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Hora de procastinar

La clave se encuentra en el uso saludable del tiempo, de acuerdo a las propias posibilidades e inquietudes
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17 de septiembre de 2019 a las 05:01

Por Carolina Zamudio*

¿Cuándo fue la última vez que se detuvo usted a contemplar una flor, a mirar la dirección del río bajo el cielo de un atardecer o el halo que rodea a la luna ciertas noches? Estar en el momento, ser en ese instante solo a través de esos colores o esa sensación. Nada más y nada menos. Si es de esa clase de personas que realiza proezas semejantes sin pantalla alguna, posiblemente se encuentre en el grupo de quienes intentan una saludable resistencia al imperio de lo instantáneo, al reino de la homogeneidad. De lo veloz y fugaz de las ‘tendencias’, del tiempo chatarra.

Hace no muchos años se nos invitaba a “no dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy”; ahora, las cosas parecieran ir en otra dirección: poner freno para ir en busca de lo esencial. Períodos de calidad, espacio y silencio: hora de procrastinar. Este verbo, robado de la jerga médica por los gurús de la ‘felicidad’, se usa para denominar al acto de diferir o aplazar. En la acepción usada por la medicina y la psicología, se refiere a no concretar una tarea por incomodidad emocional, física o intelectual, relacionada con ansiedad o miedo al fracaso, entre otros factores. Sin embargo, también puede tener una connotación positiva: procrastinar con la premisa de que “menos es más”. No se trata ya de hacer todo, sino de hacer menos. Pero, mejor.

"Sin dudas, hay una serie de corrientes que intentan generar la reflexión. De hecho, lo más representativo de la especie humana es la capacidad de aplazar el impulso, tener espacios de introspección y pensar antes de actuar. Sin embargo, un patrimonio de los adolescentes, la impulsividad, a veces pareciera ser la forma de funcionamiento de la humanidad. Creo que sigue la tendencia a que la gente actúe primero y luego piense”, analiza Rodrigo Córdoba, médico psiquiatra, ex presidente de la Asociación Psiquiátrica de América latina. Vivir hiperconectados, ser megaproductivos y, a la vez, consumidores y productores seriales de contenido, sea tal vez lo que lleve a buscar alternativas con las que revertir hábitos poco sostenibles en el tiempo. Es así que disciplinas como el yoga o la meditación, o corrientes como el mindfulness (estado de atención y conciencia plena), entre otras, tengan cada día más seguidores. Adeptos, en un vacío dejado por otros refugios o consuelos… La paradoja de hacer algo más que ayude en el camino de hacer menos. Meditar o contemplar, un binomio de la misma y necesaria familia.

En el mismo sentido, así como hace algunos años fueron los libros que adoctrinaban sobre cómo ser más productivos y exitosos los que llenaban las librerías, desde hace largo tiempo ya proliferan los del tipo “Budismo para dummies”, “Meditar cada día” o los más asertivos y simples de arte-terapia para colorear mandalas, entre otras propuestas, en los que la premisa de concentración —la misma técnica que se aplica a los niños con dificultades de atención— permite focalizar o, dicho más claramente, lograr abstraerse de las distracciones del exterior para centrarse. Nada nuevo bajo el sol. O, un volver a las fuentes ante el caos.

"La mente es un conjunto de hábitos adquiridos y si uno de ellos es “no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy”, se puede caer en el error de darle prioridad a algunos aspectos de nuestra vida descuidando otros; de igual manera, si dejamos que la vida pase, haciendo el mínimo esfuerzo, nos negamos a la oportunidad de crecer, de fortalecernos a través de situaciones estresantes, de crear, de evolucionar…”, reflexiona Luis Toro, maestro de Kriya Yoga. El punto, pareciera, es distinguir cómo sentirse satisfecho y productivo, priorizando de manera consciente.

En su justa medida

La clave se encuentra en el uso saludable del tiempo, de acuerdo a las propias posibilidades e inquietudes. Los suecos, que a pesar del invierno arduo de poco sol que transitan, se encuentran habitualmente entre los primeros diez del World Happinnes Report, ranking de felicidad, acuñaron el término Lagom, que engloba la idea de ‘la medida justa’. La palabra fue adaptada como una suerte de filosofía. Aunque —paradójicamente— en redes. La tendencia se resume en cuatro principios: atención en los hábitos de compras, acciones sostenibles para con el medio ambiente, que el trabajo no se apodere de la vida y ser feliz con lo que se tiene. Porque quizá no se trate de bienestar versus productividad, sino de elegir, incluso si fuera posponiendo aquello que no sea esencial. «Todos los seres humanos queremos ser felices. Pero, ¿qué es la felicidad? La vida es como una orquesta: todos los instrumentos musicales deben estar afinados y ser guiados por un buen director para que podamos disfrutar del concierto. Los instrumentos son nuestras actividades laborales, familiares, sociales, espirituales… y el director es nuestra mente. Si ella es ecuánime, entonces la sinfonía de nuestra vida será muy placentera», asegura Toro.

Al concepto subjetivo de felicidad, quizá pueda sumarse otro: el propio ritmo de vida que permita manifestarse en la versión más plena, sin seguir mandatos externos. Al respecto, Córdoba sostiene que el ritmo vital quizá sea uno de los grandes y más valiosos intangibles: «Generalmente lo dan los años o algunos procesos psicoterapéuticos; es decir, al poder adentrarse en uno mismo y conocerse se encuentran los pasos propios de cada individuo. Por otro lado, ese afán insaciable de tener muchas cosas y relaciones, definitivamente no conduce ni genera situaciones favorables. Es decir, se pueden hacer muchas actividades, pero siempre que se mantenga la coherencia interna», amplía el médico. No por azar, uno de los temas que ocupa hoy mismo a la psiquiatría es el estudio de la impulsividad. Es decir, los mecanismos que llevan al individuo a aplazar el impulso, para procesarlo y volverlo pensamiento. Dentro de un amplio espectro, las anomalías por control de impulsos como el trastorno bipolar, entre otros.

Cuando se piensa en introspección se llega casi invariablemente al imperativo del silencio. A la reconexión con procesos tan simples como la respiración. La revalorización del contacto con la naturaleza. De allí la proliferación de alternativas de retiros u otras formas de la calma, salidas en las que recobrar —en soledad o en compañía— uno de esos derechos perdidos en la mayoría de los ámbitos sociales o públicos. «Fui al río, y lo sentía/ cerca de mí, enfrente de mí./ Las ramas tenían voces/ que no llegaban hasta mí./ La corriente decía/ cosas que no entendía.», escribió el poeta argentino Juan L. Ortíz, desde su mirada de otro siglo y su ostracismo entrerriano.

A veces, pareciera simplemente que no quedaran sitios o momentos de intimidad, que ya no estuviéramos entrenados para encontrarlos. Cómo romper, entonces, con ese ciclo. ¿Propiciando la introversión, real y simbólica, lejos de las distracciones y los compromisos innecesarios? ¿Haciendo una lista de actividades, diarias o semanales, para luego acotarla, determinando qué es ineludible y qué accesorio? Cada quien encontrará un modo. Escarbar, en síntesis, hasta entender qué nos da momentos de plenitud y qué nos mantiene solamente ocupados. Procrastinar, al fin, en el buen sentido, sin siquiera pensar que quizá vivamos en una era bisagra y estemos revisitando viejos mecanismos simples de regreso. Antiguos como el mundo. Procrastinar, decíamos. No hacer. Nada. Ni siquiera pensar en esta última idea.

*Esta nota fue publicada originalmente en el Blog Delicatessen

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