Javier Conde

Javier Conde

Es periodista de la sección Mundo de El Observador

Nacional > Historia de la “Guerra Fría”

El exilio de Jacobo Arbenz en Montevideo: primero espiado, y luego estudiado

El presidente guatemalteco derrocado en 1954 –de regreso a la actualidad con la publicación de la novela del nobel Mario Vargas Llosa, Tiempos recios– vivió en la capital uruguaya entre 1957 y 1960
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19 de enero de 2020 a las 05:04

Un enjambre de periodistas se citó en el aeropuerto internacional de Carrasco en la tarde del lunes 13 de mayo de 1957 para esperar la llegada de un vuelo procedente de París, entre cuyos pasajeros se hallaba uno de los personajes latinoamericanos más controvertidos y de mayor trascendencia en lo que iba de década. Y, a la vez, el más enigmático.

La noticia de su arribo estalló el 20 de abril de aquel año en la prensa en una nota publicada en el diario La Mañana (fundado en 1917 por Pedro Manini Ríos, el abuelo de Guido Manini Ríos) que lo presentaba como “el exjefe del gobierno prosoviético de Guatemala”.

Jacobo Arbenz había sido derrocado tres años atrás en lo que se asegura fue una operación encubierta de la CIA, la embajada estadounidense en Guatemala –a cargo de John Emil Peurifoy, que había obtenido galones frenando a los “comunistas griegos”– y tropas mercenarias que invadieron desde Honduras. 

Frente al “pelotón” de bienvenida compuesto por periodistas, Arbenz soportó el primero de tantos interrogatorios nada más al descender de la aeronave que lo regresaba a América.

“¿Su ida a Checoslovaquia?”, “¿es o se siente comunista?, “¿su gobierno fue comunista?”, “¿Su esposa e hijos?”. 

Fue la andanada de preguntas que los reporteros lanzaron, como una ametralladora vomitando balas, sobre aquel hombre desolado, abrumado aún por el golpe –“¿En nombre de qué hacen estas barbaridades?”, se preguntó en su discurso de renuncia, y se seguirá preguntando en los escasos 14 años de vida que le quedaban– que lo desalojó de un poder que había conquistado con la contundencia y la legitimidad de los votos, en un país que era una gran hacienda de la United Fruit Company. La frutera.
Nada, sin embargo, era casual.

La impronta

Seis años antes de que entraran en circulación los 180 mil ejemplares de la nueva novela de Vargas Llosa, en 2013 el profesor de historia americana en la Universidad de la República (Udelar), Roberto García Ferreira, nacido en Montevideo en 1976, casi 20 años después de la presencia del guatemalteco en el país, publicó Bajo vigilancia, la CIA, la policía uruguaya y el exilio de Arbenz.

El texto contiene dos partes: en la primera, el autor dibuja el contexto marcado por la “fuerte impronta” que la denominada revolución guatemalteca –la “primavera” inaugural, tal vez– dejó entre la clase política y la opinión pública uruguaya junto con el temprano “control social y político” ejercido por la policía sobre la sociedad local con prácticas que, según el autor uruguayo, “poco le debían a la Guerra Fría”.

La segunda parte se sostiene sobre una selección de documentos –en total el libro se nutre de 46 materiales de diverso origen– “producidos, conservados y utilizados en las sombras de la policía uruguaya”, además de recortes de prensa y apuntes del periodista argentino Gregorio Selser que entrevistó secretamente a Arbenz.

Entre esos documentos están los informes de vigilancias a Arbenz y su entorno, el control de sus visitantes, informes de infiltrados en el entorno cercano de la familia, fotografías, comunicaciones con otras agencias –especialmente la CIA–, y documentación diplomática.

De Arbenz se espiaría todo: la placa del auto, dónde vive, con quiénes salen sus hijas Arabella y Leonora, el café que se toma en Sorocabana, los trámites de su solicitud para entrar al club de Tenis Carrasco. Cada semana debe presentarse ante la oficina de la policía para responder nimiedades y advertir de itinerarios.

García Ferreira fue más allá de los papeles y las fichas. En 2007 entrevistó en Costa Rica a la esposa de Arbenz, María Cristina Vilanova, “doña María Vilanova”, como le dijo, como la llama aún, que le permitió acceder a la documentación privada de la pareja.

Fallecida en 2009, a la edad de 93 años, Vilanova provenía de una de las “14 familias” salvadoreñas –tradicionalmente señaladas como las dueñas de ese muy pequeño país, la octava parte del tamaño de Uruguay–, dedicada al cultivo del café y de la caña de azúcar.

A pesar de su origen pudiente y de ser formada en un hogar “profundamente anticomunista”, “doña María Vilanova” quedó marcada muy pronto por la histórica y desmesurada matanza con la que el dictador Maximilano Hernández atendió en enero de 1932 el reclamo de varias poblaciones del oeste de ese país.

Enviada a educarse en los Estados Unidos –para desalentarla y reconducirla–, “doña María Vilanova” descubrió el esplendor de la vida democrática que luego, al conocer a Arbenz,  se volverá una experiencia decisiva para abrir los ojos y ampliar las miras del coronel. El destino, más irónico que nunca, forjado por ardides propagandísticos que Vargas Llosa expone en su novela, convertirán a ese militar circunspecto, de origen eslavo y de familia conservadora, en una suerte de “Stalin” caribeño.

“Arbenz fue un reformador, quería, sí, un cambio revolucionario para su país pero ubicado en la Centroamérica de los años 50. No era bolchevique. Lo que buscaba era que los trabajadores trabajasen ocho horas, que fueran indemnizados por despido o accidente laboral, que pudieran sindicalizarse, que tuvieran reconocimiento en cuanto a la educación, que la universidad pública tuviera autonomía universitaria, que Guatemala tuviera una política exterior independiente. Eso era ser revolucionario”, explicó García Ferreira a El Observador.

¿Qué lleva a este historiador uruguayo a hacer de Guatemala casi una especialización, hasta el punto de considerar a esa nación centroamericana, sufrida y postergada, “una segunda patria”?

Su padre, también llamado Roberto, era un estudiante secundario cuando en junio de 1954 se teme el derrocamiento del gobierno de Arbenz y se registran dos manifestaciones a favor de la revolución guatemalteca en la capital uruguaya los días 22 y 29 de aquel mes. Y es uno más entre cientos o miles que salen a defender lo que es visto con honda expectativa en todo el continente, al sur del río Bravo.

Y será mucho tiempo después tema de conversaciones familiares, un sustrato que emergió cuando García Ferreira escuchó a principios de este siglo una clase de la historiadora uruguaya Lucía Sala, ya fallecida, en la que a partir de una referencia al presidente guatemalteco Alfonso Portillo que estaba siendo procesado, y había sido su alumno en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), repasó la situación histórica de “este país de una riqueza exhuberante natural y humana”, como lo resume, vívido, este historiador.

García Ferreira se propuso “llenar los vacíos” que tenía respecto a Guatemala, lo que coincidió con la desclasificación de documentos de la CIA que se inicia en 1999 y culmina en 2003.

“Esa documentación provee fuentes para saber cómo se hace un golpe de Estado, y luego otras fuentes de países de América Latina que consultamos, advertían del impacto transnacional del golpe”. Pero no solo eso: “Sino que el drama de Jacobo Arbenz apenas comenzaba en aquel junio de 1954”.

La frutera

“La United Fruit era la dueña de Centroamérica”, dice por teléfono a El Observador el dos veces presidente Julio María Sanguinetti (1985-1990, 1995-2000), con una voz que no delata sus 84 años cumplidos el pasado 6 de enero y una memoria fresca de sus días de “pichón” de periodista, en cuyos avatares se inició en 1953.

“Lo recuerdo bien, aunque más a (Juan José) Arévalo, los dos estuvieron acá”, comienza. El maestro Arévalo fue el iniciador de la “primavera guatemalteca” en 1944 tras el derribo de uno de tantos dictadores, Jorge Ubico, que poblaron, y florecieron, en la mísera bananera Centroamérica. Arbenz fue su ministro de Defensa.

Sanguinetti trabajaba en el diario Acción de Luis Batlle Berres. “Éramos muy partidarios de Arévalo y Arbenz y por eso nos trataban de ‘comunistas chapa 15’, que era nuestra lista en el partido Colorado”, cuenta.

Un día el expresidente Arévalo, tal vez en 1955, en su segunda visita a Montevideo, que registra García Ferreira, fue de visita a Acción acompañado por Amilcar Vasconcellos, también maestro, además de abogado y político de fuste entre los colorados. “Era una de esas visitas que se hacían a los diarios”, recuerda Sanguinetti y afirma, con vehemencia, que ni Arévalo ni Arbenz eran comunistas.

“Eran gente de la libertad y, a la vez, de la justicia social que era un reclamo clamoroso en aquellos años”, continúa el exmandatario uruguayo que emparenta la historia con la de su padre, Julio León Sanguinetti, por muchos años director del Instituto de Trabajo y que hacia finales de los años 50 del siglo pasado fue como técnico de OIT (Organización Internacional del Trabajo) a Honduras a colaborar con la redacción del Código del Trabajo.

“Era lo mismo, el mismo debate, la United Fruit acusando a todo el mundo de comunista”, apunta Sanguinetti, casi casi como si estuviera en aquellos días azarosos de los cincuenta.

¿Estaba la CIA efectivamente en aquel Uruguay que muy pronto, en 1926, había establecido relaciones con la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas)? Sanguinetti no tiene ningún recuerdo de eso. “Diría que la CIA estaría en la embajada americana pero no creo que incrustada en la estructura oficial uruguaya”, advierte. “Lo que sí recuerdo era que la embajada era muy activa, repartían documentos, publicaban revistas, esas cosas, muy activos”.

García Ferreria registra en Bajo Vigilancia que entre tantos informes que la agencia estadounidense elaboró, a los fines consiguientes de su difusión, fue el de “un estudio de Arbenz que pudo haber sido hecho por un psiquiatra después de una serie de entrevistas con él”. El plan, señala el historiador, era hacerlo “aparecer (…) como si hubiese venido de un desertor checo” y la “idea detrás” era “retratar a Arbenz como alguien incapaz para la cosa pública”. Las citas, según el libro de García Ferreira, provienen de documentación desclasificada de la CIA.

La CIA 

En Bajo Vigilancia, García Ferreira con el apoyo de toda la documentación que vio, que chequeó, que fotocopió, da cuenta minuciosa de la cooperación entre el Servicio de Inteligencia y Enlace (SIE) –desde 1967 Dirección Nacional de Información e Inteligencia,DNII – y la Central de Inteligencia Americana (CIA).

“Inteligencia y Enlace respondía siempre a lo que eran las necesidades de los servicios de inteligencia americanos” y “toda la información que yo obtenía, toda, yo la proporcionaba a esos servicios, porque así estaba ordenado”, admitió en 2002 el inspector (R) Alejandro Otero, quien fuera director del servicio de inteligencia de la policía, a la historiadora Clara Aldrighi, citada en Bajo Vigilancia.

Es el más sólido de los testimonios. Pero, muy de lejos, no el único. Y Arbenz estuvo seguido día a día durante sus tres años en Montevideo e, incluso, antes de su llegada, cuando Estados Unidos hizo saber su “desagrado”, con gestiones “tan persistentes como infructuosas”, en relación a la concesión del visado al errante exiliado guatemalteco.

El texto de García Ferreira es generoso en referencias, en la reconstrucción de episodios y en el sinnúmero de personajes que hacen vida en ese Uruguay de los cincuenta que es considerado, desde mucho antes un “nido del comunismo”, como se desprende de una “Selección de informes diplomáticos de los representantes diplomáticos de los Estados Unidos en el Uruguay”, de la investigadora Ana María Rodríguez Aycaguer.

La Guerra Fría se vivió, intensa y solapada a la vez en Montevideo, donde residieron y trabajaron, en distintos períodos de esa época, Philip Agee, autor de La CIA por dentro. Diario de un espía; también Howard Hunt, que estará envuelto años más tarde en el célebre caso Watergate, tan caro para el periodismo, (cuya historia recogió en Memorias de un espía. De la CIA al escándalo Watergate). Hunt llegó a conocer a Arbenz.

Y también de la KGB como la famosa espía de origen español María Luisa de Las Heras, que vivió, observó y comunicó, sin levantar sospechas, desde Uruguay por cerca de 20 años, hasta 1968. De las Heras fue esposa del compositor, pianista y escritor Felisberto Hernández, con quien se casó en 1949.

La partida

Del aeropuerto, aquel lunes 13 de mayo de 1957, Jacobo Arbenz será llevado a la estación de policía para hacerle saber las condiciones vigiladas a las que estará sujeto su asilo. Y de allí a la habitación 306 del “distinguido” hotel Nogaró.

El 21 de julio de 1960, más de tres años después, hará su última presentación para informar de sus planes de irse a Cuba, que no será ni por asomo su último destino. Montevideo, como García Ferreira constató en sus varios encuentros con la familia Arbenz, fue entre toda la pesadilla de su exilio, “un remanso”. 
 

Sin Acento
Derrocado en 1954 y exiliado en Uruguay durante 1957 y 1960 presenta distintas curiosidades, y entre ellas también una que es gramatical. Árbenz es con acento como lo escribe Mario Vargas Llosa o sin acento como aparece en Bajo Vigilancia, el libro del investigador Roberto García Ferreira. “Así lo escribe su propia familia. Trabajé en el archivo privado, entrevisté a su viuda en dos oportunidades y a su hijo Jacobo Antonio e, incluso, escribí un obituario para una revista especializada en Estados Unidos cuando ‘doña María Vilanova” falleció en 2009”, dijo el autor uruguayo.
El acento del coronel (este sí tiene quien lo escriba) está puesto, sin duda, en la etapa que lideró, antes de la Cuba castrista, del Chile de Allende o de la Nicaragua sandinista. Y con otro sesgo: “Me hice cargo de la presidencia de la república con gran fe en el régimen democrático, en la libertad y en que es posible conquistar la independencia económica y política de Guatemala”, definió el día de su alejamiento del poder.
García Ferreira, como enamorado que está de Guatemala y también como investigador, prepara más trabajos sobre el país centroamericano. Ahora lo ocupan los archivos de Carlos Castillo Armas, “Cara de hacha”, el militar que invadió desde Honduras y que con el apoyo estadounidense sucedió a Arbenz. “De lo que había a su alrededor, era el menos malo”, culminó García Ferreira.

 

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