AFP

Encrucijada en Perú

Qué es lo que realmente está en juego en las elecciones del país andino

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09 de abril de 2021 a las 05:01

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Este domingo en Perú tendrá lugar una de las elecciones más interesantes de los últimos tiempos. Pero lo más difícil será acertarle al ganador; o más bien, a los dos candidatos que a buen seguro habrán de pasar a segunda vuelta.

En este momento, se da un inédito quíntuple o séxtuple empate en los sondeos, lo que ha vuelto intratables las quinielas.

El puntero durante el último mes y medio largo, Yohny Lescano —como la grafía de su nombre de pila, extraño candidato de centro-izquierda viniendo de filas de un partido conservador como Acción Popular—, ha sufrido una caída tan pronunciada la última semana que ya nada parece seguro.

El espectacular repunte del polifacético economista y pensador liberal Hernando de Soto hace suponer que tendría buenas chances de colarse al ballotage. Pero la realidad es que está a dos o tres puntos de Lescano (dentro del margen de error) con cerca de 8%, y rueda a rueda con todo el pelotón que integran la candidata del fujimorismo, Keiko Fujimori; el ex portero de Alianza Lima, George Forsyth; la candidata de la izquierda, Verónika Mendoza; y el empresario ultraconservador Rafael López Aliaga. Todo puede pasar.

La veda de encuestas, que en Perú dura toda la semana previa a los comicios, genera aun más incertidumbre y volatilidad en las preferencias. La única certeza es que tal fragmentación del voto en primera vuelta implicará la elección de un Congreso sumamente atomizado, con complicada formación de mayorías. Aunque tal vez el hecho de romper, por primera vez en muchos años, con el control del fujimorismo permita barajar y dar de nuevo en una institución con la que los peruanos históricamente han tenido una relación compleja.

Con buena suerte y viento a favor, también es posible que permita restañar las heridas dejadas por la ola de protestas y la enconada polarización que suscitó la destitución del ex presidente Martín Vizcarra el año pasado, así como el escándalo del “Vacunagate”, que puso al descubierto la verdadera catadura moral y la total falta de escrúpulos de un individuo por el que en vano se había derramado sangre joven en las calles del Perú.

Lo que está en juego a nivel regional es mucho más que la disyuntiva entre una posible inclinación del fiel de la balanza otra vez hacia los gobiernos de izquierda (como un eventual triunfo de Verónika Mendoza podría sugerir) y la consolidación de una mayoría de gobiernos liberales que, en una lectura simplona, garantizaría De Soto.

Al final del día, lo que realmente está en juego es el debate de siempre: más o menos Estado. Con la peculiaridad de que ese debate se da ahora con creciente intensidad dentro de los gobiernos liberales, no solo de América Latina, sino del mundo.

La pandemia del covid lo ha acelerado todo; pero en particular una tendencia que ya se venía perfilando dentro del liberalismo: la necesidad de políticas fiscales más expansivas y una sensibilidad keynesiana que permita corregir las desigualdades y combatir la pobreza y la precariedad laboral. ¿Se acuerdan del “liberalismo progresista” de Emmanuel Macron, por el que muchos fenómenos se burlaban acá de Ernesto Talvi? Bueno, algo así pero con gasto público efectivo en transferencias y ayudas a sectores vulnerables.

Ya varios economistas liberales discuten hoy hasta la mejor forma de implementar la Renta Básica Universal. Y hacia eso vamos, en un mundo con robots y algoritmos hasta en las tazas de café, donde muy pronto desaparecerán la mitad de los empleos que conocemos.

El presidente Biden acaba de aprobar un paquete de ayuda de 1,9 billones de dólares, tras lo cual Paul Krugman desde las páginas de The New York Times declaró muerta —en un doble juego de palabras— la era de “la era del Estado grande se acabó” y terminado “el fin del Estado de bienestar como lo conocemos”.

A la misma tesis parecen afiliarse gobiernos como los de Sebastián Piñera en Chile, el país de la región con el mayor paquete fiscal para ayudar a familias y empresas, y el del propio Lacalle Pou. La era del Estado ínfimo parece cosa del pasado.

En ese contexto, Perú pasa por su mejor momento fiscal; su economía es una de las más robustas de la región, a pesar de la inestabilidad política de los últimos tiempos. Con las cuentas en orden, la deuda pública más baja de la región, una de las monedas más fuertes y amplio acceso al crédito internacional, parece haber llegado la hora de intentar revertir por fin ese 20% de pobreza y mejorar las condiciones de ese 70% de la población activa que trabaja en la economía informal.

Así lo entienden también los propios peruanos. De ahí el ascenso, ahora trunco, de Lescano. Si bien el candidato peruano que mejor parecía encarnar esa tendencia mundial liberal progresista era Julio Guzmán. Pero la gestión del actual presidente interino, Francisco Sagasti, correligionario suyo, y sobre todo, el bochorno de haber huido del apartamento de una amante en medio de un incendio incipiente, hundieron su candidatura aparentemente sin remedio.

Sin embargo, es De Soto quien enarbola ahora esas banderas. Habla de “economía social de mercado”, ha estudiado al sector informal, recorre los barrios pobres y parece ser el candidato mejor capacitado, no solo para gobernar, sino también para interpretar las nuevas corrientes de pensamiento y hacia dónde se dirige el mundo.

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