Ross Road, en Stanley

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El secreto mejor guardado del Atlántico Sur

Una recorrida por las Falkland o —como las conocemos en Uruguay— las Malvinas, un archipiélago de paisajes hermosos con pasado de guerra e identidad británica
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09 de diciembre de 2011 a las 18:12

Aunque los oficiales británicos le llamen “el conflicto” y los isleños lo denominen simplemente “el ‘82”, la presencia de la guerra de poco más de dos meses que transcurrió hace tres décadas en las Falklands se le hace presente al visitante enseguida.

Para empezar, la llegada por avión (luego de conectar Montevideo con Santiago de Chile, para luego llegar a la sureña Punta Arenas, desde donde se vuela a las islas y se evita así el espacio aéreo argentino) se realiza a una base militar, llamada Mount Pleasant, construida por el ejército de Su Majestad luego de la guerra, en el lugar donde se libró una sangrienta batalla.

A lo largo del camino –en unos tramos asfaltado y en otros simple pedregullo– entre la base y la capital de las islas, Port Stanley, se ven varias parcelas de campo delimitadas con alambres y carteles avisando que allí todavía hay minas antipersonales. Hay algunos pozos que fueron trincheras y en un páramo de pasto corto se ven los hierros retorcidos y herrumbradas de un helicóptero Chinook argentino. Todo eso en la primera media hora de estadía.

Y si a esta le sumamos los preconceptos que uno tiene y lo que ha leído sobre la guerra, la polémica, la controversia diplomática, las acciones económicas, los embargos y la rivalidad, parecería que el tema se volviera omnipresente.

Pero basta atravesar esta barrera inicial para comenzar a entender que detrás de la palabra por la que estas islas se hicieron famosas existe otra realidad, hasta ahora bastante poco explorada turísticamente y por lo tanto bastante poco explotada económicamente. Lo que quizás haga aún más hermoso este paisaje insular, a priori desolado.

Las Islas Falklands/Malvinas tienen solamente 3 mil habitantes (si no contamos los 3.500 soldados que viven en la base de Mount Pleasant y rotan su estadía cada unos meses) y eso hace que lo humano sobre el territorio sea apenas una mínima mancha en un paisaje que por momentos semeja los parajes más solitarios de Tacuarembó o Durazno: pasto corto, cerros pedregosos, ausencia completa de árboles y algún arroyuelo zigzagueante que dibuja un garabato en la tierra.

A pesar de que los separan unos 15 mil kilómetros de distancia, como por un capricho del destino el paisaje de las islas también se parece mucho al de las highlands escocesas o al de las islas del Mar del Norte, de donde llegaron muchos de los inmigrantes que poblaron las Falklands a lo largo del siglo XIX. El suelo es de turba esponjosa, una tierra negra combustible como la que existe en las islas británicas y en Irlanda.

Las vistas rurales son de una hermosa rusticidad: el cielo está cargado de nubes, la lluvia está amenazante, la luz es uniforme y refleja el verde pálido del pasto, el gris pétreo de las rocas, el negro oscuro de la turba.

La ausencia humana resalta la presencia animal. Allí anida, entre otros, el Upland goose (ganso de Upland), con el que los isleños preparan un paté muy grasoso pero de gusto exquisito. Otra presencia cercana son las ovejas, introducidas en el siglo XIX, que apenas prestan atención a los visitantes.

Pero esta paleta de colores apagados se altera totalmente cuando uno se acerca a la costa. La primera sorpresa es el color del agua: por momentos de un verde esmeralda, por momentos calipso, parece la de las playas del Caribe, con el detalle que está muy fría. En esas playas es donde surge un espectáculo de fauna. Aparecen inmensas colonias de diferentes tipos de pingüinos (Magallánico, King, Rockhopper, Gentoo), comunidades de leones marinos, decenas de aves de gran porte como petreles, albatros, caranchos rapaces, gaviotas y cormoranes.

En Sea Lion, una isla ubicada un poco fuera del archipiélago (compuesto por más de 700 islas) que es una reserva natural, al amanecer se pueden ver orcas que rondan a los leones marinos jóvenes en este inicio de diciembre en que todavía viven en sus playas.
Dependiendo la época del año, las islas se transforman en escala de grandes comunidades de ballenas y de delfines australes, en cantidades que según el biólogo italiano Filippo Galimberti (que pasa cuatro meses al año en Sea Lion) no tienen nada que envidiarle a Península Valdés.

Los caminos más usuales en las islas son senderos hechos por las Land Rover, el auto nacional de las Falklands. El que no tiene una 4x4 se encuentra realmente inmovilizado. El servicio aéreo en avioneta del gobierno de las islas (Figas, en su sigla inglesa) es la forma más práctica y rápida de visitar el archipiélago.

La temperatura en verano, hasta febrero, ronda los 17 grados, y tienen muchos días soleados. El invierno es muy duro, y es frecuente la nieve.
Hoy, las Falklands reciben unos 60 mil turistas al año, principalmente europeos que descienden de los cruceros del Atlántico Sur. Pero para el resto del continente, el territorio de las islas se mantiene como un trágico escenario bélico que detrás encierra una gran interrogante. La guerra y la política escondieron un paraíso natural a descubrir.

El “che” de los kelpers
A pesar de la pequeñez relativa del tamaño de la población, la sociedad isleña presenta algunas particularidades interesantes. Los habitantes nacidos en las Falklands se denominan kelpers en honor al kelp, una hierba marina que reposa en la mayor parte de las playas del archipiélago. En su amplia mayoría tienen ascendencia británica.

Pero desde hace unos quince años, el paisaje humano comenzó a cambiar. La principal minoría la representan los chilenos, que en general se dedican a los servicios. También hay gente que llegó de la isla de Santa Helena (donde murió Napoleón), de Filipinas, de Perú, de Rusia y de Indonesia, que llega como tripulación de los barcos pesqueros y se afincan en Stanley.

Ese panorama multicultural se reúne todas las noches en los pubs del pueblo, donde la cerveza corre con fuerza hasta las 23:30, cuando una campana anuncia el fin de la venta de alcohol y ya no se puede tomar más Carlsberg, ni Forster’s, ni Heineken ni Bud o Miller, las que se consumen allí.

En Deano’s, por ejemplo, son comunes las competencias de dardos. En The Trough, tocan algunas bandas en vivo, como The Fighting Pigs, que hacen covers de grupos ingleses. Entre los civiles también se ven algunos militares de la base, que van a bailar y a beber.
Por todo esto no es raro que produzcan algunas peleas entre borrachos, uno de los principales problemas que tiene la pequeña policía de Stanley.

Cuando la noche termina y desde el este ya clarea, los kelpers se despiden con un sonoro “goodbye, chey”, que es su forma de decir nuestro “che”, y que integra –con otras decenas de palabras de origen español traídas por los gauchos que llegaron durante el siglo XIX– parte de la identidad cultural de las islas.

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