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Estados Unidos y China se plantean regular la desafiante y vertiginosa Inteligencia Artificial

Washington y Beijing quieren poner límites a los programas capaces de generar actividades y diálogos informáticos de programas similares a las conversaciones y conductas humanas
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13 de abril de 2023 a las 05:00

Cientos de millones de personas ya conversan con un robot que modula como una voz humana y procesan miles de millones de algoritmos con la capacidad de dar respuestas a preguntas complejas y, además, recordar ese diálogo para que en el siguiente la conversación pueda avanzar como un vínculo similar al establecido entre los humanos.

La velocidad de desarrollo de programas de Inteligencia Artificial (IA) del tipo chatbots (robots que conversan) en los últimos meses generó alarma en las capitales de los países centrales. Aunque resulte curioso, el proceso es tan vertiginoso que las dos grandes superpotencias están en el mismo camino. Quieren intervenir, controlar, legislar. En definitiva, poner límites a algo que quizá sea apenas el principio de esta nueva era informática.

Más allá de lo que se planteen los órganos legislativos o los jefes de Estado de las principales economías del mundo, el desarrollo de la IA está del lado de las empresas privadas, donde se entrecruzan intereses muy complejos. Por caso, el empresario Elon Musk, no solo tiene plantas de automóviles Tesla en la costa oeste de Estados Unidos, donde están las principales compañías y laboratorios de alta tecnología informática. Tesla también tiene fuerte presencia en China.

Musk es uno de los fundadores, junto a Sam Altman, de OpenAI (Inteligencia Artificial Abierta) que se presenta como una compañía sin fines de lucro para promover la IA “en beneficio de la humanidad”. A OpenAI llegan millones y millones de datos de usuarios de las más variadas actividades. Esos datos, procesados por algoritmos, permiten saber los gustos, necesidades y personalidades de esos millones de usuarios.

La compañía de Musk y Altman desarrollaron en los últimos meses dos versiones de ChatGPT (chatbots), la última versión es la GPT-4 lanzada el 14 de marzo pasado y es capaz de captar cualquier pregunta de cualquier usuario hasta hacerse tan amigable como una mascota. Con la ventaja de que contesta en el mismo lenguaje que su amo, recuerda su nombre, sus gustos, sus citas, averigua todo lo que su interlocutor humano desea.

En un mundo plagado de conflictos y de guerras abiertas, de millones de niños que pueden acceder a esos nuevos programas con solo tener el dispositivo y hablarle, el primer país en encender las alarmas fue Italia, cuyo gobierno decidió bloquear el ChatGPT por no respetar la legislación sobre datos personales y carecer de un sistema de verificación de la edad de los usuarios menores.

Washington y Beijing parecen estar en caminos similares. Nadie podría decir que la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, tenga algo que ver con el mandatario chino Xi Jinping, comunista y promotor del capitalismo de Estado, ni que alguno de ellos se parezca al demócrata Joe Biden, que está al frente de la primera potencia bélica y promueve un capitalismo en beneficio de los privados.

Sin embargo, este nuevo escenario, los tiene preocupados por igual, con perspectivas y motivaciones distintas. Washington quiere regular la inteligencia artificial, Beijing busca que esos programas no se inmiscuyan en datos que quiere mantener blindados. Y tras estas iniciativas, también van Berlín y París. Con el correr de los días, la lista se va a engrosar.

Al mismo tiempo, OpenAI pondrá el acelerador para adecuarse a las normativas y penetrar en los teléfonos móviles y computadoras portátiles de cientos de millones de personas con programas que les hablen en los idiomas de los usuarios. Y, de algún modo, pondrán los filtros para no intoxicar a los niños, que por supuesto ya son parte de esa sociedad digital de última generación.

La Casa Blanca dispuso un período de dos meses para recoger ideas sobre cómo legislar para poner freno en campos tan difíciles de definir como la seguridad nacional, la privacidad, la desinformación o el mercado laboral.

El Departamento de Comercio de Estados Unidos advirtió, según un artículo de The Wall Street Journal, que los nuevos modelos de inteligencia artificial “potencialmente peligrosos” deberían pasar por un proceso de certificación antes de su lanzamiento. Alan Davidson, director de la Administración Nacional de Telecomunicaciones e Información, citado en el artículo dice: “Es sorprendente ver lo que estas herramientas pueden hacer incluso en su etapa inicial.

Sabemos que debemos poner en marcha algunas medidas de protección para asegurarnos de que se utilicen de manera responsable”.

Por su parte, la Administración del Ciberespacio lanzó un paquete de medidas para regular los servicios de inteligencia artificial. Las empresas deberán presentar sus programas de seguridad para ser evaluados por las autoridades regulatorias antes de salir al público, según consigna un despacho de Reuters. Añade: “China apoya la innovación en el campo de herramientas, pero que el contenido generado debe estar en línea con los valores socialistas centrales del país”.

China tiene sus propias naves insignias en esta materia de los chatbots: Baidu, SenseTime y Alibaba, cuentan con aplicaciones similares a la OpenAI de Musk y Altman.

Los pasos de Washington y Beijing de estos días son seguidos de cerca por Bruselas, la sede del Consejo Europeo, que también quiere poner límites. Al menos que los contenidos generados por inteligencia artificial lleven una advertencia específica. Así lo dijo el francés Thierry Breton, comisario europeo de Mercado Interior y Servicios: “En todo lo que sea generado por inteligencias artificiales, ya sean textos —todo el mundo conoce ahora ChatGPT— o imágenes, habrá una obligación de notificar que ha sido creado por una inteligencia artificial”.

La regulación humana parece llegar a la inteligencia artificial, un conglomerado de dispositivos con capacidad regenerativa propia, pero creado por los propios humanos. La IA no es algo nuevo, apareció en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) hacia 1966. Allí aparecieron los primeros chatbots; o sea, programas capaces de simular una conversación. Eran como el ejemplar hembra de Australopithecus encontrada en Etiopía, apenas unos años después de estos primeros chatbots.

Lucy, como bautizaron los paleontólogos a ese ejemplar hembra poro los restos óseos hallados, databa de tres millones de años. Entre los primeros pasos de la IA y estos nuevos programas pasaron apenas tres cuartos de siglo.

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