Los datos de la última encuesta de Latinobarómetro son preocupantes, pero ni gobierno ni oposición los tomarán en serio y pronto una cifra para el olvido serán. Cuánto mayor la ignorancia al fenómeno de la emigración, más grande el número de ciudadanos que se toman el avión en Carrasco para triunfar en el mundo y no en Uruguay.
Según datos de la última encuesta de la compulsa continental, el 29% de los uruguayos considera irse del país en 2018. La cifra es mayor aún que la registrada durante la terrible crisis económica del 2002.
Entre quienes consideran hacer las valijas se encuentran mayoritariamente los jóvenes de clase media y media alta de buen nivel educativo. Son ellos quienes encuentran que Uruguay tiene el techo demasiado bajo para sus sueños y aspiraciones. Quieren crecer, invertir, arriesgar, superarse, pero encuentran que el país les niega ese espacio tan necesario. Asumen con dolor que hay una fuerza superior que no los va a dejar avanzar. Y se van.
Entre los impuestos excesivamente altos, el costo de vida prohibitivo, la falta de buenos salarios, la inseguridad rampante y la prédica estatista de ver a los empresarios y a los emprendedores como los malos de la película, no les queda otra que irse. Para ellos encontrar un puesto acomodado en el Estado no es una opción. Un trabajo público donde haciendo lo mínimo alcanza para llevar una vida de supervivencia básica se encuentra en las antípodas de lo que buscan. Es precisamente la mentalidad que cobija a esa casta de uruguayos protegidos por el Estado otra de las razones por la que los uruguayos buscan horizontes en tierras donde mejorar económicamente y crecer profesionalmente está bien visto y no se los culpabiliza por ello.
Según datos de la Dirección Nacional de Migraciones entre enero y octubre de este año 2.566 personas se fueron del país. Desde 2014 a la fecha son 40.000 los que se tomaron el avión o el buque para nunca más volver.
“Una diferencia está en el costo de vida. Acá es más barato, la comida, el alquiler, los traslados. Esa es una diferencia grande, que hace que el sueldo, que capaz no es muy grande, te rinda más”, sostuvo desde España a El Observador Juan Manuel, uno de los tantos jóvenes que se fueron.
Cada cuál es libre de irse o de quedarse en el país en que nació. La libertad es precisamente eso, construir el destino en función de la voluntad de cada persona. Lo que no está bien y debería llamar la atención son las razones por las que nuestra población más preparada, la que debería subrogar a los que están, tiran la toalla y se van. Su país los expulsa en silencio y por omisión.
Son los universitarios los que se quieren ir. En esa población es mayor al 60% los que no descaran partir. También los jóvenes. Según el Instituto Nacional de la Juventud uno de cada cuatro piensa en irse del país.
Datos y cifras que molestan y que duelen. Uruguay se ha vuelto una tierra sin vigor que expulsa a quienes quieren trabajar y crecer. La asfixia que genera el imaginario colectivo reinante dominando hábilmente por las elites intelectuales, siempre listas para denostar a los partidos tradicionales y omisas en la crítica al progresismo, lograron su objetivo. Habría que hacerse cargo de esa derrota y revertirla. Irse no es la solución.
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