El cartero no tiene quien le escriba

La gente ya no envía cartas ni tarjetas y los servicios postales están sintiendo los efectos

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15 de agosto de 2020 a las 05:03

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Otra de las víctimas de la pandemia de covid-19 es el correo estadounidense (USPS), el cual agoniza en un respirador mal atendido a la espera de que algún milagro imprevisto cambie para bien el rumbo de la realidad. Sus pérdidas en meses recientes se han sumado a las de los 11 años fiscales previos, para totalizar casi US$ 100.000 millones. Las pérdidas y falta de fondos están afectando su capacidad operativa. En cientos de las dependencias postales son miles las cartas acumuladas a la espera de distribución. Los efectos del virus se han transformado en una especie de tiro de gracia de un servicio postal que cuenta con 630 mil empleados, que estuvo entre los mejores del mundo, y que ahora da manotazos de ahogado para intentar sobrevivir. 

En una ocasión el presidente Donald Trump culpó a Amazon, diciendo con escasos argumentos que desde la aparición de la empresa de Jeff Bezos la gente dejó de enviar paquetes por correo. El problema va más allá de eso. Megan J. Brennan, quien fuera hasta hace poco directora del correo dijo: “En un momento en que Estados Unidos necesita el Servicio Postal más que nunca, la pandemia está comenzando a tener un efecto significativo en nuestro negocio con los volúmenes de correo cayendo en picado como resultado de la pandemia”. Ser cartero en estos días es un trabajo de riesgo, no en vano, casi 6.190 empleados de USPS, considerados trabajadores esenciales, dieron positivo por covid-19 y cerca de un centenar ha muerto. 

Mandar un paquete o una carta por alguna empresa privada de envíos, como FedEx y UPS, es más caro que hacerlo utilizando el correo nacional, sin embargo, hay una tendencia que a esta altura parece irreversible: la gente ya casi no escribe cartas (ni tarjetas de cumpleaños o de Navidad) y la mayoría de los pagos se hacen por internet. En algunos aspectos de la vida diaria la realidad se ha hecho irreconocible con respecto a 20 o 30 años atrás. Una de las forma de conocimiento de la civilización, como han sido las cartas personales, va camino a desaparecer, si ya no desapareció por completo, aunque quizá algún día el placer de ver en un papel las palabras escritas por otro regrese. 

Chejov decía: “No me gusta hablar por carta de cosas que me importen mucho”. Sin embargo, a lo largo de la historia las cartas han sido una de las mejores formas de conocimiento de las cosas importantes de una persona. Hay incluso un tipo de literatura basada exclusivamente en cartas: en ese aspecto, el género epistolar está en auge. Las principales librerías que en el mundo van sobreviviendo tienen un anaquel dedicado a libros que contienen las cartas completas de un escritor o personaje literario. Todavía más, varios de estos volúmenes compilatorios son obras maestras, por contener un estilo y una gama alta de ideas desarrolladas a partir del acto íntimo de comunicarse con alguien, de lanzar una botella al mar de las palabras que se encuentran.

Herencia epistolar de la mente humana cuando ha sido una época, las cartas son ese apartado difícil de clasificar que permite conocer la historia desde la cocina y el dormitorio de los personajes que cruzaron la franja del mundo privado y decidieron compartir su intimidad con el público, representado en un principio por un destinatario. Con el tiempo, los lectores pasamos a ser fisgones transgresores de universos personales que fueron privados solo por un rato. En ocasiones, hay libros de cartas que se transforman en la mejor forma de conocimiento del personaje, como es el caso del volumen que contiene las confesiones epistolares del escritor estadounidense John Cheever (hay edición española), en el cual revela su homosexualidad, secreto que ni siquiera su familia conocía.

Por tradición –habrá que ver si esta no termina siendo otras de las víctimas de la pandemia– las bibliotecas de las principales universidades estadounidenses y de Europa pagan fortunas por las cartas de políticos, escritores y cualquier otra persona destacada que haya contribuido a la historia de una sociedad. El cine ha hecho varias películas en las cuales las cartas tienen vigencia. Recuerdo ahora cuatro: Million Dollar Baby, Mar adentro, Entre copas, y La ventana de enfrente (última película de Massimo Girotti). En todas ellas las cartas tienen protagonismo y sería imposible articular el argumento sin su intermediación. Es más que una coincidencia. Más que extraña, rara: porque las cartas apelan a una forma de escritura y comunicación en estado crepuscular puesto que poca gente la frecuenta. Y no exagero: el género epistolar tradicional, con tinta y papel, es visto hoy como rareza de otra época. Entre quienes han crecido en el mundo digital, confirmó su inexistencia hace tiempo. Ningún joven en estos días escribe cartas. Seguramente debe haber una minoría, a la cual imagino culta e intelectual que aún sigue aferrada a tal anacrónica práctica, capitulo fundamental en la historia de la humanidad.

¿Quién de ustedes recuerda la última vez que recibió una carta que expresara sentimientos, aunque no hayan sido de amor? Los carteros, podemos suponer, llevan sus bolsas más livianas y se han convertido casi exclusivamente en mensajeros de recibos y promociones comerciales. Y los carteros que tienen la suerte de transportar cartas de amor, que son las que menos envejecen, han de ser minoría. Las colas en las oficinas postales son para enviar otras cosas menos románticas que aquellas misivas donde el enamorado había tenido problemas de inspiración para escribir la primera línea, la cual en la mayoría de los casos empezaba con la misma frase, “Querida mía” y terminaba siempre igual: “Te amo”. Sobre todo en esto, el hombre es universal.

Así pues, presenciamos otra de las irrevocables disoluciones de nuestra época: el arte de escribir cartas está desapareciendo. Su tan privilegiado sitio en la historia de la humanidad ha sido acaparado por esa forma más rápida, tan menos exigente y mucho más perecible como es internet, océano a la deriva que se desplaza entre lo efímero y lo infinito, entre ahora y ya fue. La computadora se ha convertido en el sobre que abrimos para saber lo que nos dicen las palabras recientes. Pero con ella, con su formato, tenemos una distancia material, que es también, y sobre todo (por no tener sobre), emocional. Antes, al leer las cartas, tocábamos, acariciábamos y olíamos en íntima delectación la presencia de la tinta en el suave papel, para recién después entrar a un río de palabras que iban a dar al corazón y luego, a la razón. Ese proceso, tan material como espiritual, pertenece a un mundo que para muchos es irreconocible.

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