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9 de enero 2022 - 5:05hs

En febrero se estrena Uncharted, adaptación del popular videojuego de Sony PlayStation, que tiene como protagonistas a dos de los actores más cotizados de la actualidad: Mark Wahlberg y Tom Holland, el nuevo Hombre Araña. El filme está dirigido por Ruben Fleischer, quien tiene dos exitazos de taquilla en su currículo, Tierra de zombis y Venom. Fleischer no es un genio a la altura de Andréi Tarkovski o Theo Angelopoulos interesado en retratar las peripecias metafísicas del espíritu, pero es un artesano de esos que puede mantener la acción librada de obviedades por dos horas y pico, duración promedio de las películas de aventuras hoy en día. Quienes siguen esta sabatina columna se han de estar preguntando por qué le presto atención a otra superproducción de las varias que intentan salvar a la industria del cine. Por esto: desde chico me han fascinado las películas de aventuras en la que los protagonistas deben encontrar un tesoro fabuloso como el de Genghis Khan, sobre todo aquellos botines que están en las profundidades submarinas. En Uncharted, el dúo principal debe encontrar el “mayor tesoro jamás encontrado”, uno que el mar esconde desde hace 500 años. La historia, como se habrán dado cuenta, trae inmediatamente a la imaginación la fisionomía de alguna carabela española cruzando el bravío oleaje oceánico. Y la imaginación está en lo correcto. La historia va por ese lado, no en vano Antonio Banderas es otro de los integrantes del elenco. El tema tiene atractivo desde el vamos y convertirá al filme seguramente en fenómeno de taquilla, porque además se relaciona con una de las obsesiones de entretenimiento de la actualidad: el turismo submarino.

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Del turismo en el aire al turismo en el agua. Del viaje a las estrellas a las estrellas de mar. El submarino amarillo ha sustituido a Star Trek. Le llaman turismo submarino. Por una cifra que por lo general no resulta nada módica se pueden visitar tesoros enterrados en barcos de otra época. Pero, para poder visitarlos, primero hay que encontrarlos. Ahí está la carnada, aunque los turistas convertidos en hombres con patas de rana nada tengan de pescado a pesar de que hayan caído en las redes de las compañías que organizan las expediciones para ver los restos de algún naufragio importante, o no tanto. Los mares y los ríos (frente a la capital uruguaya tenemos uno donde supuestamente todavía quedan tesoros sin recobrar) están llenos de barcos. Son miles, no cientos, los que conforman el paisaje submarino, ruinas húmedas de lo que fueron vidas en movimiento y que ahora solo ven pasar por sus restos la vida de los peces y de algún otro buceador que pueda llegar quizás con la esperanza de encontrar, si no un tesoro, al menos alguna pertenencia valiosa. 

Los fondos oscuros de los mares son, pues, la nueva moda del turismo exploratorio. Cientos se lanzan al agua buscando el secreto más oculto, no importa cuál sea. El placer está en el desafío. Quien haya estado en una tormenta en alta mar sabe que el océano no siempre es silencioso. Sus profundidades guardan secretos sobre el origen de muchas cosas, como así también infinidad de destinos que terminaron ahí, valga la paradoja, enterrados en agua. En el fondo (del mar) puede estar el principio de una cantidad de respuestas para las cuales solamente tenemos las preguntas. Aunque, por más que lo intenten los exploradores, el mar es un extraordinario confidente y guarda sus misterios mejor que Khan preservó los suyos. En el mar hay tesoros cuyos buscadores creen que algún día todos serán exhumados. 

No en vano, lo recorren miles de saqueadores que sin proponérselo pueden dejar las profundidades mojadas secas de tesoros y secretos relativos a la historia del hombre. El turismo submarino es una de las actividades preferidas por aventureros que quieren hacerse la América descubriendo lo que viene siendo buscado por siglos. Y como el mar, tal parece, es tierra de nadie, nadie tampoco tiene control de las cosas que pasan bajo la superficie del agua infinita. Algunos sitios marinos que bien podrían considerarse panteones de la humanidad cargados de reliquias están siendo devastados por la presencia constante de cazadores de tesoros y turistas oceánicos, que se llevan a su casa, o a una de remate, infinidad de objetos emblemáticos del pasado. Por su causa, por ejemplo, en pocos años no quedará vestigio alguno del Titanic, pues entre la labor de corrosión del agua y la presencia constante de cazadores y turistas inescrupulosos que por años saquearon el barco, la zona donde ocurrió el hundimiento se está convirtiendo en un páramo en extinción saturado de regulares turistas. 
Según Bob Ballard (1942), profesor universitario, descubridor de los restos del navío y autor del libro Return to Titanic, los restos que quedan del barco transatlántico se han ido deteriorando a pasos agigantados, tanto por la salinidad del agua como por la casi constante presencia de exploradores, cuyas pequeñas naves submarinas de exploración han acelerado el proceso de deterioro de los restos del barco. La estupidez humana ha podido más que la decadencia biológica. Desde comienzos de este siglo, cerca de 6.000 artefactos del barco han sido removidos y otros fueron vandalizados. “Lo que pasó con el Titanic y la zona donde está hundido es algo parecido a entrar al Museo del Louvre con un buldócer”, comentó Ballard, quien además cree que hay que mostrar respeto por el lugar del naufragio, pues allí se recuerda a las 1.523 personas que murieron, enterradas en una húmeda tumba común. El Titanic se hundió en una zona helada del norte del océano Atlántico, el 14 de abril de 1912, tras chocar con un iceberg, cuando realizaba el viaje inaugural entre Southampton, Inglaterra, y Nueva York.

Las excursiones a las profundidades de los océanos se multiplicaron en los últimos años y hay compañías que con el alto precio de la excursión incluyen una fiesta en el lugar. Tiempo atrás una pareja estadounidense se casó junto al navío naufragado y la ceremonia se realizó en la cubierta del mismo. Como puede suponerse, quienes llegan al sitio quieren luego llevarse algún suvenir, arrancando pedazos completos de la nave, sobre todo aquellos que son de madera. La historia del Titanic es una entre varias, pues se calcula que más de un millón de barcos de la antigüedad se han perdido en las profundidades marinas, escondiendo en sus fantasmales esqueletos valiosos secretos sobre nuestro pasado. Un pasado que puede perderse definitivamente si no se protege contra la vandálica curiosidad de turistas y cazadores furtivos de tesoros.

Termino con una invitación, realizada por una de las principales compañías de exploración submarina del mundo. Dice lo siguiente (si les interesa participar, me escriben y les envío el enlace donde registrarse):

    OceanGate Expeditions ofrece a un número limitado de exploradores la oportunidad de participar como miembros activos del equipo de expedición y bucear 3800 metros hasta los restos del RMS Titanic en el fondo del Atlántico Norte. Nuestra histórica segunda expedición anual al Titanic se compone de una serie de misiones de ocho días, durante las cuales hasta seis especialistas en misiones se unirán al equipo en el mar a bordo del barco de apoyo de la expedición. Cada especialista de misión realizará una inmersión en el naufragio y participará en operaciones de buceo en superficie mientras realizamos hasta cinco inmersiones sumergibles en el campo de escombros y restos del naufragio. 

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