Rambla peatonal en Montevideo. (Foto archivo)

Juan José García

Profesor y doctor en Filosofía

Opinión > OPINIÓN

La libertad no tiene "peros"

El remedio no es suprimir la libertad porque se ejercita mal, porque se desentiende de la consiguiente responsabilidad. Sino de educar en la libertad para que se ejerza responsablemente
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03 de mayo de 2021 a las 05:00

Quien pregunta “¿Libertad, para qué?”, es que ha nacido para esclavo”. Es conocida esta sentencia de Alexis de Tocqueville, aunque parecería que no todos la conocen, y no solo eso, sino que a veces abundan los que dudan de si vale la pena la libertad

Y esto de “si vale la pena” no solo es un modo corriente de hablar sino una manera muy concreta de referirse a los riesgos que se corren con la libertad. Porque cuando se da libertad jamás se puede estar seguro de que el resultado será el esperado, ni siquiera bueno. En este sentido es verdad que “en nombre” de la libertad se han cometido no pocos delitos. Y a pesar de esto, no hay otra alternativa, porque si no se da libertad se trata a las personas como esclavos. Quizá lo que prefieran muchos por “miedo a la libertad”, como señalaba en mis años de juventud un libro que alcanzó notoria popularidad.

Ese riego que se corre con la libertad es ineludible. Cada uno sincerándose a fondo consigo mismo podría contar no sucesos históricos, sino acontecimientos personales, muy íntimos, en los que ejerció mal, a veces quizá perversamente, su libertad. Y cabría añadir: el que esté exento de esta dimensión de la condición humana que levante la mano, para situarle en la galería de los semidioses. Lo habitual es que no siempre hayamos usado bien la libertad que tuvimos, que nos hayamos equivocado por un ejercicio deficiente de nuestra inteligencia, o quizá porque sencillamente no quisimos ver: “no hay peor sordo que el que no quiere oír”, aunque los acontecimientos de la realidad más inmediata le estén dando gritos de alarma.

Si se ama la libertad nadie, en su sano juicio, querría renunciar a ella. Entre otras cosas, aunque quizá sea la primera, porque son los amores de una persona los que la definen como un ser humano. Y sin libertad no se puede amar.

Lo que ocurre es que, como en todas las cuestiones últimas, decisivas de la vida, las personas se podrían dividir en dos grandes grupos: los que creen en la libertad, y los que no creen en la libertad. Y ¿por qué “los que creen”? Porque en la libertad se cree o no se cree, y cuando no se cree en la libertad parece que lo más razonable es tratar a los demás como si fueran esclavos, asegurándose así un comportamiento previsible. Con el resultado de acabar teniendo no una sociedad de personas sino un conglomerado de humanoides amaestrados que responden a las consignas del mandamás de turno.

Demás está decir que hay muchos argumentos racionales para fundamentar la existencia de la libertad -yo mismo desde hace años los expongo en clase-; aunque la libertad no es cuestión de razonamientos, de ideas. Porque como decía Ortega las ideas se tienen, y lo que se tiene se puede tener y usar de muchas maneras, en cambio en las creencias se está, forma parte de nosotros, no podríamos diseccionar nuestras creencias de nuestra persona: se está en ellas a veces con mayor identidad que en nuestro propio cuerpo, sobre todo cuando comienza a no responder su edad biológica avanzada con los afanes de un alma que sentimos joven, porque somos capaces de ilusionarnos.

Por supuesto que no siempre la responsabilidad que implica la libertad está a la altura que sería esperable en determinadas ocasiones. Entonces el remedio no es suprimir la libertad porque se ejercita mal, porque se desentiende de la consiguiente responsabilidad. Sino de educar en la libertad para que se ejerza responsablemente, y eso solo se puede hacer desde la misma libertad. No hay otra pedagogía posible, aunque para lograr ese aprendizaje se eche mano de tantos recursos de los que se dispone actualmente -toda formación suele comenzar por una correcta información y un paulatino entrenamiento-.

Lo que sería un disparate es suspender la libertad porque fracasó la consiguiente responsabilidad. Y aunque decir esto suena políticamente muy incorrecto, concuerdo con Adela Cortina en que todas las personas son respetables, no así todas las opiniones. Porque las opiniones deben ganarse el respeto por su consistencia, sobre todo cuando se refieren a cómo debemos vivir. Y no se podrá pedir que se respete la opinión de gentes que pretenden suprimir la libertad que nos/me corresponde: eso no solo no se negocia, sino que hace falta gritarlo.

Tampoco está bien visto gritar, a no ser que se trate de slogans poco pensados. Sin embargo, no hay que olvidar que si una injusticia no indigna es que hemos perdido la capacidad de valorar a fondo lo que es justo. Y si no tenemos compasión por aquellos que son dañados por esa injusticia -lo que ocurriría suprimiendo la libertad-, incluso una autocompasión rectamente entendida, porque todos acabaremos en la misma bolsa, no nos estamos haciendo merecedores de la libertad. Porque ninguno de los que han vivido libremente se ha visto eximido de tener que luchar por la libertad: pasan los años, los siglos, y la lucha por la libertad continúa.

Y ya se sabe que libertad no es hacer lo que a uno le da la gana, sino hacer lo que entiende que debe hacer porque le da la gana hacerlo. Por eso siempre me pareció lamentable aquello de “libertad sí, pero…”. No, la libertad no tiene peros, porque una libertad sin responsabilidad es libertinaje o como se lo quiera llamar. Y un comportamiento irresponsable, que además siempre acaba atropellando la libertad de los demás es sencillamente despotismo, venga de donde venga.

Días pasados estaba escuchando con unos amigos la conferencia de prensa que Morales Solá le hizo al presidente. En el curso de las respuestas en un momento dije: “lo que buscamos los argentinos en Uruguay es libertad”. Más de uno se quedó mirando con una cierta sorpresa porque se supone que del otro lado del río cada uno hace lo que se le antoja. Sin advertir, quizá, que un comportamiento antojadizo, arbitrario, caprichoso, que puede confundirse a primera vista con lo que es libertad, en definitiva no es otra cosa que la tiranía de los más poderosos. Porque sin respeto a la institucionalidad no hay libertad posible: quedamos a meced de cualquier atropello.

En un reportaje famoso que le hicieron en Alemania a Hannah Arendt después de haber publicado “Eichmann en Jerusalén”, un libro que le trajo innumerables críticas, le preguntaron cuál había sido la primera impresión que había tenido a su llegada a los Estados Unidos, donde llegó escapando de los nazis, y sin dudarlo respondió: “la libertad”. Ella es la que reiteradamente cita en sus escritos la sentencia de Alexis de Tocqueville del comienzo.

De modo que si alguien se hiciera la pregunta “¿para qué sirve la libertad?”, no lo dude: ha nacido para esclavo. Pero por favor no sugiera, porque es una sugerencia perversa, que se suprima la libertad. ¿Qué quieren, al ejército en las calles para que la gente se quede encerrada en sus casas y decir que no es un operativo militar sino sanitario?

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