Opinión > OPINIÓN - D. GASPARRÉ

El riesgo de creerse la propia magia económica

Mostrar el aparente éxito sin un análisis en profundidad que lo relativice es también sostener que se trata de un modelo que hay que continuar porque es exitoso
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29 de mayo de 2018 a las 08:29
Suele responderse a las críticas que se hacen al Frente Amplio sobre su supuesta política económica agitando los datos de crecimiento del PIB de los últimos quince años, que muestran una destacada y continua performance. Ya se ha abordado aquí el tema, pero la insistencia en repetir lugares comunes obliga a repasar los mismos argumentos una y otra vez, a fin de colaborar en lo posible a la cabal comprensión de lo que se discute.

Los estudiosos no ignoran el punto de inflexión que significaron las decisiones y lineamientos del presidente Jorge Batlle, que crearon una base de sustentación muy importante para el futuro, no solo por su manejo de la crisis de 2002, sino por su enfoque sobre los fundamentos de la economía. Apoyado en una tendencia de libertad económica y menos estatismo que ya se venía plasmando en otras administraciones y en los sectores productivos de la sociedad, Batlle actuó con valentía e inteligencia para cambiar un paradigma anticuado y fracasado, en el que el éxodo era la mayor alternativa laboral.

Esa economía heredó el Frente Amplio. Que además tuvo una doble suerte: la conocida suba en el precio de las commodities, y la presencia continuada e influyente de Danilo Astori, que no solo le aportó el apoyo inicial de una parte del centro, sino que puso durante los tres mandatos cierta cuota de equilibrio a las ruinosas demandas sistemáticas de los sectores más a la izquierda de la coalición, que proponían y proponen un regreso a las políticas fracasadas en todo el mundo, Uruguay incluido.

Es decir que la situación pudo ser peor, si vale esto de consuelo. El Frente tiene otro golpe de suerte: la aparición en Argentina del nefasto kirchnerismo, que no solo eliminó un competidor ganadero importante, sino que expulsó la inversión agrícola a estas playas, al igual que su tecnología de avanzada, lo que empujó hacia arriba los precios de la tierra y aumentó la producción y la exportación. Lo mismo ocurrió con la actividad inmobiliaria, favorecida por el entonces secreto fiscal y bancario, ya muertos. Entre dos monstruos, los argentinos eligieron el menos malvado. Eso tuvo impactos relevantes en el PIB, que habría que descontar antes de atribuirlos simplísticamente a méritos del gobierno frenteamplista, que solo los aprovechó, o desaprovechó.

Surgió así una amplia base de contribuyentes temporarios, a los que se le podía sacar más impuestos sin demasiadas protestas ni resultados negativos evidentes, ya que en definitiva obraban como inversores circunstanciales para quienes los impuestos eran parte de una ecuación financiera. De eso se aprovecharon con liberalidad los gobiernos frenteamplistas.

A su vez, la suba de las commodities tuvo varias virtudes. La más evidente fue aumentar el PIB, tanto por su acción directa como por el efecto derrame. Ese superingreso permitió subir gastos del estado e impuestos, salarios públicos y privados, endurecer condiciones laborales, juicios, tarifas de las seudoempresas de servicios del Estado, sin que se produjeran demasiadas reacciones del sector productivo que del otro lado gozaba de un superingreso inesperado.

Ese aumento del gasto, los impuestos, los salarios y las tarifas incrementó temporariamente el PIB. Al igual que aumentó el consumo de quienes recibían la gracia de esas dádivas del Estado. Porque, debido a la metodología, si el estado cobrase aun más impuestos, podría duplicar o triplicar el PIB, dependiendo del grado de tolerancia ovejuna del contribuyente, o del momento de su quiebra. En términos más simples: la redistribución de ingresos y ahorros de un sector de la población por parte del estado siempre provoca una mejora en el PIB, que dura lo que dura, o hasta que se extingue la víctima de la confiscación impositiva. Eso es lo que no suele puntualizarse cuando se exhiben los resultados de crecimiento en los últimos quince años.

Tampoco puede omitirse que el gasto del Estado ha crecido en los últimos diez años con relación al PIB más que lo que creció el propio PIB en ese lapso, al igual que la deuda pública. Eso también ayuda a mostrar resultados exitosos en un par de índices, cuya aparente mejora no tienen correlación con la realidad, ni son duraderas (ver los tratados magistrales de Cristina Fernández de Kirchner, sobre este punto).

Esto lo ven con toda claridad, sin necesidad de leer esta nota, los sectores productivos, las pyme, los exportadores de manufacturas, casi todo emprendimiento privado, que sufren las consecuencias diarias de esas políticas. Las grandes empresas de bienes de consumo no lo notan plenamente aún, justamente porque reciben las ventajas de una demanda inducida por el gasto y el redistribucionismo impositivo. Por ahora.

El superprecio de las commodities se ha diluido, pero no así la presión impositiva y salarial sobre el sector y toda su área de influencia. Los argentinos se han ido, porque prefieren frente al ogro frenteamplista al ogro gradualista macrista. La inversión inmobiliaria no renta sin secreto bancario y fiscal, con lo que también se desvanece otra fuente de ingresos, que en el caso cisplatino se acrecienta porque el blanqueo combinado con las Lebacs le ofrece atractivos imposibles de rechazar. Menos si se analiza el costo de la mano de obra, otra concesión política del Frente.

Haría muy mal cualquier gobierno –y de paso cualquier analista– en regodearse con las cifras de crecimiento pasado y creer que son fruto de un brillante manejo económico –sin desmerecer con esta aseveración el prolijo manejo fiscal que sigue defendiendo Astori, por suerte–. Se está planteando un nuevo escenario en el que repetir el modelo de los últimos doce años confiados en esas cifras puede ser doblemente engañoso. Porque el éxito no fue tal, ni tanto. Porque muchas fuentes de recaudación están exangües o en rebeldía. Y se puede volver a ajustar desempleo por éxodo, lo que sería grave, ya no solo en lo económico.

Si bien el presidente y el vicepresidente han dejado claro que la opción de aumento de tributos no está en carpeta, preocupa que se hable dentro de la coalición de encarar más obras públicas y se de preferencia en ellas a las empresas orientales como modo de reactivar, una garantía de resultados traumáticos. También que se baraje la idea de incluir una cláusula antidespido en los convenios colectivos privados, generalizando la perniciosa protección de que goza el empleo estatal.
El resultado de esta suma de autocomplacencias, tanto dentro del gobierno como en los sectores beneficiados con la lluvia de maná económico de varios tipos, es el acostumbramiento de grandes sectores de la sociedad al facilismo de esos formatos de populismo, aunque ese populismo fuera suave, disimulado, gradual y calmo. Y ello implica un alto riesgo.

Porque al despertarse del acto de magia, suele ocurrir que los voluntarios que se ofrecieron a ser hipnotizados crean que lo que pasó no fue fortuito, y defiendan la continuidad de una ensoñación, o se crean despojados o desplazados por toda medida de gobierno que tan solo quiera volver a la realidad, o aceptarla.

Mostrar el aparente éxito de varios años sin un análisis en profundidad que lo relativice es también sostener que se trata de una constante, de un derecho, de un modelo que hay que continuar y repetir porque es exitoso. Eso convierte en una especie de canalla a quienquiera que advierta que ese modelo fue precario y oportunista y ya no sirve ni aún en esos términos. Y paraliza a quien tuviere la tarea de gobernar, sin importar el signo de su ideología.

Para mayor abundancia teórica, pregúntele a cualquier pequeña o mediana empresa.

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