Jorge Fossati firma una foto del equipo de Peñarol 1978

Fútbol > UN VIAJE AL PASADO

La historia de un hincha: así reunió a Peñarol de 1978 en un festejo de 50 que revivió la pasión de una generación

La idea nació como el regalo de cumpleaños de 50 para quien fue mascotita en un clásico de 1978 y se transformó en una aventura de emociones, historias y recuerdos de las figuras de Peñarol
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10 de enero de 2021 a las 05:03

Por Nicolás Mescia 

13 de diciembre. Suena el teléfono y al otro lado del tubo escucho: “Estás pronto? Te pasamamos a buscar en 5 minutos. Papá quiere salir ya. Dice que a los clásicos se llega temprano”. La llamada venía desde el teléfono 792037, a sólo dos cuadras de distancia de mi casa. Los números aún tenían 6 dígitos. Era el año 1978, jugaban Peñarol y Nacional. El que hablaba era mi amigo Michel, hijo único de Enrique y Claudine. En aquel momento un gran compañero de colegio que tenía solo 7 años. La vida nos transformó en amigos que perfectamente podrían ser hermanos. Así seguimos hasta el día de hoy, con 50 años cumplidos.

Ese no fue un partido más. Peñarol ganó 3-0 con dos goles del Nando Morena y uno de Chicharra Ramos. Arbitraba Ramón Barreto y había 50.000 personas en las tribunas.

No fue una noche más para nadie, y a mi amigo se le grabó especialmente en la memoria. Esa noche, a solo 16 días de cumplir años, su padre le hizo un regalo que le generó un recuerdo para toda la vida. Salió de mascotita con Peñarol, su cuadro del alma. Mascotita con Morena, Ramos y Maneiro. Con el Indio Olivera y Fossati. Con Unanue y Marcenaro. A los siete años pisó la cancha de la mano de esos monstruos, sintiendo bajar el grito de la tribuna: “Y dale, y dale, y dale Manya dale, y dale, y dale, y dale Manya dale…”. Estaba en las tribunas, y de solo recordarlo se me eriza la piel.

La mayoría de ese Peñarol de diciembre de 1978, que había quedado grabado en aquella foto con Michel Decker, mi amigo mascota, luego fue campeón de América y del mundo cuatro años después.

Peñarol 1978

Los años pasaron, y la mascotita se transformó en socio de Peñarol, en hincha fanático y en mi mejor amigo. Desde aquel día pasaron muchos años y muchas historias. La mascotita creció tanto como la amistad, llegaron los 50 y con eso la pregunta: “¿Qué le puedo regalar que sea realmente inolvidable”? En un abrir y cerrar de ojos, varias opciones se cruzaron por la cabeza hasta que de repente, apareció el único regalo posible: la foto. Algo con la foto del día en que Michel salió de mascotita de Peñarol.

Y así empieza la historia de esta historia que ya lleva más de 60 días de iniciada.

Primero el llamado a su hijo Nico. “¿Viste la foto que tenés de tu viejo de mascotita? La preciso”. Me hice de la foto, una amiga se encargó de la ampliación de la imagen. Me la imaginé enmarcada y me di cuenta que más allá de todo, no dejaba de ser una foto, una gran foto. Fue entonces cuando decidí ir por algo más significativo: conseguir las firmas de los jugadores que estuvieron ese día que salió de mascotita. Lo que no sabía entonces, era que junto a sus firmas sumaría a mis recuerdos y a los de Michel, una serie de historias imperdibles.

El primer contacto: Marcenaro

Un sobrino me presenta a un ex jugador de Peñarol, que conoce a varios de ellos y así contacté con el primero: Nelson Marcenaro. Era un defensa aguerrido, a quien la vida lo llevó a ser un tipo aún más crack de lo que era como jugador. Lo llamé, le conté qué era lo que estaba pensando hacer, e inmediatamente me dijo: “Venite cuando quieras, te espero”.

Nelson Marcenaro firma una foto del equipo de Peñarol 1978

Llegué una tarde hasta su casa en La Teja. Estaba arreglando el patio con un amigo, vestido con chancletas, musculosa y short. Hablaba por teléfono. Me hizo un gesto como de “aguantá un cachito”. Cuando terminó la llamada me pidió disculpas y me abrió el portón. Charlamos un rato, y me invitó a pasar.

“Vieja, ¿se puede?”, gritó. “Sí, dale tranquilo”, se escuchó desde adentro. Entramos a una casa muy sencilla donde se respiraba humildad y don de buena gente.

Luego de firmar la foto, me preguntó. “¿A qué se dedicán vos y tu amigo?”. Le conté, y luego me dijo: “Si quieren dar una mano, bienvenida”. Y me mostró dos cuartos llenos de comida: arroz, azúcar, leche, pasta. “Con esto que nos donan empresas y amigos, le damos de comer a cerca de 50 familias por mes. Si quieren ayudar, te agradezco de corazón”. Marcenaro, gran defensor en la cancha ahora es un defensor de los que más precisan.

La firma de Fossati

Con Nelson ya de mi lado, agarré viento en la camiseta y me animé a ir por más firmas. La del Nando era imprescindible. Sin la de Morena, no era lo mismo. Ahí recurrí al padre de una amiga de mi hija que es vecino del Nando. Entre él y su hijo, en una llamada de 20 minutos, hicimos llegar la foto hasta la casa del Potrillo. Luego Jorge Fossati lo describiría como lo que realmente fue: “El mejor, los demás éramos segunda guitarra”. Si habremos gritado goles del Nando con Michel. El gol de la final contra Cobreloa en la Libertadores de 1982 todavía está grabado en nuestras retinas. Su manera única de festejar, agarrado del alambrado entre la Amsterdam y la América. Un ídolo.

En una noche que fue casi tan mágica como la de aquel 13 de diciembre, fui volando desde Punta Gorda hacia Pocitos a buscar la firma del Flaco Fossati, con quien me había contactado Marcenaro. Ahí comenzó una cadena difícil de tejer, porque en un año de pandemia y con gente que supera los 60 y pico, no se habían reunido como en otros años, con lo cual no todos estaban en contacto.

Fossati y su River Plate estaban concentrando en un hotel por la Plaza Gomensoro. Con su voz ronca habitual me dijo: “Tenés que llegar antes de las 9 porque cenamos y luego tenemos charla técnica”. Llegué a las 20:57. De repente apareció Jorge. Nos saludamos. Desplegué la enorme foto encima del mostrador del lobby del hotel y se hizo un silencio largo, hasta que dijo: “¿Tu amigo cumple 50? Qué lo parió, si estaré viejo”. Así me empezó a contar sobre los diferentes compañeros que aparecen en la foto. De todos hablaba con mucho cariño. Cuando llegamos al equipier, me dijo: “Éste murió en Los Aromos. Era otra época eso”. Un poco más de charla, algunas fotos de recuerdo y me volví a casa en un día glorioso. Las firmas de Nando y Fossati se sumaban a la de Marcenaro.

Los relatos de Víctor Hugo, Muñoz y la llegada al Indio Olivera

Esa noche empecé a darme cuenta de lo que estaba pasando. Una simple foto y un regalo para mi amigo estaban logrando que conociera a quienes tambien habían sido mis ídolos. Pero además estaba despertando en ellos recuerdos que a veces se van perdiendo. Así decidí recurrir a un talentoso relator de fútbol que es ingeniero agrónomo, que podría codearse con Victor Hugo Morales y con Carlitos Muñoz: el Chelo, mi hermano. Lo llamé y le pedí que me mandara relatos, reales o inventados, de los jugadores que iba visitando. Así como llegaban los relatos, se los reenviaban a sus destinatarios finales. Una atajada de Fossati al Cascarilla Morales motivó el “Únicamente así… imaginando”, del Flaco. En otra gran jugada que hacen Zico, Sócrates, Falcao y Renato (qué jugadores tenía ese Brasil), Marcenaro contesta con un: “Jaja, muy bueno”.

Walter "Indio" Olivera firma una foto del equipo de Peñarol 1978

La cosa se ponía tremendamente divertida. Eran las 21:54. No tenía ningún respeto de los horarios. Estaba enchufado en mi propio partido. “Nelson, conseguime el celular del Indio, ¿podés?”, le pregunté. Al toque me pasó el número de Olivera y un comentario: “Él ayuda mucho”.

El chateo con el Indio empezó con una foto que nos habíamos sacado con el Flaco Fossati y el cuadro.

Por audio le mandé la historia de lo que precisaba y un pedido especial: si podía pasar al otro día en la mañana por su casa, porque justo iba para el Este. Pocos minutos después, recibí su respuesta: “Sí, pasá”. Gol. A dormir en paz.

Al otro día, temprano en la mañana, llegué a Salinas, a la casa del Indio Olivera. Es un hombre alto, muy alto. Muy amablemente me invitó a pasar. Mientras firmaba la foto surgían los recuerdos de la época. Cuando me estaba por ir, nos detuvimos un segundo en el portón exterior. Ahí nos pusimos a hablar nuevamente con el Indio y mi hermano Pablo, que me había llevado hasta su casa. “¿Y el Nando?”, le pregunta Pablo. La respuesta no se hizo esperar. “Con el Nando era como entrar ganando 1-0. Era un jugador diferente. Y mirá que en esa época los defensores no eran como ahora. Te daban a matar. Nando aguantaba y metía como loco. Si hubiese jugado hoy no se cuánto valdría. Sin dudas sería un jugador de clase mundial”.

Nos empezamos a despedir y en ese último momento le pregunté: “Indio, ¿Por qué se llama así tu casa?”. Sonrió y explicó: “La casa se llama Grape, que es Gracias Peñarol”.

Seguimos viaje hacia el Este, recordando partidos de Peñarol con mis hermanos. Los relatos salían y llegaban desde mi celular a los de los jugadores. A esta altura ya había hasta una cierta intimidad y confianza como para pedir más celulares.

El encuentro con Maneiro

“Che, Nelson, ¿me pasás el de Maneiro?”. “Mirá que es medio chúcaro. Si no te atiende, avisame”, me respondió. Nelson me allanó el camino. Lo llamó y de esa forma, Maneiro fue tan elegante como cuando jugaba y me dijo que me esperaba cuando quisiera. Volviendo del Este pasamos por su casa. Nuevamente se repetían las historias y las emociones. “Qué equipo que era éste”, dijo Maneiro, un hombre más tímido, pero que no dejó de alabar al Nando.

La foto ya tenía cinco firmas estampadas. Cinco firmas que eran importantes, aunque faltaba alguna más. La del Chicarra se imponía. Esa seguro que la conseguía. El Chicharra es el primo hermano de Mónica, una fenómena que nos ayuda en casa desde hace 16 años, que conoce a Michel y su pasión por Peñarol. Lo llamó al Chicarra y al toque escucho el Whatsapp de Mónica que decía: “Llamalo”. “¿Qué hacés Venancio?”. En ese momento me sentía uno más del grupo de aquel equipo genial de 1978.

Venancio me contó que vive en Artigas, y que por el covid-19 no venía a Montevideo. Entonces le pedí un audio para Michel, con el compromiso de firmar el cuadro en alguno de sus viajes a la capital. Mandó un audio espectacular que empieza dirigiéndose muy educadamente a Michel y termina diciendo, “ya sacando un poquito las formalidades, para Micho, desde Artigas un saludo afectuso y que pases un muy lindo día. Un abrazo grandote, te habla Venancio Ramos”.

A los 5 minutos empezaron a volar los relatos desde Young a Montevideo y de Montevideo a Artigas. Y de pronto, las fotos de Artigas a Montevideo, y las palabras emocionadas del Chicharra. Así es Peñarol, así es Uruguay, y su gente.

La mascotita de Peñarol 1978, 42 años después

De esta manera, casi sin darme cuenta, el regalo para mi gran amigo se transformó en una aventura inolvidable que me permitió conocer a mis ídolos de toda la vida y además revivir con ellos parte de la historia del cuadro que con Michel llevamos en el corazón. Una simple foto que terminó juntando a un puñado de jugadores que supieron ser campeones, para saludar a una mascotita que cumplió 50 años.

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