La secuencia se repite: un extranjero llega a un puesto migratorio de Uruguay —casi en su mayoría por la frontera seca que divide al país con Brasil—, dice que su vida corre peligro y pide refugio. Lo dejan entrar y su status queda en un limbo hasta que en una entrevista con la Comisión de Refugiados se determine si es meritorio del asilo o no. Pasan los días y nadie lo llama. Pasan los meses y no hay respuesta. Pasan, en promedio, dos años para que esa entrevista se concrete. El sistema está asfixiado.
El Ministerio de Relaciones Exteriores reconoce que el 2023 acabó con 24.193 solicitudes de refugio acumuladas —léase peticiones a las que todavía no se les dio trámite—, y que “el promedio actual de tiempo de espera para llevar a cabo la entrevista se encuentra en dos años”, según el documento de “diagnóstico” aprobado por la Comisión de Refugiados en el que se reconoce que el sistema entró en colapso.
Solo el último año, al menos 9.129 personas solicitaron refugio en Uruguay. Dada la espera acumulada, casi la totalidad de esos recién llegados todavía no tuvieron la entrevista formal de petición de asilo. Y si bien eso no los pone en un riesgo inminente —porque Uruguay les da una cédula de identidad provisoria que les permite el acceso a un trabajo formal, a la prestación de salud y educación de los hijos—, les implica quedar en un limbo, les retrasa la posibilidad de acceder a nuevos documentos de viaje y les enlentece cualquier reunificación familiar que busquen.
¿A qué se debe el colapso? El documento de “diagnóstico” que aprobó la Comisión de Refugiados refiere a dos principales razones: la falta de recursos (la comisión permanente solo tiene dos personas fijas) y la escasez de alternativas migratorias para poblaciones que no manifiestan estar siendo perseguidas y quieren radicarse en Uruguay.
Por ejemplo: de los más de 9.000 solicitantes de refugio del último año, 7.293 son cubanos. Esos isleños suelen llegar a Uruguay en busca de un futuro mejor y no necesariamente porque su vida corra peligro o sean perseguidos políticos (aunque al tratarse de una dictadura puede entenderse que incluso la “migración económica” podría estar bajo el paraguas de un asilo). Como a los cubanos se les exige una visa de ingreso, cuyos requisitos no alcanzan casi ninguno de los inmigrantes recientes, la única vía que tienen para regularizar su situación es iniciar el proceso de solicitud de refugio y luego renunciar a esa petición.
Existen al menos tres opciones “sencillas” para que esos cubanos no tengan que entrar en el sistema de refugiados y cuenten con una alternativa para migrar a Uruguay con los papeles en regla. La más obvia es que se quite el requisito de visas, pero eso supone un acuerdo binacional que los países no están dispuestos a dar (mucho menos Cuba que está intentado retener a la población económicamente activa que se le está yendo en masa). La otra —que por ahora es la más viable— es que un algoritmo en el puesto migratorio detecte que, por las características, ese recién llegado no es un refugiado y se le deje demostrar que carece de antecedentes penales y que cuenta con un sustento de vida para que inicie su residencia. La tercera es generar un punto de trámites en Guyana para conseguir una visa especial por única vez.
¿Por qué Guyana? El pasaporte cubano es uno de los peores posicionados en el índice de Henley: solo admite el ingreso sin visa a 64 países. Guyana es uno de esos pocos Estados —y el único de Sudamérica— que admite el ingreso de cubanos sin visa. Los isleños puede permanecer allí hasta 90 días sin mayores problemas. Entonces es Guyana la puerta de entrada a la odisea migratoria de quienes salen de Cuba e intentan una ruta en dirección al sur.
Desde que un pequeño virus 400 veces más pequeño que el grosor de un cabello —y al que los científicos llamaron Sars-Cov-2— originó una pandemia, Cuba padece la mayor fuga de su población desde la revolución castrista. El turismo de desplomó, la infraestructura mostró sus falencias, los remedios escasearon, también la comida y cerca de medio millón escapó a Estados Unidos (sin contar los otros miles que viajaron al sur, incluyendo a Uruguay).
En la Comisión de Refugiados de Uruguay existe un consenso de que el país no va a rechazar el ingreso de inmigrantes que quieran radicarse: hay un argumento económico (Uruguay empezó su declive poblacional y necesita gente) y existe una razón humanitaria histórica (un país de puertas abiertas). Pero también está instalada la idea de que el colapso del sistema de asilo debe revertirse de manera urgente y los asesores estiman que esa "urgencia" tiene que leerse como "en los próximos dos meses". ¿Por qué? El ciclo electoral es probable que corra de foco las prioridades y que Cancillería, así como otras instituciones involucradas, se focalicen en aquellos asuntos que les den votos.
También está claro que Uruguay no puede seguir manteniendo un sistema de entrevistas como lo hacía cuando llegaban 100 solicitudes de refugio por año (y ahora hay más de 9.000). Según respondió Cancillería, el año pasado solo se llegaron a confirmar 1.463 refugios entre el cúmulo de solicitantes que viene arrastrándose.
Mucho menos si se tiene en cuenta que Acnur (la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados), proyecta que la tendencia de crecimiento de solicitudes de refugio continúe su alza. Ya en los primeros meses de 2023 habían dado cuenta de ello: “más de un millón de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares en Somalia debido al conflicto, las inundaciones y la sequía; un conflicto estalló entre las fuerzas armadas rivales de Sudán, con efectos devastadores en la población civil, incluidos los más de 3,5 millones de personas desplazadas internas sudanesas y 1,1 millones de personas refugiadas acogidas en el país; para finales de mayo de 2023, el número de personas desplazadas por la fuerza en Myanmar aumentó en 331.600 desde finales de 2022 hasta situarse en 1,8 millones; mientras que la cifra de personas desplazadas internas en la República Democrática del Congo ascendió a 6,2 millones ”, y la cuenta sigue.
Uruguay, por ejemplo, sigue siendo recepción de una parte mínima del éxodo cubano (el más grande en la región desde que hay registros) y continúa recibiendo a desplazados colombianos que escapan de un país en que la palabra “paz” no alcanzó su máxima expresión.