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La importancia de reivindicar el noble arte de tirarse a dormir la siesta

Bien metida en nuestro ADN, la siesta es tanto un acto de resistencia como una buena práctica para la salud
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15 de noviembre de 2020 a las 05:10

Pensemos en la siesta como un acto de resistencia. Un acto de resistencia que evoluciona pero no termina.

Era resistencia antes, en verano, después de la orden materna-castrense y en la hora de las cortinas azules y traslúcidas dejando entrar apenas el sol de enero. Nos rebelábamos contra la imposición de dormir a contra natura y no ver más televisión, matábamos el tiempo y el calor con ventiladores de metal y juegos olvidables en el cuarto. Rompíamos la calma de la casa –y algún que otro vidrio– con pelotazos que iban acompañados de retos y gritos. Rompíamos la siesta.

Pero es resistencia también ahora, en épocas en que la cultura del trabajo, la autoexigencia y la culpa proactiva nos quieren llevar puestos. Adormecernos y no dejarnos dormir para seguir trabajando. El mundo laboral no parece estar muy bien diseñado para acoplarse a la noble costumbre de “tirarse un ratito”, que se bajó de los barcos españoles con nuestros tatarabuelos y que representa la posibilidad de tomarse pequeñas pausas del día que pueden llegar a ser mucho más benéficas que los latigazos de las ocho horas. Entonces: resistencia. Sestear y ser adulto es resistir.

Quizás por eso mismo es que la no-siesta es patrimonio de las grandes ciudades, mastodontes de cemento donde el ritmo del día –frenético, imparable, meritocrático– está pautado por la oficina y la actividad corrida. Y quizás por eso mismo es que la siesta es hermana del interior del país. No: se trabaja igual o más que en la capital. Pero el sol, más fuerte y árido en las ciudades bajas donde no abundan los edificios de más de cinco o diez pisos, quema y manda a dormir a todos después del mediodía. Parte el horario al medio. Pasear un lunes o un miércoles a las dos de la tarde por Carmelo, Paysandú, Trinidad o Castillos es pasear por las calles desoladas del far west y librarse a los fantasmas y las plantas rodadoras. El desierto urbano del interior es real y los padres/madres que aterrizan en sus hogares a la hora de comer, se acuestan y un par de horas después regresan a la faena. La norma es armónica e indiscutida. Y en el campo, donde el golpe solar es todavía mayor, la apuesta se redobla. Si se puede, se sestea. Se defiende. Se resiste.

En Uruguay se duerme la siesta y en el resto de Hispanoamérica también. Gabriel García Márquez, que parece tener un cuento a la mano para retratar cualquier costumbre latinoamericana que uno quiera mencionar, incluye en Los funerales de la Mamá Grande (1962) el relato La siesta del martes. En él, una madre y una hija llegan a un pueblo después del mediodía para visitar la tumba del hijo y hermano, que murió de un tiro vecino poco tiempo atrás. Ambas llegan a la hora de la siesta y el lugar es descrito así:

“No había nadie en la estación. Del otro lado de la calle, en la acera sombreada por los almendros, sólo estaba abierto el salón de billar. El pueblo flotaba en el calor. (…) Eran casi las dos. A esa hora, agobiado por el sopor, el pueblo hacía la siesta. Los almacenes, las oficinas públicas, la escuela municipal, se cerraban desde las once y no oían a abrirse hasta un poco antes de las cuatro, cuando pasaba el tren de regreso. Sólo permanecían abiertos el hotel frente a la estación, su cantina y su salón de billar, y la oficina del telégrafo a un lado de la plaza. Las casas, en su mayoría construidas sobre el modelo de la compañía bananera, tenían las puertas cerradas por dentro y las persianas bajas. En algunas hacía tanto calor que sus habitantes almorzaban en el patio. Otros recostaban un asiento a la sombra de los almendros y hacían la siesta en plena calle.”

Quizás el realismo mágico de Gabo exceda la verdadera naturaleza de nuestra siesta criolla, pero es cierto que uno puede molestar a cualquier hora, menos a esa. Y podemos estar de acuerdo que con frío o con calor, la necesidad de acostarse después de comer se hace poderosa. ¿Por qué sucede esto? Fácil: la sangre del sistema nervioso se va al digestivo para atacar lo ingerido y la somnolencia aparece como efecto residual.

Dormir al sol

Biología al costado, sestear es una práctica extendida, antiquísima y noble. La palabra deriva de la hora sexta romana, que hace referencia a las 12 del mediodía y, por la deformación de los calendarios, a un momento entre las 13 y las 14. Históricamente ha estado muy presente en nuestro ADN, y su culto puede rastrearse a obra clásicas y personajes históricos que la defendieron y practicaron ad infinitum como Winston Churchill o Albert Einstein. Y unos cuantos más.

Además, según dice el antropólogo Roger Ekirch de la Universidad tecnológica de Virginia en una nota de la BBC, hay más de quinientas referencias a ella en diarios médicos, registros estacionales y obras cumbres de la literatura como La Odisea y Los cuentos de Canterbury.

Pero, como decíamos, a los latinoamericanos nos llega por obra y gracia de los españoles. Ellos la viven de manera sanguínea, como viven buena parte de sus pasiones, y así la transmiten y la protegen. Pelean, a su vez, con el estigma de que el que sestea no trabaja. Hay lugares de la península Ibérica, incluso, en donde el acostarse un ratito con la panza llena llega a ser casi sacramental. En una ciudad cerca de Valencia llamada Ador, por ejemplo, el 2015 estuvo marcado por el momento en que su alcalde reafirmó públicamente el derecho de sus gobernados a dormir dos horas después del almuerzo. Los niños no pueden jugar a la pelota en la calle hasta las 14 y hay que respetar el sueño de los vecinos como sea.

Pero eso no es todo para el culto de la siesta: si abrimos las fronteras, nos encontramos con que también se la duerme en Italia, en China, en Cuba, en Taiwán, en India, en pueblos africanos del norte y en un resto bastante importante del mundo.

Una más: desde 1999 en Estados Unidos una pareja impulsa el National Naping Day, una celebración que pretende reivindicar la práctica y liberarla de los prejuicios impuestos en un país que por deformación la rechaza. Y sobre todo, marcar lo bueno que es para la salud tomarse algunos minutos para descansar a la mitad del día. Porque, sí, es bueno dormir la siesta. La cuestión es cuánto y cuándo.

“Nuestro organismo está biológicamente preparado para dormir en la noche y nuestra etapa principal de sueño tiene que ser en la noche. Pero una siesta se puede dormir y puede venir bien”, explica el doctor e investigador del Laboratorio de Neurobiología del Sueño de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, Pablo Torterolo.

“Una siestita corta a cierta hora de la tarde después de comer, donde sabemos que los niveles de vigilancia pueden caer, puede ser adecuado. Se recomienda dormir menos de 40 minutos. En general, una siesta de 20 minutos te recupera, te levanta un poco y te refresca”, agrega.

El rango de sueño que el especialista recomienda se cataloga como Power Nap. Una Power Nap es una siesta corta que sirve para revitalizar las funciones corporales pero que no induce al cerebro en la fase REM –sueño profundo–, por lo que no genera la resaca de somnolencia que llega tras un rato más largo de sueño.

Así, este tipo de siestas son buenas para el organismo, incrementan la energía, reducen la presión sanguínea y estimulan la concentración. Además cortan la vorágine del día y le bajan los decibeles al mundo atropellado en el que vivimos. Sería una suerte que todos pudiéramos disfrutar del bello arte de tirarse un rato.

Y señor padre, señora madre, una última cosa: no se enoje con su niño si no quiere dormir de tarde. Es comprensible. No olvide que quizás usted también renegó contra ese mandato. Acepte su resistencia. Y acuérdese de que tarde o temprano se pasará a nuestro bando. A los que queremos resistir de forma inversa y que, cuando no podemos, pensamos y anhelamos  esos ratos al sol, mientras los párpados pesan y caen y la vida se queda en pausa.

*Esta nota forma parte de un especial de Luces sobre el sueño. También puede leer: ¿Por qué necesitamos dormir 8 horas? Cómo cuidar el sueño y para qué

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