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La historia ha sido injusta con Jimmy Carter

Ronald Reagan, mientras tanto, se beneficia de una interminable tolerancia de sus acciones

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23 de febrero de 2023 a las 14:17

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Por Edward Luce

La desventaja de la memoria política estadounidense es que la sustancia a menudo cuenta poco. Si se tomara más en serio, a Jimmy Carter se le atribuiría haber sembrado las semillas de la desaparición de la Unión Soviética y a Ronald Reagan no se le habría sido canonizado como un santo moderno. Pero la mercadotecnia es una poderosa droga. La sabiduría convencional insiste en que Carter hizo de Chamberlain frente al Churchill de Reagan. Tras cuatro años de vacilación carteriana, Reagan tomó las riendas en 1981 y el resto es historia. Salvo que se trata de historia torpemente registrada. Comprender cómo EEUU ganó la última Guerra Fría es clave para gestionar la próxima.

La memoria distorsionada estadounidense se debe, en parte, al hecho de que la derecha adora a Reagan mientras que la izquierda repudió a Carter. Tal fue su sentimiento de traición, que influyentes liberales de la era Kennedy, como Arthur Schlesinger, se negaron a votar por el Partido Demócrata en 1980 por esa única vez en su vida. Carter es, por lo tanto, un huérfano de la historiografía partidista. Bill Clinton y Barack Obama se esforzaron por ignorarlo. Joe Biden es el primero de los sucesores de Carter que ha presentado sus respetos al 39 presidente de EEUU. Eso no es casualidad. Biden y Carter tienen visiones del mundo que coinciden.

La fuente del desdén liberal tiene dos elementos. En primer lugar, Carter puso fin a la distensión de la Guerra Fría de sus predecesores. La distensión implicaba que EEUU reconocía la esfera de intereses de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y que se comprometía a no interferir en los asuntos de la otra parte. La distensión también les permitió a los soviéticos alcanzar la paridad nuclear con EEUU. El gasto en defensa estadounidense cayó casi un 40 por ciento en términos reales durante los ocho años anteriores a la llegada de Carter al poder. Carter les dio un vuelco a ambas cosas. Él invirtió en una nueva clase de armas nucleares estratégicas e instaló misiles Pershing y armas de crucero de alcance medio en Europa. También revirtió la negligencia de Henry Kissinger hacia los disidentes soviéticos y hacia los Estados satélites. La Carta 77 (Checoslovaquia), Solidaridad (Polonia) y otros movimientos de protesta tomaron vuelo durante la presidencia de Carter. "Los derechos humanos son el alma de nuestra política exterior", dijo él.

No es casualidad que la primera visita de Estado de Carter como presidente fuera a Polonia. Desgraciadamente, su intérprete tergiversó sus palabras. Carter dijo que se alegraba de estar en Polonia y que deseaba mantener estrechas relaciones con su pueblo. La interpretación resultó como si él hubiera dicho que había abandonado EEUU para siempre y que quería tener relaciones sexuales con los polacos. A los polacos no pareció importarles. Un presidente estadounidense que predicaba los derechos universales ayudó a EEUU a dejar atrás su notoriedad de la era de Vietnam. La utilización de los derechos humanos como arma por parte de Carter inició el proceso que contribuyó a la implosión pacífica de la Unión Soviética. Entre los presidentes estadounidenses modernos, él es el único bajo cuyo mandato no se produjo ninguna muerte en combate.

La segunda queja liberal contra Carter es que perdió ante Reagan. Como se suele decir en inglés, Carter fue derrotado por las tres K: Komeini (Jomeini), Kennedy y Koch. La revolución iraní del ayatolá Ruhollah Jomeini desembocó en la crisis de los rehenes que supuso un serio problema para Carter. Tras 444 días de cautiverio, los rehenes estadounidenses fueron liberados pocos minutos después de que Carter dejara el cargo. No se ha demostrado que Reagan llegara a un acuerdo extraoficial con el gobierno de Jomeini para mantener a los rehenes hasta después de las elecciones de 1980. Pero las pruebas son muy sólidas. Carter cree que William Casey, el director de campaña de Reagan, sí llegó a un acuerdo. Una conexión no oficial tan poco natural explicaría también las dobleces de Reagan durante el escándalo Irán-Contra unos años después.

El reto de Ted Kennedy durante las elecciones primarias también perjudicó a Carter. Aunque Kennedy notoriamente no podía explicar por qué quería ser presidente, Carter tenía su propia teoría: Kennedy lo veía como su derecho de nacimiento. La brecha entre el granjero rural de Georgia que creció sin zapatos y el aristócrata de Boston es una línea de falla que aún limita al Partido Demócrata. Biden está en el lado de Carter.

Ed Koch era el alcalde demócrata de Nueva York que pensaba que Carter estaba predispuesto en contra de Israel. El acuerdo de Camp David de Carter neutralizó a Egipto — el enemigo más poderoso de Israel — y, por lo tanto, hizo más por la seguridad de Israel que ningún otro presidente estadounidense desde entonces. Pero las buenas obras a menudo no son recompensadas. Carter fue el único presidente demócrata que obtuvo menos de la mitad del voto judío.

El apellido de Paul Volcker no empieza por K. Sin embargo, el entonces presidente de la Reserva Federal (Fed) estadounidense es probablemente el que más contribuyó a la derrota de Carter. Con tasas de interés del 20 por ciento, Carter tenía pocas posibilidades de ganar en las urnas. Cabe señalar que Carter eligió a Volcker con pleno conocimiento de sus credenciales antiinflacionarias.

En eso, como en tantas otras cosas, Carter hizo lo correcto, pero no recibió crédito alguno. La izquierda lo odiaba por ello. La derecha actuaba como si fuera obra de Reagan. Lo mismo puede decirse de cómo EEUU ganó la Guerra Fría. La moraleja de la historia de Carter es que la virtud debe ser su propia recompensa. La historia es un juez parcial.

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