Pilsen Rock
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > 20 AÑOS DEL PILSEN ROCK - SEGUNDA PARTE

"Fue como El baño del Papa, pero al revés": la historia del primer Pilsen Rock, a 20 años (parte 2)

Durazno tomada, el legado del evento y las razones de su desparición: músicos, organizadores y asistentes reconstruyen la primera edición del histórico festival
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15 de octubre de 2023 a las 05:00

(La primera parte puede leerse en este link: "Estuvimos a segundos de suspenderlo": la historia del primer Pilsen Rock, a 20 años (parte 1)

Capítulo IV – Verlos a todos por las calles feliz

A lo largo de la primera de las dos jornadas del festival se hizo patente que Durazno no estaba preparada en cuanto a servicios para recibir a aquellos miles de asistentes. La ciudad colapsó.

Gonzalo Cammarota se acuerda de recorrer las calles y de toparse con varias escenas memorables que incitaron una nueva comparación con el mítico Woodstock.

“Era todo un barro, todos estaban empapados, todo mal. Acampaban en cualquier lado, todas las plazas estaban llenas de gente que se tiraba a dormir ahí porque no había donde ir. Además de que el rock no tenía el estatus que tuvo después, todavía imperaba la idea que venía de los 80 del rockero ladrón, violento, prácticamente un satanista que tomaba sangre. Entonces la gente de Durazno tenía miedo. Eso después cambió. Igual en ese primer Pilsen Rock algunos lo capitalizaron, vendieron cerveza, por ejemplo. Pero no había servicios, porque aquello era descomunal”, reconstruyó el conductor.

“Los campamentos eran divinos, tenías desde los guachos con las carpas iglú que volaban al primer viento hasta los que fueron armados. Había gente de todos lados, porque a todos les quedaba cerca. Eso generó un ambiente muy lindo, no sentías que la cosa se podía poner pesada, aunque después con tanta gente y la bebida circulando sabías que podía ponerse un poco más complicado”, agregó.

Ese clima amable también es rescatado por la agente de prensa Sibyla Trabal, que asistió a la edición 2003 del evento como parte del equipo de Sordromo, y que luego repetiría en las siguientes entregas por su trabajo para distintas bandas.

 

“Era una aventura, la cita obligada del año. Alojarse, comer con todos, la gente con las banderas. Todo el que fue lo recuerda con cariño, porque era toda una experiencia, como irse de campamento”, dijo.

“Y siempre en ese espíritu de paz y amor. Más allá de que pasaron cosas, por ahí estando en el predio no te enterabas, porque sucedían en los alrededores o en el camino al festival, no en el lugar”, afirmó.

Sin ir más lejos, esa primera edición tuvo algunos episodios trágicos. En su discreta crónica del festival –sin firma, con una foto vieja– del lunes posterior, El Observador publicó:

“El sábado, antes de que comenzara el Pilsen Rock en Durazno, se descubrió en los alrededores del Parque de la Hispanidad el cuerpo sin vida de Martín Diego Ruiz Dorado, de 24 años”. Ruiz murió a causa de un paro cardíaco, se supo luego.

La nota sigue: “Si bien se montó un gran dispositivo de seguridad –a la entrada al Parque de la Hispanidad varios agentes de la Policía revisaron minuciosamente a cada uno de los jóvenes– no pudo evitarse incidentes aislados provocados por la ebriedad de algunos asistentes que debieron ser arrestados”.

Material de prensa y notas sobre las distintas ediciones del festival

De todas formas, los entrevistados destacan que para lo que podía haber sido, tomando en cuenta además que se trataba de un festival que en sus primeros años fue con entrada libre, que nucleaba a tantos miles de personas, el balance fue siempre positivo en cuanto al clima y al espíritu, algo que también se incentivaba por parte de la organización.

“La seguridad tenía un encare distinto, es como que eran parte del decorado, y se manejaban con mucho respeto”, consideró Trabal. “Pero que todo fuera tan armonioso no era normal. Te daba orgullo que no pasara nada. Reinaba la paz, aunque había dentro de las grillas distintos estilos. En años posteriores hubo algún roce en ese sentido, cuando tocó Cursi que era más pop, o cuando tocó Tabaré Cardozo, que mezclaba murga, pero se respetaba”.

El primer año, sin embargo, la novedad sorprendió a los locatarios, y el tsunami rockero pudo haber sido un factor para que el evento no volviera a hacerse. Pero los duraznenses entendieron que los visitantes eran pacíficos, entraron en esa sintonía, y a pesar del colapso del primer año, abrieron –de una forma bastante literal– sus puertas para que regresaran.

Así lo resume Trabal: “Fue como El baño del Papa pero al revés. Los vecinos salieron a asistir, a prestar sus casas y a vender lo que cocinaban al ver que la cosa no daba abasto. Fue el único problema del primer Pilsen Rock, pero se resolvió y lo resolvió la gente. Podrían haber dicho ‘no vengan más’ pero no pasó”.

Capítulo V – Quedarme a festejar

La Trampa en el Pilsen Rock de 2006

Tras la tormenta del primer día, el domingo 26 de octubre de 2003 amaneció soleado y aunque el viento sopló fuerte, el consenso es que se trató de un día climáticamente hermoso. Además, el éxito de la primera jornada hizo que para esa segunda fecha llegara una nueva tanda de espectadores, acicateados por lo ocurrido el sábado.

En ese contexto, Once Tiros llegó a la ciudad. A diferencia del público, los músicos no se quedaron durante las dos jornadas, sino que viajaban a Durazno por el día y volvían. Para ellos la llegada a la ciudad fue, entonces, todo un acontecimiento más allá de que contaban con la ventaja de saber por dónde venía la jugada.

Así recuerda la experiencia del primer Pilsen Rock el vocalista de Once Tiros y actual cantante de la banda Mota, Pablo Silvera:

Fue una sorpresa. Nosotros habíamos tocado en el interior, pero nunca en un festival, entonces no sabíamos que implicaba. Con el diario del lunes, hubo un exceso de alegría de nuestra parte, digamos. Estábamos en un momento de empezar a arrimar gente. Nuestro primer disco, y hasta ese momento único, el Parva Domus, había salido a fines de 2001, entonces 2002 fue el año de la repercusión. Éramos unos guachos, que tenían ganas de vivir esa historia del rock, la ruta. Y nos costó caro. Estuvimos en los primeros Pilsen Rock y después nos sacaron la roja. Porque éramos unos niños de 20 años rompiendo las pelotas sin parar, teníamos aguante y tirábamos toda la noche, éramos unos pitufos saltando por todos lados. Viajábamos en un bondi con otras bandas y con la seguridad del evento, y nos peleamos con ellos, nos tuvimos que cambiar de bondi. Con esos antecedentes, después no nos invitaron más.

La convivencia con las otras bandas era divina, ellos tenían hacia nosotros una cosa medio paternalista, por nuestra edad, porque nos iba bien y sonábamos bien. Teníamos en ese momento  el tiempo como para ensayar todos los días un montón de horas, porque literalmente vivíamos en la sala de ensayo, El Power, que era de El Bananero.

Para Silvera, aterrizar en Durazno fue entender que la asociación que todos estaban haciendo tenía sentido: aquello era un Woodstock uruguayo.

Me acuerdo de ver las carpas, el predio, que generaba esa comparación, pero a nuestra medida. Sabíamos del día anterior, pero estar ahí, ver que cuando salimos a tocar la gente se arrimaba, tanto los que nos conocían como los que no pero se sumaban a la fiesta, porque había una predisposición de agite y de diversión que era tremenda. Los grandes lo conectaban con el Montevideo Rock.

Era divertido escuchar como todo el tiempo se hablaba de la gente que había, competíamos no sé contra quien, las bandas y la organización. De hecho me acuerdo que había como un contador de público. Nuestra lista de canciones fue asesina, porque estaba hecha para el vivo. Nos recuerdo como en una nube, muy felices. Y ahí nos dimos cuenta por ejemplo que Maldición era un caballito de batalla, que esa canción iba a hacer de las suyas.

El segundo día del festival generó una sensación triunfal entre los músicos participantes. La emoción de que la prueba hubiera sido superada, que todo estuviera saliendo bien y que todo el gremio estuviera recibiendo sus aplausos y el calor de un público cada vez más masivo.

Según Kairo Herrera, “el ambiente en el escenario era genial, porque todos se conocían”. Y hasta los que no se conocían manejaban una buena onda hacia los colegas que también se extendió hacia el público.

Eso lo ejemplificaron algunas actitudes de los visitantes argentinos, que cerraron la segunda noche, y por lo tanto, el festival. “Hoy los de acá están al mismo nivel, pero en aquel momento, los extranjeros como La Renga sonaban distinto”, apuntó Sibyla Trabal.

Pero a pesar de esa circunstancia –y de que el cantante de la banda, Chizzo, salió a escena sobrellevando una fiebre intensa que volvió a poner nerviosos a todos los organizadores– los argentinos elogiaron y celebraron lo que venía pasando desde hacía un tiempo en el rock uruguayo, y el trabajo de sus colegas de este lado del Río de la Plata. Frankie Lampariello se acuerda de que La Renga los escuchó por la radio durante el viaje, y preguntaron por ellos al chofer que los llevaba, interesados y gratamente sorprendidos por la propuesta.

Claudio Picerno, productor del Pilsen Rock

Silvera recuerda que el bajista del grupo argentino se acercó a saludarlos y felicitarlos después de su show. “Para nosotros eso era impensado, pero el clima general era ese, de fraternidad, de que lo que estaba sucediendo era gracias a todos”.

“Y entre la gente también se sentía, que eso creo que tuvo mucho que ver con todo el público del interior que había”, agregó. “Fue una hermosa prueba, y el rock tiró abajo esa idea de que no era para un público tranquilo, familiar. De hecho después se pasó para el otro lado, los fundamentalistas decían que eso no era rock porque iban familias enteras”.

Lampariello tiene una visión similar. “El Pilsen Rock sirvió para consolidar la amistad entre los músicos, pero también entre públicos que en otro momento estaban divididos, con eso que tenía el rock de los 80 y los 90 del camiseteo, de ‘si te gusta esto no te puede gustar aquello’. Los públicos no se mezclaban, y a partir del festival sí. Siempre hay prejuiciosos, y gente a la que no le va a gustar lo que hagas, pero ayudó a todos. Generó amistades duraderas, y eso se trasladó a la gente que veía eso”.

Capítulo VI - Caída Libre

Material de prensa y notas sobre las distintas ediciones del festival

Si esto fuera el final de un documental, acá vendrían las plaquitas con texto, que contarían que el Pilsen Rock siguió creciendo, hasta convocar a 200.000 personas; que ahí se consolidó el éxito de las bandas que hasta hoy siguen siendo las más populares y de mayor proyección internacional de este país, que el festival siempre se desarrolló en paz y que se lo sigue recordando como un hito cultural del país. Corren los créditos.

Pero sigamos adelante unos años en la línea de tiempo. Porque el festival no dejó de hacerse porque sí, sino porque hoy no podría repetirse, y porque la herencia del festival perduró en varios sentidos y niveles.

Pablo Silvera: Algo que dejó fue la convivencia, el poder juntar en un predio a propuestas distintas. Hoy tenés el Cosquín Rock, que es rock más en su espíritu que en los músicos que participan, o algún otro festival donde se juntan cosas, y es herencia de eso. Lo contás así y como es una época donde todavía no había redes suena todo más idílico, pero es verdad, nunca hubo grandes problemas.

Gonzalo Cammarota: Fue precioso todo el festival. Una idea buenísima. Y muestra como a veces las crisis llevan a hacer cosas que en otro momento no se harían, el país estaba hecho mierda, y se vio que estaba pasando algo con la música.

Frankie Lampariello: Había muy buenos shows, y no era común eso en Uruguay, que se juntara tanta masividad y a la vez se diera el nivel altísimo de calidad de todos los que participaban.

Gonzalo Cammarota: Fue algo a lo que acá no estábamos acostumbrados.

Guillermo Peluffo: Como publico se sentía algo parecido al primer Montevideo rock, te sentías parte de algo más grande, como pasa en el fútbol. Era una experiencia generacional, había una sincronía en el estado de todos.

Claudio Picerno: Yo creo que el clima entre los artistas siempre fue bueno, pero siempre fuimos mirados como de reojo. Veníamos de los 80 donde los rockeros éramos una resaca insoportable. A partir del primer Pilsen Rock empezamos a ser los niños mimados y pasamos a ser el establishment. Al principio fue difícil, porque se pasó de ser ninguneados a estar en el primer cartel y fue bastante difícil también entender cómo poder seguir adelante sin ser perjudicados.

La sorpresa que representó el primer festival se ilustra, sin ir más lejos, la cobertura que este propio medio le dedicó. Así como la cobertura de 2003 fue de bajo perfil, ya a partir de 2004 fotógrafos y periodistas viajaron a retratar los shows, a las multitudes y las imágenes pintorescas que se generaban, algo que se mantuvo, cada vez con más páginas, hasta la edición final en Durazno en 2009 (el festival no se hizo en 2008).

Luego hubo una edición montevideana en 2010, con músicos internacionales junto a los locales como Pixies y Queens of the Stone Age, que para los puristas “no era el Pilsen Rock”. Recién diez años después el evento se reflotaría como un especial televisivo/de streaming durante ese momento del 2020 donde todos los músicos del mundo ofrecían shows virtuales como forma de subsistir a la imposibilidad de tocar en vivo.

Claudio Picerno: En la película sobre el productor Phil Spector dicen en un momento “el primer año te aman, el segundo año te aman, el tercer año te aman, al cuarto año ya están viendo si te acostás con alguien que no es tu pareja”. Una vez que se agota la novedad de que sea exitoso, empieza a ser novedad encontrar el problema y ahí sufrimos bastante. Pero igual creo que estaba muy bien armada sociológicamente la cosa. Siempre decía Gabriel Peluffo, “alguien lo tiene que estudiar esto, cómo puede ser que decenas de miles de personas se junten, no pase absolutamente nada”. Para las bandas era como su convención anual, ese fin de semana estaban todos ahí.  Son esas cosas que se dan en un momento y en un lugar y fue perfecto. Volviendo a la cuestión política, estaba muy cerca todavía en aquél momento  el tema de la dictadura y el policía era un enemigo. Allá estaban abrazados, se sacaban fotos con ellos. Los policías no pegaban, era una cosa muy loca para todos (risas).

Pablo Silvera: En 2006 se empezó a cobrar entrada, y eso para algunos fue molesto. Después, creo que al festival le jugó en contra la reiteración de nombres en el cartel que se empezó a dar. Se dio una lógica perversa entre que tampoco éramos tantos, entre que había nombres que tenían que estar para convocar al público pero que al mismo tiempo, generaban lo de “son siempre los mismos”.

Claudio Picerno: Me daba cuenta que estaban esperando el error. Llegaron a poner que se había muerto alguien en el Pilsen Rock en 2008 cuando se cayó de un camión en la entrada de Florida,  a 90 kilómetros, al otro día que había terminado el festival. Pero se murió en el Pilsen Rock. Y el titular es lo que vale, nadie lee lo que sigue. Y después empezaron a cambiar las estrategias de las propias compañías cerveceras.

Sibyla Trabal: Fue una sorpresa. Era un festival que se podía pensar como algo aislado, y fue lo más grande que hubo en cuanto a convocatoria. Hoy cambió toda la estructura y ya no está la ilusión que había en ese momento con el rock nacional. No se podría dar algo así.

Claudio Picerno: Hoy hay festivales de todo tipo, y en aquel momento el festival era ese. Cada año todos los amigos discotequeros o que hacían cosas me preguntaban la fecha exacta del Pilsen Rock para no hacer nada, porque no quedaba nadie. Había una solidaridad entre todos, parece que estoy contando un cuento de hadas, pero todo el mundo te va a decir lo mismo. Evidentemente cada uno se divierte de la manera que quiere, pero no hay relatos de grandes problemas. No sé cómo sería actualmente, la sociedad cambió mucho, lo que sí tendría son muchos competidores, sería difícil que fuera original.

A veinte años de su primera edición, el impacto cultural del festival ha ido quedando claro y asentado a través de la publicación de libros sobre la historia del rock uruguayo del período, la realización de un documental sobre el evento y distintos proyectos vinculados a un hito que quedó marcado y que amerita al menos una mención cuando se repasan hechos relevantes de la historia reciente del país.

Pablo Silvera: Fue un aprendizaje para la banda. Aprendimos a tocar para mucha gente y también a ser mucho más profesionales, por la escala y el nivel del asunto.

Kairo Herrera: Era un catálogo de lo que estaba pasando en la música uruguaya en esos años,« incluso había interés de músicos extranjeros en venir y ser parte. Y solidificó el profesionalismo, no solo de los músicos, sino también de todo lo que rodea a un show. Los stages, el sonido, las luces, todo eso dio un paso gigantesco con el Pilsen Rock.

Guillermo Peluffo: Rompió el celofán de Montevideo y Canelones. Hay lugares del interior que son rockeros, que quedaron así de aquel momento.

Frankie Lampariello: Esa barrera ya la había empezado a romper Níquel en los 90, que pasaron de tocar en boliches a teatros del interior. Pero a partir de ahí cayó del todo, nosotros empezamos a tocar con Hereford en el interior a partir de ahí. Que haya sido en Durazno facilitó mucho el acceso del público, sobre todo del norte.

Guillermo Peluffo: Fue un parteaguas en ese sentido: a los que venían de antes los amartilló definitivamente, le dio aire a las bandas que venían remando, y disparó las carreras avasallantes de otros, que en ese festival mostraron el colmillo, mostraron de qué estaban hechos. Porque te asustaba ver lo que generaba, en el Pilsen Rock vivimos cosas que grandes artistas del género nunca han vivido. Nos desbordó, nos tembló la patita. Fue una cuestión generacional, tanto para el público como para las bandas. Y un éxito empresarial. Hasta que la carroza se convirtió en calabaza.

Bonus track - Joyas de archivo

2003
«Dentro del parque todo fue una celebración de alegría juvenil. A posterior también lo fue el centro de la capital del Yí. Los boliches resultaron colmados en la noche del sábado. Si bien los mozos circulaban con extrema rapidez con pizzas, chivitos y bebidas, el esfuerzo no parecía ser suficiente para calmar las expectativas de la gente. “No sé si mueve más público, pero consume más que en el Festival Nacional de Folclore”, afirmó a El Observador con alegría el cajero de uno de los pequeños bares de la peatonal. Explica: “Es gente ajena al departamento. Con el folclore hay muchos de acá y cuando termina se vuelven para la casa”.»
La crónica de El Observador de la edición 2003
2005
«Hasta la enseñanza sacó provecho en Durazno: la escuela Nº 1 Artigas, cobró entre $ 5 y $ 10 por utilizar el baño. Ayer de mañana la recaudación superaba los $ 4 mil que serán destinados a la comisión de fomento.»
Así cubrió El Observador el Pilsen Rock 2004
2006
«Una vez finalizado el pogo más grande de Uruguay con No era cierto, la multitud enfiló rumbo a la ciudad, algunos en busca del anhelado descanso y otros pensando en seguir con el rock por las calles. Entre ellos estaba Pablo, un punk que decidió acostarse a dormir en la mismísima ruta 5, deteniendo el tránsito por algunos minutos.»
La crónica de la edicion 2006 del Pilsen Rock
2007
«Por fin, (Gustavo) Cordera, un “rock star” llegó a Durazno. “El momento de la demagogia”, dijo un periodista argentino. La gente agitó más que nunca, sobre todo con los hits bersuiteros. Pero –siempre hay un pero– alguien prendió una bengala, y papá Cordera aleccionó: “Chicos, bengalas y bombas no. Allá (por lo de Callejeros en Cromagnón) murieron más de 200 personas por eso y a nosotros nos importa mucho lo que le pase a cada uno de ustedes”. También mandó un saludo al “rock nacional” (ahora vive en La Paloma). Pero bajó su línea sobre piquetes y papeleras: “esto no es un problema entre uruguayos y argentinos, sino que los que cortan los eucaliptos son los que joden al Uruguay Natural”. En la pantalla del festival, pasó un mensaje de texto que decía: “Pelado, la concha de tu madre, volvé a tu país. Aguante Buitres. Viva Botnia”.»
Parte de la cobertura de la edición 2007
2009
«Chorirock: Por $ 30, un embutido que dejaba contento a cualquier hambriento. Varios vendedores decían que su mercadería era de frigorífico, pero a los pocos minutos de charla confesaban que era casera. Los más vendidos eran “mezcla de lanar y chancho”, y quien los elaboraba también los ofrecía crudos a $ 95 el kilo. Con un poco más de confianza también se podía conseguir mulita a $ 150.»
Página con fotografías de la edición 2009

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