El Fondo Monetario Internacional (FMI) tiene una crisis de identidad. Su papel tradicional como entidad crediticia de última instancia ha sido usurpado por los bancos centrales que han inyectado billones de dólares en los mercados financieros. Dos de sus mayores accionistas — EEUU y China — están enfrascados en un conflicto cuya solución aún no se vislumbra. Y la reputación del Fondo por la escrupulosidad de sus datos está en peligro por el escándalo en el que se ha visto envuelta su directora gerenta, Kristalina Georgieva, del período cuando dirigió el Banco Mundial. De hecho, quizás el Fondo no vuelva a ser el mismo.
Para la mayoría de los países ricos y de ingresos medios, el FMI ya había perdido hace tiempo su importancia, gracias, en parte, a los programas de flexibilización cuantitativa vigentes desde la crisis financiera de 2008. ¿Para qué pedir préstamos del FMI con condiciones estrictas cuando los inversionistas, privados de rendimiento, están dispuestos a prestar lo mismo, casi de forma tan asequible, y sin condiciones? Como dice un alto cargo del FMI: “Los bancos centrales nos han dejado fuera del negocio”.
La impresión de dinero motivada por la pandemia de covid-19 no hizo más que acelerar esta tendencia. Durante la pandemia, el FMI prestó ayuda de emergencia a 100 países. Aunque la ayuda fue efectiva, fueron cantidades menores, ya que todos los beneficiarios se encontraban entre las economías más pequeñas y pobres del mundo.
Aun así, un papel más de desarrollo para el FMI podría encajar bien con las habilidades de Georgieva. Como exdirectora ejecutiva del Banco Mundial, se le considera una economista progresista en comparación con algunos de sus predecesores más austeros en el Fondo. “Gasta todo lo que puedas y guarda los recibos”, ha sido su mantra pandémico. Pero esto representa un cambio importante con respecto al papel habitual del FMI de proporcionar apoyo de liquidez de emergencia.
La creación el mes pasado de US$650 mil millones en derechos especiales de giro (DEG) ilustra este cambio. El Fondo distribuyó estos DEG, una cuasimoneda, a todos sus miembros como ayuda monetaria gratuita, para los fines que consideraran oportunos. Para algunos, la pandemia exigía esa respuesta. Para otros, se torcieron las normas para distribuir un impulso fiscal por la puerta trasera, incluso a autoritarios indeseables como Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia.
El programa de DEG también marcó el fin, según los críticos, de los programas nacionales habituales del FMI, elaborados dentro de un cuidadoso marco que incluye una vía de recuperación, análisis detallados de la deuda y otros aspectos de políticas públicas. Los desembolsos a Ucrania en el marco de un programa de US$5 mil millones del FMI, por ejemplo, se han retrasado en repetidas ocasiones por no haber abordado la corrupción.
En cambio, ahora se corre el riesgo de que se produzca una peligrosa avalancha de gastos desenfrenados. Como ha dicho la economista principal del Banco Mundial, Carmen Reinhart, sobre algunos de los últimos prestatarios del FMI: “En algunos casos, la evidencia será abrumadora de que no se trata de un problema de liquidez sino de solvencia”.
En medio de esta crisis de identidad ha surgido ahora un escándalo que amenaza con destruir uno de los activos más valiosos que le quedan al Fondo: la credibilidad. Según una investigación independiente, mientras ocupaba el cargo de directora ejecutiva del Banco Mundial, Georgieva presuntamente concertó esfuerzos para aumentar artificialmente la clasificación de China en el influyente informe anual Doing Business de la entidad crediticia. Y lo que es peor, en ese momento estaba intentando recaudar capital para el banco de parte de China y otros países.
La junta directiva del FMI está realizando una investigación. Mientras tanto, los funcionarios dicen que el escándalo ha puesto en peligro la capacidad del FMI para anteponer la verdad al poder. Si Georgieva manipuló datos a instancias de China en el Banco Mundial, ¿no podría el FMI, bajo su dirección, plegarse también a los intereses de otros gobiernos?
Al final, puede que no sean ni los supuestos datos dudosos ni el cambio de rumbo del FMI lo que determine su destino. Si Georgieva se va, probablemente será porque se puso en el lado equivocado de la batalla entre EEUU y China, el mayor y el tercer accionistas del Fondo, respectivamente.
Es significativo que, la semana pasada, tanto los demócratas como los republicanos de la comisión de servicios financieros de la Cámara de Representantes citaron la investigación del Banco Mundial y cuestionaron su idoneidad para dirigir el FMI. Georgieva ha negado las acusaciones y se ha defendido enérgicamente. Sin embargo, quien finalmente salga victorioso de este asunto cada vez menos edificante, probablemente no sea el FMI.