Presidencia

El mundo que espera al nuevo gobierno

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13 de marzo de 2020 a las 05:03

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El actual escenario mundial posee dos grandes singularidades y ninguna de ellas se destaca por su amabilidad y paciencia para con el nuevo gobierno que asume en Uruguay.

La primera de ellas, surgió al final de la Guerra Fría, tras casi medio siglo de un orden bipolar, basado en el antagonismo del capitalismo vs comunismo. Esta característica se fue gestando, detrás de las ilusorias promesas del “interregno” de la década de 1990, en la que Francis Fukuyama declaraba “el fin de la Historia”, como una larga era que llegaba a su fin, tras el enfrentamiento de dos grandes sistemas ideológicos. En su lugar, surgiría victoriosa –aunque no enteramente libre de nuevos desafíos– la democracia liberal, como el sistema cardinal para un nuevo orden mundial.

En la misma época en la que Fukuyama publicó su famoso ensayo en 1989, otro pensador, Samuel Huntington, presentaba al mundo político una tesis opuesta al de Fukuyama. Se trata del ya conocido “choque de civilizaciones”, en el que, del vacío que dejaba el orden bipolar, habría de gestarse uno de carácter multipolar, y cuya dinámica esencial sería las de nuevos conflictos, ya no de origen ideológico, sino fundamentalmente de raíz cultural o étnica y religiosa.

La década de 1990 actuó como una transición durante la cual, ambas tesis fueron sometidas al ensayo de sus probabilidades. Por un lado, la globalización, de la mano de la apertura comercial, en un mundo liberado de enfrentamientos entre dos bloques ideológicos, junto al nacimiento de la Unión Europea, el gradual surgimiento de China comunista como un gran socio comercial y proveedor industrial del capitalismo, y el lanzamiento de la conectividad planetaria mediante “internet”, auguraban el nacimiento de un nuevo orden, en el que el capitalismo y la tecnología contribuirían a gestar un mundo más estable, más libre, y en consecuencia, más predecible en materia política y económica.

Esta combinación de agentes, permitiría ir superando tensiones locales y males endémicos como las grandes desigualdades entre naciones y regiones. Sin embargo, los ataques del 11 de setiembre del 2001 impusieron, no sólo una nueva realidad aunque con antiguas raíces, pero también, determinaron que la tesis de Huntington tendría, al menos en los inicios del siglo XXI, una predominancia para explicar y, hasta cierto punto, anticipar la condición de conflictos o fracturas de carácter multipolar.

Estas fracturas están presentes hoy no sólo entre bloques culturales o religiosos opuestos, como la que se mantiene desde hace siglos entre el Occidente y el Islam, sino que ahora también, dichas fracturas se vienen generando dentro del propio orden político occidental. Uno de sus efectos más evidentes y contrario a Fukuyama, es el que afecta a los fundamentos ideológicos de los grandes sistemas de partidos de Occidente, pilares del orden democrático liberal. Es notorio el repliegue de relevancia de corrientes como la Social Democracia y la Democracia Cristiana y de los partidos de centroderecha y centroizquierda en Europa, –paladines de la gobernabilidad y estabilidad que forjó a la Unión Europea– ante el surgimiento y avance de movimientos populistas de extrema derecha en el corazón europeo.

La reciente elección en el estado alemán de Turingia, es un claro ejemplo del protagonismo político determinante que ha cobrado la extrema derecha, como así también en la Europa del Este, antiguo bastión del comunismo soviético, donde regímenes populistas o abiertamente autoritarios, como los de Polonia y Hungría, demuestran que la transición del comunismo hacia la democracia liberal está hoy amenazada. Fomentando esta fragmentación política e ideológica en Europa, está la Rusia de Vladimir Putin, interviniendo en los procesos electorales y apoyando a los movimientos anti europeístas.

En América Latina este fenómeno afecta hoy al Mercosur, con una Argentina co-gobernada por el peronismo tradicional y el populismo corrupto del “kirchnerismo”, enfrentada al Brasil de Jair Bolsonaro, con su narrativa y postura de un extremismo de derecha. Esta inédita coyuntura pone al nuevo gobierno uruguayo en el difícil brete de un conflicto que ya está instalado.

JUAN CARLOS CARDENAS / ARGENTINA

La otra singularidad es de naturaleza económica, pero permea a las dimensiones políticas y sociales del mundo, como nunca antes desde la Segunda Guerra Mundial. El capitalismo moderno, entendido éste como el que se generó con la apertura de China al mundo, treinta años atrás, junto al fenómeno de la globalización a partir de la década de 1990 y comienzos del siglo XXI, y con el agregado de la tecnología aplicada a prácticamente todos los ámbitos de la vida, enfrenta un conjunto de enormes desafíos en su complejidad natural y en la actual crisis que lo afecta. Dicha crisis, tiene un componente financiero y económico y otro de orden geopolítico.

Era improbable para la expansión económica, la dependencia de China bajo un régimen comunista cada vez más autoritario, cuando su economía representa hoy en casi un 25% en términos de PBI global y en un creciente curso de rivalidad y antagonismo geopolítico con los Estados Unidos. Era también improbable la perpetuidad de un blindaje monetario a las principales economías, ante los “shocks” imprevisibles como el actual, provocado por la crisis del coronavirus. Los bancos centrales ya prácticamente carecen de incentivos, mientras que a tasas cercanas a cero o negativas, y frente a una posible recesión, el sistema financiero requerirá de un nuevo rescate.

Sin considerar los aun impredecibles impactos de la pandemia en materia de la salud, pero ya manifiestos y en desarrollo en la frágil economía global, ni los efectos crecientes del cambio climático, éste es, en su esencia, el contexto internacional que espera al nuevo gobierno. De la prioridad que tenga dicho escenario en su agenda y en la toma de decisiones, dependerá su estabilidad y la de todo el país.

Bienvenido al mundo, señor presidente Lacalle. Y la mejor de las suertes.

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