería- a desvirtuar el propósito, a contaminar el alma.

La búsqueda de llegar a las mayorías -siempre heterogéneas- muchas veces lleva a obsesionarse con la “conquista” de las minorías  -también heterogéneas-, y en ese frenesí, darles una predominancia que nos podría dar a pensar que pasamos de “las grandes mayorías nacionales” a las “grandes minorías nacionales”. No significa que no haya que buscar ampliar la base de representación de un proyecto. Pero eso no significa desenfocarse, desfigurarse y darle a la minoría que aun siendo definitoria en la estrategia electoral, poder de aniquilar la base identitaria del proyecto. El precio del apoyo de una minoría, aun determinante, no puede desalmar un proyecto. Lo hemos visto en un país de Europa donde la desesperación por retener el gobierno llevó a un pactismo desfigurante. 

En Estados Unidos cuentan que un afamado asesor de campañas políticas tenía la “regla del 60%”. Su asesorado debía apoyar toda idea que de los sondeos de opinión desprendiera el apoyo del 60% del electorado. Claramente eso podrá ser “efectivo” en un sentido contable y calculista, pero es verdugo de la moral de un proyecto con propósito. Ese es el otro cuidado que los proyectos tienen que tener. Ser fieles y mantenerse firmes frente a la tentación a deformarse. 

Como dijimos antes, es el propósito, el alma el que da sentido al proyecto, y cuando hay un líder que lo interpreta y lo encarna, hace de gobernar un fenómeno de transformación y realización en el sentido más elevado del concepto. 

La actual Administración ha sido capaz de encarnar el propósito, de tener alma para gobernar. En la transición española Adolfo Suárez decía que a su gobierno le pedían algo así como que “cambiara las cañerías sin cortar el agua”. Era su ejemplo de lo complejo que se le pedía. 

Este gobierno ha hecho eso, ha sido capaz de liderar y reformar cosas que parecían que no se podían cambiar porque tuvo alma para realizarse, para desarrollar su concepción de libertad y solidaridad que le da sentido vital. Falta y se puede más, y tras ese “más” habrá que ir. Pero ha quedado claro que se puede y que en honor a Wilson, ganar valió la pena.

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...