Hace cuatro décadas, las milicias libanesas asesinaban a miles de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila

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Hace cuatro décadas, las milicias libanesas asesinaban a miles de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila

Inmediatamente después de la retirada de la Organización de la Liberación de Palestina de Beirut, las falanges cristianas entraron en los campos con el pretexto de buscar palestinos armados que se habían quedado en el lugar y durante casi tres días eliminaron a no menos de 3.500 personas
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16 de septiembre de 2022 a las 05:01

En el Líbano, entre el 16 y el 18 de setiembre de 1982, inmediatamente después de la partida de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) negociada con los mandos de las tropas israelíes que habían invadido el país, más de 3.000 civiles palestinos y libaneses fueron asesinados por milicias falangistas cristianas en los campos de refugiados de Sabra y Chatila.

Tres meses antes, Israel había invadido el Líbano con el objetivo de aplastar a la OLP. En su arremetida militar las tropas habían llegado a las puertas de Beirut donde la resistencia de la organización dirigida por Yasser Arafat, junto a las tropas libanesas determinaron que el ejército israelí impusiera un sitio a la ciudad que terminó cuando el mediador norteamericano Philip Habib y el primer ministro libanés Shafik Wazzan alcanzaran un acuerdo estipulando que la OLP evacuaría sus tropas de Beirut Oeste bajo la supervisión de una fuerza multinacional norteamericana, francesa e italiana. El acuerdo contó con el compromiso del gobierno israelí de permitir la retirada, no ingresar con sus fuerzas a Beirut Oeste y garantizar la seguridad de los palestinos viviendo en los campos.

El 1° de setiembre, Yasser Arafat les manifestó a los enviados franceses su profunda preocupación por la seguridad de los palestinos que continuaban en Beirut e intentó convencerlos de la necesidad de que Francia mantuviera la unidad militar que había desplegado en la ciudad, pero después de que se retiraran los norteamericanos y los italianos, el gobierno francés decidió retirar también sus tropas el 11 de setiembre.

El 14 de setiembre, el presidente del Líbano, Bashir Gemayel, fundador de la Falange libanesa, un grupo paramilitar cristiano adversario de los palestinos, fue asesinado junto a otras 26 personas en un atentado con explosivos. Inmediatamente, el ejército israelí entré en Beirut Oeste, rodeó los campos de refugiados, cerró las rutas que los comunicaban con el resto de Beirut y prohibió a sus habitantes que salieran de los campos.

El 16 de setiembre empezó un bombardeo sobre el campo de Chatila y al atardecer, milicias libanesas, unidades del Ejército del Sur del Líbano (un desprendimiento del ejército libanés comandado por el mayor Saad Haddad, un aliado de Israel) y milicias de extrema derecha de Guardianes de los Cedros entraron en los campos donde asesinaron, torturaron y violaron sin discriminar nacionalidad, sexo o edad. Con la pasividad del ejército israelí apostado en las afueras de los campos, las milicias se dedicaron durante tres días a exterminar cuanto ser humanos se les pusiera adelante, llegando incluso a tomar por asalto el hospital de Akka, donde asesinaron pacientes, médicos y enfermeras.

El periodista israelí Amnon Kapeliouk describió escenas dantescas de la masacre: “la matanza duró cuarenta horas sin parar, en la primera hora mataron centenares de personas. Rompían las puertas y arreaban con familias enteras, algunas murieron en la cama y en muchas casas se pudo ver niños de tres o cuatro años, aún con pijamas, en sábanas empapadas con sangre. En muchos casos, los atacantes amputaban a las víctimas antes de matarlas. Aplastaban la cabeza de los niños y bebés contra la pared. Mujeres y niñas eran violadas antes de ser asesinadas con hachas. Muchos hombres fueron arrastrados fuera de sus casas a las calles donde eran asesinados colectivamente con hachas y cuchillos. Los falangistas sembraban el terror masacrando hombres, mujeres, niños y ancianos indiscriminadamente (…) una mujer fue encontrada con el brazo cortado a la altura de la muñeca para robarle las joyas.”

La matanza se extendió desde las 6 pm del jueves 16 hasta la 1 pm del sábado 18 y la estimación del número de víctimas asesinadas varía según las fuentes entre 4.000 y 4.500, aunque ninguna de las estimaciones sitúa la cifra en menos de 3.500.

El periodista Kapeliouk afirma que está convencido de que la masacre en los campos de Sabra y Chatila fue cometida intencionalmente y estuvo dirigida a generar “un éxodo masivo de palestinos de Beirut y el Líbano”.

El periodista inglés Robert Fisk, que entró en los campos inmediatamente de la masacre, escribió: “…quienes entramos en los campamentos en el tercer y último día de la masacre –el 18 de septiembre de 1982– tenemos nuestros propios recuerdos. Yo guardo en la mente la imagen de un hombre tirado en la calle principal, vestido con piyama y con su inocente bastón a su lado; la de dos mujeres y un niño baleados al lado de un caballo de muerto; la de una casa particular en la que me protegí de los asesinos con mi colega Loren Jenkins, del Washington Post, y donde encontramos una mujer que yacía en el patio a nuestro lado. Algunas de las mujeres fueron violadas antes de que las mataran. Los ejércitos de moscas, el hedor de la descomposición… uno se acuerda de esas cosas.

El escritor francés Jean Genet escribió en su libro Cuatro horas en Chatila: “Las masacres no se perpetraron en silencio y en la oscuridad. Alumbrados por los cohetes luminosos israelíes, los oídos israelíes estaban, desde el jueves por la tarde, a la escucha en Chatila. Qué fiestas, qué juergas han tenido lugar allí donde la muerte parecía participar de la bacanal de los soldados ebrios de vino, ebrios de odio, y sin duda ebrios de alborozo por complacer al ejército israelí, que escuchaba, miraba, animaba, reprendía. No he visto al ejército israelí escuchando y mirando. He visto lo que hizo.

Hay que saber que Chatila y Sabra son kilómetros y kilómetros de callejuelas estrechas, las callejuelas son tan angostas, tan esqueléticas que dos personas no pueden avanzar a no ser que uno de ellos se ponga de perfil, obstruidas por escombros, bloques, ladrillos, harapos multicolores y sucios, y por la noche, bajo la luz de los cohetes israelíes que alumbraban el campamento, quince o veinte francotiradores, aun bien armados, no hubieran logrado hacer esta carnicería.

Los asesinos participaron en gran número y probablemente también escuadras de verdugos que abrían cabezas, tullían muslos, cortaban brazos, manos y dedos, arrastraban, trabados con una cuerda, a gente agonizando, hombres y mujeres que vivían aún porque la sangre ha chorreado abundantemente de sus cuerpos, hasta el punto de que no he podido saber quién, en el pasillo de una casa, había dejado ese riachuelo de sangre seca, desde el fondo del pasillo donde estaba el charco hasta el umbral donde se perdía en el polvo”.

El gobierno israelí no negó que su ejército hubiera supervisado los campos de Sabra y Chatila durante los días en que se produjo la masacre, pero negó que tuviera conocimiento de los hechos, citando la orden número 6 de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) fechada en la mañana del 16 de setiembre, en la que se ordenaba a las tropas “no entrar en los campos porque la búsqueda y limpieza de estos estaría a cargo del ejército libanés y las milicias falangistas”. El pretexto para el ingreso de las milicias fue que después de la retirada de la OLP había quedado un remanente de 2.500 combatientes palestinos.

En el mismo momento en que la matanza estaba en su apogeo, el primer ministro israelí, Menajem Beguin decía “hemos averiguado que muchos terroristas se han quedado con sus armas en las últimas dos noches”.

La noticia de la masacre conmovió a la opinión pública israelí y el 25 de setiembre una movilización de cerca de medio millón de personas protestó en Tel Aviv, exigiendo que se investigaran los hechos.

Por la presión recibida, el gobierno de Beguin formo una comisión investigadora que emitió un informe al año siguiente, el 7 de febrero de 1983, en el que se responsabilizaba a las milicias libanesas por la masacre y se desligaba totalmente al primer ministro y los mandos militares -particularmente al ministro de Defensa Ariel Sharon y al jefe de Estado Mayor general Rafael Eitan- de cualquier responsabilidad directa o indirecta en la matanza.

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