Juan José Ramos y Eduardo Fernández, de AEBU

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Entre la "flor y el garrote": los días difíciles que marcaron a fuego la vida de los sindicatos

"Se cierra un banco y es como un dominó. Arrasa con todo, jode a los ahorristas, jode a las empresas, jode a los empleados", recuerda hoy Eduardo "Lalo" Fernández, entonces presidente de AEBU
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30 de julio de 2022 a las 05:01

Era fácil prender fuego la pradera.

A mediados de 2002 la sociedad era un hervidero y el conflicto asomaba en cada esquina. En los primeros días de junio el presidente Jorge Batlle se llevó un escupitajo estampado en la espalda durante una recorrida por el liceo 55, mientras un conjunto de trabajadores del Casmu le protestaba a golpe de cacerolas. En esos días el mandatario colorado tuvo que suspender una visita a una planta de la Conaprole. Eran tiempos difíciles.

El ministro del Interior, Guillermo Stirling, llamó el 4 de junio a la cúpula del PIT-CNT para bajar la pelota, en un escenario en que altos mandos del gobierno manejaban que había prácticamente una guerra declarada. “Vamos a escuchar a Stirling porque nos ha recibido hasta más que el propio ministro de Trabajo. Pero no vamos a ser reprendidos”, decía Juan Castillo, entonces secretario de Organización de la central sindical. 

El movimiento sindical acusaba a la administración por la "falta de respuestas", la proliferación de ollas populares, la agudización de la crisis, pero –pese a las voces más críticas motivadas por lo drástico de la coyuntura– no dejó nunca de reivindicar la estabilidad institucional. 

La Asociación de Bancarios (AEBU) la vio desde primera fila, y ya en 1999 había puesto el grito en el cielo por la situación del sistema bancario. "Se cierra una empresa y es un drama. Pero se cierra un banco y es como un dominó. Arrasa con todo, jode a los ahorristas, jode a las empresas, jode a los empleados", recuerda hoy Eduardo "Lalo" Fernández, entonces presidente del sindicato. 

“Cada paso que dabas te generaba situaciones muy duras, pero también era lógico que el bancario te exigiera por la suya”, afirma el exsindicalista, quien luego fue secretario general del Partido Socialista. A mediados de junio, AEBU se desmarcó del paro general definido por el PIT-CNT, en el entendido de que promovía el “desgaste” y la “profundización del deterioro de las organizaciones sindicales”, que no contribuía “al objetivo de modificar la política económica del gobierno”. 

“En su afán por mostrarse conciliador para evitar un mayor resquebrajamiento de la estabilidad de la banca, el gremio entrega una flor al gobierno en sus declaraciones públicas y en sus intenciones de negociar, pero al mismo tiempo tiene pronta en la otra mano un garrote para cuando llegue el momento de defender los puestos laborales”, redactaba El Observador en su crónica del 1° de agosto del 2002, en plena vigencia del feriado bancario.

Con las actividades suspendidas en los bancos Montevideo, Caja Obrera, Comercial y de Crédito, el sindicato estimaba por encima de 2.000 puestos laborales afectados. El conflicto estaba servido, pero habían voces minoritarias que pedían huelga general. La mayoría primó bajo la premisa de no poner en jaque la apertura de bancos que empezaba a gestarse en esos días, tras cuatro días de inactividad. 

Juan José Ramos y Eduardo Fernández, de AEBU

En una asamblea con casi 8 mil delegados en el Cilindro Municipal, la vertiente más moderada lograba el amplio respaldo para mantener la línea negociadora con la administración, incluso cuando algunos dirigentes llegaron a plantear que AEBU no tendría que haber permitido la reapertura de los bancos el lunes.

No por ello el vínculo era todo color de rosas entre gobierno y sindicatos. Tanto AEBU como el PIT-CNT salieron al cruce de los operativos contra los saqueos en la periferia de Montevideo, y había malestar con el ministro Stirling, quien atribuía que esas acciones parecían organizadas. “Los trabajadores uruguayos vamos a tener que ponernos a la cabeza de un movimiento nacional que le dé de comer a los uruguayos”, clamaba el responsable de la banca privada en AEBU, Juan José Ramos, uno de los protagonistas de la historia, hoy fallecido. 

Y aún así la línea directa siempre estuvo. Fue a las pocas horas de haber aceptado ser ministro de Economía que Alejandro Atchugarry llamaba a Ramos y a Castillo, asegurándoles que sería el mismo Atchugarry que en el Parlamento. “Nos habíamos acostumbrado tanto a la insensibilidad y parquedad de (Alberto) Bensión que confieso que me sorprendió la llamada de Atchugarry”, dijo Castillo en ese entonces.

Uno de los testigos de primera mano en el movimiento sindical fue Richard Read, entonces líder de la Federación de la Bebida. En entrevista con Más Temprano que Tarde, 20 años después, resumió: “No hubo una asonada, un disparador. No terminó con sangre, y eso lo reivindico. Era muy fácil prender fuego la pradera”. 

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