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Federico García Vigil, el maestro que cambió las reglas de la música clásica

El compositor murió este martes y dejó un legado inigualable para la cultura nacional
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28 de mayo de 2020 a las 05:03

Hay quienes dicen que el olfato es el sentido que guarda más imágenes. Y es posible. Hay olores que nos hacen viajar kilómetros adelante y años atrás, que nos sacuden la estantería y nos llevan de acá para allá. Pero si es cuestión de hacer un ranking, el oído, y sobre todo su relación con la música, debe estar muy cerca. Muy, muy cerca. Basta con escuchar algunos segundos de una composición que haya significado algo en nuestra vida para conectar con ese instante, para que esa imagen se robe toda nuestra atención. Y por eso mismo, no deben de haber sido pocos los que este miércoles, ante la emisión en algún informativo –o quizás en Youtube– de un extracto de una presentación pasada de la Orquesta Filarmónica de Montevideo, se quedaron frente a la imagen mental de un escenario atiborrado de instrumentos, de una figura de negro que se mueve de espaldas con energía, de la batuta que corta el aire y toma las riendas de la música, y de una melena blanca que se agita, que dirige tanto o más que su dueño. No deben de haber sido pocos los que se encontraron en su cabeza con una etapa clave de la cultura uruguaya y, por encima de todo, con un nombre: el de Federico García Vigil.

García Vigil murió este martes de un paro cardíaco mientras jugaba al tenis. Tenía 79 años y desde hacía años ese deporte era su vida. “El tenis se vincula con la música: es una disciplina que se adquiere por repetición, con una técnica y una precisión perfecta. En el tenis, como cuando buscás una nota, un centímetro en el golpe cambia el rumbo del tiro y puede hacer la diferencia”, dijo en 2018, en el programa Quien te dice de Del Sol FM. Allí también dijo que cambiar la batuta por la raqueta le había sentado bien, habló de la participación en un Wimbledon +75, le preocupaba el pique de la pelota en el césped y proyectaba la misma energía que desprendió durante toda su carrera arriba del escenario. Porque ni césped, ni polvo de ladrillo: García Vigil fue un hombre de tablas, de auditorios, de teatros. En ellos se anidó. Desde allí expandió su legado.

Su peso en la cultura nacional queda patente en su enorme carrera –fue parte de varios grupos destacados como El Kinto y The Hot Blowers, director de la Filarmónica de Montevideo entre 1994 y 2008, compositor de una de las contadísimas óperas nacionales, director de orquesta en varios países–, pero también por la multitud de despedidas afectadas que recibió en las redes. El Sodre, el Solís, periodistas culturales, gestores, músicos, la propia Filarmónica; todos, de alguna manera, quisieron regalarle unas últimas palabras virtuales. Y no es para menos: el hombre fue uno de los paladines de la música uruguaya, un actor que marcó la escena cultural de las últimas décadas y que, entre sus muchos hitos, lideró el espectáculo que reabrió el Teatro Solís en 2004.

Así lo recuerda, por ejemplo, el crítico de música clásica y periodista Rodolfo Ponce de León: “Era un individuo muy querible, afable, un gran charlista, un hombre culto no solo en música, sino también en literatura y filosofía. Se hizo conocer porque popularizó la música clásica, porque en sus conciertos la mezclaba con la música popular, el tango, con música de películas, y con eso acercó mucho púbico a la orquesta. Más allá de que algunos puristas lo miren con el ceño fruncido, es algo que hay que reconocerle. Y creo que como director era finísimo. Tengo recuerdos muy claros y puntuales de su capacidad: recuerdo una excelente versión de Don Giovanni de Mozart a poco de asumir la dirección de la Filarmónica. También una versión casi inolvidable de la 5ta sinfonía de Shostakóvich, con la que mostró su agudeza en los detalles y los matices. Por último, hay que destacar la ópera que escribió en 2013. En ella, él dejó un testamento de honestidad, porque cualquiera puede pensar que una ópera escrita en ese año podría ser árida o difícil de escuchar, sin embargo él dijo que tenía un ancla en la tonalidad, que no iba a hacer cosas raras, que iba a escribir lo que tenía ganas, y en definitiva Il Duce es una obra que alcanza momentos de gran belleza y de excelencia. Y además, era un enamorado del tenis. Federico tenía que morir en una cancha de tenis o dirigiendo una orquesta. Es lo que él hubiese elegido”.

Martín Jorge, actual director de la Banda Sinfónica de Montevideo, también tuvo palabras para el maestro: “Era una de esas figuras que pensás que siempre van a estar. Se fue una persona muy importante para la cultura, que marcó una impronta muy fuerte. Fue un artista que con un proyecto concreto y una meta clara en una situación política que construyó como favorable, logró hacer de una orquesta sinfónica casi que un producto de cultura masiva. En aquellos años Montevideo quedó inundada de la orquesta de García Vigil, todo el mundo hablaba de ella, él como director se convirtió en un ícono de la marca ciudad y transformó el cuerpo actual. Además mejoró las condiciones laborales del trabajo sinfónico en el ámbito departamental, impulsó nuevos repertorios y creo que fue el primer músico que no le dio la espalda a lo popular y lo hizo convivir con lo sinfónico. Y es un hombre que reabrió el Solis y el Auditorio como director”.

Aunque la cultura hoy lamenta la muerte del maestro, para Jorge la pérdida es un poco mayor: García Vigil es el hombre que lo ingresó al mundo sinfónico y un maestro que lo fogueó junto a otros compañeros de su generación, entre ellos los directores Martín García y Álvaro Hagopián.

“Yo me dedico a la música porque en la década de 1990 vi una función de Carmen y quedé impactado con su dirección. Ahí supe que quería ser director de orquesta. Años después estudié con él y fue un docente de una generosidad extrema. Él enseñaba lo que hacía como director; no se distanciaba en un lugar académico o catedrático con superioridad, sino que enseñaba casi como un maestro renacentista enseñaba a sus alumnos en un taller. Sus clases eran una tertulia en las que nos invitaba a buscar soluciones. No me imagino cómo podría haber sido el principio de mi carrera sin el impulso y el respaldo que él nos dio. Y cuando sintió que ya no tenía que ser nuestro maestro, nos dejó volar con alas propias para que cometiéramos nuestros propios errores. Por eso es un día muy triste para la música y la cultura. No sé si es el final de una época, pero su falta se va a sentir, y a medida que pase el tiempo su obra será un hito muy importante en la historia cultural y musical de Uruguay”.

De García Vigil se puede decir esto y mucho más. Que nació en un hogar marcado por la cultura, que su madre, pintora, y su padre lo incentivaron a seguir rumbos musicales, que se llamó Federico por otro Federico García pero de terminación Lorca, que compuso la primera gran ópera uruguaya –Il Duce, sobre los últimos días de Mussolini– junto a Carlos Maggi y Mauricio Rosencof, que en su etapa de músico fue del piano al contrabajo, que en The Hot Blowers compartió escenario junto a Ruben Rada, Hugo Fattoruso, Cacho de la Cruz, que recorrió el mundo a caballo de las partituras, que tocó con Astor Piazzolla, Dizzy Gillespie y Nat King Cole, que quiso llevar el límite de la música clásica a otros ámbitos, que recibió un sello conmemorativo por parte del Correo Uruguayo y que se llevó los laureles de la ciudadanía ilustre de la Montevideo en 2010. Que cambió, y esto queda claro, las reglas de la música clásica en Uruguay.

Pero también se lo puede dejar hablar. Porque más allá de ciertas polémicas y polvaredas ocasionales –cuando en 2009 en una entrevista con este mismo diario cargó contra la cumbia y la comparó con la pasta base, por ejemplo– sus entrevistas siempre arrojaban grandes reflexiones, recuerdos históricos y frases memorables.

Así que aunque lo mejor es recordarlo en el escenario, también vale la pena despedirlo con esta frase de una entrevista con Radio Uruguay en 2017, que resume bastante bien su sentir respecto a la mayor pasión que tuvo en vida: “Hace 72 años que estoy conviviendo con esa cosa que se llama música, que es una cosa fantástica, que está ahí flotando. Algunos levantan la mano y la llegan a tocar, la alcanzan y otros seres humanos no”, dice. Y está claro que él la alcanzó.

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