EFE

El liberalismo en peligro

Los disturbios generados por Bolsonaro y Trump, así como la invasión de Putin a Ucrania son advertencias de la fragilidad de las instituciones democráticas

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06 de noviembre de 2022 a las 05:05

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El gran epistemólogo Karl Popper, un ícono del pensamiento liberal, planteó dos tesis complementarias sobre el sentido de la historia humana: la historia humana no es predecible ni tiene leyes físicas e inmutables que un científico pueda descubrir para desentrañar el futuro. Demolió así un pilar conceptual del marxismo. Marx, tras leer El Origen de las Especies quiso estar a la altura de Darwin y ser recordado como el descubridor de las leyes de la evolución social. Si las especies competían por los recursos escasos, la vida social la imaginó como una lucha entre clases. Extrapolación errónea.

El destino de la historia propuso, era pasar de sociedades feudales a democráticas capitalistas burguesas y de éstas a la dictadura final del proletariado, a partir de la cual en algún momento el estado se evaporaría y sería algo así como el estado final de supremacía darwiniana del proletariado, un mundo de armonía donde cada uno recibiría de acuerdo a sus necesidades. No sucedió así. Las sociedades que adoptaron el marxismo tuvieron un estado todopoderoso que nunca quiso achicarse ni un milímetro y en las que al decir de Orwell “unos eran más iguales que otros”.

Popper propuso y lo comparto: la historia no es predecible, no hay tendencia que no pueda cambiar, la historia depende de lo que nosotros hagamos o deshagamos de ella: el futuro es abierto.

En paralelo a esa crítica a mi entender demoledora del marxismo, Popper comparte con Marx en el uso de la dialéctica, algo que en realidad Marx tomó de Hegel. La idea de analizar la realidad partiendo de la contradicción principal. La historia, proponía Marx, era el resultado de la fricción entre burgueses y proletarios. Popper propone también una contradicción principal del devenir de la sociedad global, la historia como la dialéctica entre las sociedades liberales abiertas, donde se intercambian ideas y formas de vida y sus enemigos.

En un muy documentado trabajo histórico analiza la historia de la libertad política y el autoritarismo desde Platón que mandó quemar miles de documentos de aquellos filósofos que opinaban distinto de él hasta el nazismo que él mismo padeció.

Todos conocemos la diversa gama de autoritarismos que sofocan a la libertad humana. Desde China a Irán, desde Cuba a Arabia Saudí, desde Rusia a Nicaragua y Venezuela. La sociedad abierta es una minoría y los peligros a su evolución son diversos.

El más nuevo es el de una apropiación indebida de la palabra liberalismo. Mientras que liberalismo implica respeto a los derechos humanos, respeto a los resultados electorales, debate respetuoso y razonable hacia las ideas ajenas, una camada de nuevos líderes en el mundo gritan libertad pero actúan con autoritarismo.

Reclaman para sí mismos libertad para unas poquitas cosas: para hacer todo el dinero que se pueda de la manera que a uno se le antoje, incluido el uso sin restricciones de petróleo y el carbón. En ello Trump hizo punta. No reconocer resultados adversos en el proceso electoral es tal vez la prueba más evidente de que se pueden llamar liberales pero no lo son. Lo que pasó en EEUU tras la derrota electoral de Trump, se ha repetido con la derrota de Bolsonaro, la versión sudamericana del rubio autoritario.

Mientras el liberalismo siente admiración por la ciencia y brega por decisiones políticas basadas en el conocimiento fidedigno de la realidad, estos ultraconservadores van por el camino exactamente contrario: anteponen numerosas conspiraciones que muestran su desprecio por la verdad. Si quiero la libertad de enriquecerme con el petróleo tengo la libertad de negar el cambio climático, que tanto me conviene. Si sucede una pandemia que complica mi mandato político, intento negarlo aunque cueste la vida de cientos de miles de personas.

La versión italiana de la nueva primera ministra Meloni prohibió esta semana las fiestas rave. Vaya manera de defender la libertad.

A diferencia del liberalismo coherentemente agnóstico, es un liberalismo mesiánico religioso. En particular patrocinado fuertemente por grupos evangélicos, que ciertamente guardan poco en común con el liberalismo de un Popper, ni que hablar de un Bertrand Russell.

Es una corriente homofóbica. Pero para expresarlo recurre al relato de la misma veracidad que el manuscrito de los sabios del Sión (y con similar orientación). El relato, referido a una de las tantas conspiraciones a las que reclaman enfrentarse es que hay una conspiración arco iris a la que hay que exterminar.
Curiosa ideología que enfatiza la libertad de talar a la Amazonia porque si es buen negocio todo vale. Su parafernalia de conspiraciones tiene varios lugares comunes: Naciones Unidas, Bill Gates, George Soros no pueden faltar.

Esta nueva corriente liberticida, muy adaptada a los discursos de odio de las redes suele recurrir a peinados desordenados que simbolicen marketineramente la libertad: desde Trump a Milei, hay un cuidado por un look cuidadosamente revuelto.

Como desde hace años hacen los fundamentalistas evangélicos, su estrategia para captar jóvenes recurre a corrientes musicales contemporáneas y no tanto. En particular al rock en su versión argentina más disparatada. Pero entre Lennon, Brian Eno, Luis Alberto Spinetta, Brian May, Mick Jagger, y Bolsonaro, Milei, o las versiones locales, hay una distancia sideral. Como en el rock, hasta hay teenagers locales que imitan y aspiran a ser imitadores de Milei y que tienen el atrevimiento de llamar zurdo al presidente uruguayo o de proclamar desde su ignorancia cultivada que José Batlle y Ordoñez “ya fue”. 

No se los verá criticar al autoritarismo político explícito sea en Irán, Arabia Saudí o Rusia. Pero sí al centro político, desde Keynes a Fernando Henrique Cardoso.

El liberalismo ha sido una transformación fundamental de la humanidad, basada en el humanismo, la defensa de cada uno a vivir la vida que quiera. Fue la herramienta para que las mujeres llegaran al voto y mucho antes de eso fue la reflexión que llevó a la abolición de la esclavitud, la separación de poderes, el acatar pacíficamente y de buena gana cuando otras ideas llegan temporariamente al poder a través de las sagradas urnas.

La democracia siempre ha estado amenazada por el marxismo, particularmente en América Latina, donde Cuba, Venezuela y Nicaragua se mantienen como ejemplos condenables sin ambigüedad de autoritarismo. Pero también la historia enseña que en Europa y en América Latina la libertad se ha perdido por derechas. Ahora por gente que repite la palabra libertad a gritos desaforados, pero que solo lo hace como un engaño, como cuando un país invade a otro “en defensa propia”.

Los disturbios generados por Bolsonaro y Trump, así como la invasión de Putin a Ucrania son advertencias de la fragilidad de las instituciones democráticas. Las malas ideas son contagiosas en tiempos de redes. 

El mundo precisa un liberalismo verde, racional, basado en ciencia, capaz de preocuparse por los más desfavorecidos y por las generaciones que vienen. Todo lo contrario de la ola de mesianismo que amenaza a la democracia gritando libertad.
 

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