Opinión > Magdalena y el bibliotecario inglés

La agonía del pueblo y el 61%

Tiempo de lectura: -'
18 de noviembre de 2018 a las 05:03

De Magdalena Reyes Puig para Leslie Ford, del Trinity College
Estimado Leslie:

 

La agonía del pueblo
 

El pasado fin de semana El Observador publicó un artículo sobre la caída del apoyo a la democracia en el Uruguay, donde se revela que sólo un 61%  de la población uruguaya –comparado con casi un 90% hace veinte años– considera a esta forma de gobierno como la más adecuada. Esta caída se compagina con ciertos fenómenos regionales como los triunfos electorales de Bolsonaro y Trump.  Porque pese a sus diversas proclamas anti-democráticas, ambos fueron investidos por la voluntad popular, lo cual sugiere que la afamada expresión de Churchill de que la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos, parece estar hoy en tela de juicio. Pienso que esta preocupante depreciación de los valores democráticos demanda una reflexión concienzuda y profunda, con el objetivo de dilucidar sus causas.  

A menudo me es útil recurrir a un ejercicio mental donde intento deducir qué respondería tal o cual pensador a una pregunta específica. En el diálogo con los grandes maestros podemos encontrar una oportunidad para examinar las creencias más naturalizadas y evaluar la compostura impuesta por los criterios –muchas veces arbitrarios y limitantes– de lo “políticamente correcto”.  Y creo que la obra de Platón brinda una ocasión desafiante para examinar las bases fundamentales de la democracia. 

Decepcionado por la condena a Sócrates, estipulada por la  mayoría de los ciudadanos atenienses, Platón concluye que el criterio popular debe ser tomado con precaución. La muerte de su maestro prueba que cuando cualquier opinión es consentida sin reparar en su razonabilidad, el riesgo a incurrir en el desacierto está a la orden del día.  Contrario al relativismo, Platón sostiene que un Estado debe ser gobernado con un conocimiento apropiado del bien y la justicia, si no  se quiere terminar “rindiendo honores a alguien con sólo que diga que es amigo del pueblo”.  El carácter anti-democrático de su filosofía política le ha costado no pocas antipatías. Sin embargo, creo que la lectura de “La República” debería ser una condición deseable para toda persona –gobernante o ciudadano- interesada en ejercer el arte de la política. Esto, no con el objetivo de promover una aristocracia intelectual, sino para examinar las fisuras del menos malo de los sistemas políticos. Los vicios que instigan la decadencia sólo pueden ser controlados a través de la toma de conciencia de los mismos.  Y para Platón es “el deseo insaciable de libertad” el talón de Aquiles de la democracia. Esto, porque induce al descuido de otros valores como la correcta administración del bienestar común en razón de la cual la libertad individual debe ser, a veces, acortada. 

Sabemos que la tolerancia es una virtud. Pero en el reino de la condescendencia indiscriminada el bien ya no es más preferible que el mal, simplemente porque es improbable distinguirlos cuando todas las opiniones son igualmente válidas.  Dice Platón que, debido a la tolerancia indiscriminada que amenaza a la democracia, no es raro encontrar en ella a hombres condenados públicamente paseando tranquilamente como si nada. Pero no tan como si nada…

Allende al grado de relativismo que prevalezca en una sociedad, los seres humanos precisamos referencias morales para dar sentido a las opciones que tenemos y las decisiones que tomamos. Porque la indeterminación en termino de valores se proyecta en inseguridad política y social. Y, urge recordarlo, la seguridad –tanto física como moral- es una necesidad humana primordial, la segunda en el orden jerárquico de la  pirámide de Maslow.  No hay duda: necesitamos esa seguridad fundamental. 
Por tanto, no hay percutor más atinado y eficaz para el surgimiento del autoritarismo que la confusión e inseguridad que prevalecen en la falta de horizontes de significado: como niños desorientados y perplejos, berreamos y pataleamos en busca de ese abrazo que es límite, sí, pero también contención. Y nuestra democracia –la mejor de todas las madres posibles- agoniza cada vez más débil y desmañada.  Los síntomas son claros como el agua, y es nuestro deber hacer algo para recuperarla.  

Sabemos que la tolerancia es una virtud.

 

El 61%
 

De Leslie Ford, del Trinity College, para Magdalena Reyes Puig
Estimada Magdalena:

 

Una de las definiciones de Aristóteles más repetidas durante los últimos milenios es la que afirma que el alma del hombre es, de algún modo, todas las cosas. Si eso fuera cierto, explicaría también (aunque no sólo) porqué nos rebelamos ante la naturaleza no-absoluta de casi todo, y no nos resignamos a que cada cosa que cae en nuestra inteligencia no sea, en realidad todo, el todo, ese único objeto adecuado a nuestra alma. Siempre querríamos que nuestro pequeño y limitado jardín de invierno fuera, en verdad, el universo.

En una u otra época de la historia, se han absolutizado también ciertas formas de gobierno. (Cuentan que un día Hegel, al ver pasar a Napoleón exclamó: “¡Ved aquí al Espíritu Universal a lomos de un caballo blanco!”). A los ingleses quizás nos gusta excesivamente la monarquía constitucional, pero eso tiene una explicación: el ejemplo maravilloso de integridad personal que dieron durante el Blitz de 1940 y 1941 nuestro difunto rey George VI y su querida esposa, la llorada Reina Madre. Habría que investigar por qué el absoluto de los italianos es la anarquía; o el de los rusos, la tiranía. En todo caso, debe usted suponer que algo maravilloso sucedió alguna vez en Uruguay para que, todavía hoy, y a pesar de todo lo que dice en su carta, la democracia cuente con un 61% de apoyo entre la población.

Una forma de gobierno no es una cosa menor que pueda tomarse a la ligera. Pero, mal que le pese a Hegel, tampoco es un absoluto. Los absolutos, fuera del ámbito de lo divino, suelen producir problemas, más que resolverlos. Por eso, hemos de estar muy atentos a no convertir en absoluto lo que es relativo, y viceversa, pues no sólo estaríamos cometiendo un error, sino reincidiendo en él -lo cual sería devastadoramente aburrido. 

Es verdad que Platón no es un demócrata. No lo es como filósofo, y no lo fue como ser humano inmerso en la política de su tiempo. Sin embargo, se cuidó mucho de atribuir lo absoluto a ninguna forma de gobierno -tampoco a las que a él más le gustaban. Si algo nos transmite Platón es que las formas de gobierno se degradan siempre. También la democracia. Y le creo, Magdalena, cuando me dice que la democracia en Uruguay tiene sus problemas. ¡Cómo no habría de tenerlos!

Platón se complace en describir la democracia como un puchero en el que cabe todo, pero ninguna cosa vale más que la otra. Esa diversidad (cualidad divinizada hoy en día) la hace muy divertida. La democracia tiene hijos de todo tipo: unos la sostienen para liberarse de un tirano; otros para disfrutar de los bienes de la igualdad; otros porque son racionalistas y creen que, de todas las formas de gobierno, esta es la menos mala; otros como manera de alcanzar el poder. Pero esa falta de unidad que hace a la democracia tan entretenida, la hace también muy frágil y la dirige, naturalmente diríamos, a su propia disolución. (Bien poco mérito tiene mi análisis ante el espectáculo lamentable del Brexit, el florecimiento de los nacionalismos en España y la pérdida generalizada del afecto entre los ciudadanos de la mayoría de las democracias occidentales).

Pero decíamos que no hay que pensar la política como un absoluto. Y eso significa también que la democracia no es una idea, ni un método, ni algo estático, sino algo que tienen que construir los que están ahí en ese preciso momento -los que estamos aquí ahora. 
Yo veo la democracia, esencialmente, como una cuestión de comunión entre las personas. Y veo que funciona cuando las personas deciden que se amarán y se respetarán, por encima de las dificultades que puedan presentarse. Y que deja de funcionar cuando se desprecian y se maltratan. Es como una extensión del ideal matrimonial, o del concepto judío de Alianza.
La diversidad no basta. Ninguna sociedad tiene en la diversidad su fundamento. En cambio, dice Tomás de Aquino que el ser tiende a la unidad. Y Marc Vaillot afirma, en su “Pequeño libro sobre el amor verdadero” que “es justo que cada uno sea amado”. Esa es la Justicia que está en la base de la sociedad.

El esfuerzo por la comunión debe oponerse a la tendencia actual -exportada al mundo por la izquierda de origen marxista- al enfrentamiento y a la categorización del otro como enemigo: el otro que no piensa como nosotros, el otro que usa un Rolex, y cosas por el estilo. l
 


 

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...