Eduardo Espina

Eduardo Espina

The Sótano > Kobe Bryant

La muerte del basquetbolista alto en las alturas

Tras su muerte violenta antes de tiempo, el gran jugador de Los Angeles Lakers vive ahora en el álbum de la memoria colectiva
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03 de febrero de 2020 a las 05:00

Domingo 26 de enero, pasado el mediodía. Estábamos almorzando y sonó el teléfono de uno de los comensales. Era su esposa para avisarle que había muerto Kobe Bryant. En un accidente de helicóptero. La conocida expresión esta vez fue literal: hubo un silencio sepulcral. Volvía otra vez a repetirse la historia de un catastrófico desplome; no el de dos torres gemelas, sino en el de un atleta alto como una torre. No había pasado ni una hora de lo ocurrido en California, cuando el sitio informativo de internet TMZ, dedicado a noticias sobre celebridades, dio la primicia. En la mesa hubo un silencio absoluto. Continuamos comiendo pero cada vez más despacio, como si el mundo hubiera cambiado repentinamente de velocidad.

No sé por qué (la vida lo que menos tiene es respuesta para todos los porqués), pero pensé ahí mismo en mi padre, la vez cuando me dijo que estaba escuchando Radio Carve justo en el momento en que la trasmisión fue interrumpida para informar que había muerto Carlos Gardel. Creo, usted dirá, que la muerte del famoso basquetbolista no fue para tanto, aunque casi: el mito de un artista se alimenta de sus obras, libros, discos, etc., de vigencia permanente; el de un deportista, en cambio, debe alimentarse de sí mismo para no terminar perdiéndose en lo anecdótico.

El fallecimiento imprevisto de Bryant –sin enfermedad que hubiera preparado para lo peor– paralizó al mundo, haciendo olvidar a millones de que ahora mismo en la historia hay un juicio político contra el presidente estadounidense, que una pandemia puede diezmar al planeta (si no ahora, pasado mañana), y que era la semana previa al Super Bowl del fútbol americano, el cual encanta también a los chinos, hoy en estado de pánico por el virus originado en su país.

Kobe Bryant fue tema ubicuo de la semana que comenzó justo el día en que su vida terminó. No solo está el hecho de todos los récords conseguidos por el deportista, considerado uno de los mejores de la historia en su especialidad, sino asimismo su imagen de buen tipo –aunque una mujer en Colorado lo acusara de violación–, de persona gregaria preocupada por la comunidad en la que vivía, casado con una descendiente de mexicanos y capaz de hablar con fluidez italiano y castellano, es decir, un estadounidense atípico. En síntesis, se trataba de un ganador dentro y fuera de la duela, con extraordinario poder de comunicación cada vez que tenía un micrófono y una cámara enfrente de él.

Deportistas triunfadores con esas condiciones de sociabilidad nata, sin artificios a la vista, surgen muy de vez en cuando. Cristiano Ronaldo es percibido como un arrogante inaccesible, y a Messi le falta el necesario impacto verbal, pues balbucea más de lo que habla, en todo caso, habla mejor con una pelota en los pies que con un micrófono en la mano. No puede haber leyenda sin relato. Del resto, muy pocos califican para aunar en una sola figura el mito deportivo y la leyenda de carácter social. Bryant fue todo lo contrario a la norma para los deportes, cualquiera que sea. Fue de esos elegidos con las condiciones propicias para entretener y encantar, uno de los elegidos y con los cuales a cualquiera le gustaría sentarse a tomar un té, o lo que al basquetbolista le gustara tomar, y ponerse a conversar.

Gardel no conoció la vejez ni la decadencia física, tampoco el olvido del público (para una celebridad, la peor de las decadencias). La muerte encima de un avión a punto de despegar lo congeló en el tiempo, en ese perpetuo instante temporal donde reside la eternidad. Lo mismo pasó con Delmira Agustini, asesinada por su marido cuando tenía 27 años, edad que tenían Jim Morrison, Jimi Hendrix, Brian Jones, Janis Joplin, Curt Cobain, y Amy Winehouse al momento de dejar este mundo, aunque el mundo difícilmente vaya a dejar de pensar en ellos.

Arthur Ashe, el mejor tenista negro de la historia, murió de sida (contagiado por una transfusión de sangre), en la plenitud de su vida, a los 49 años de edad. Es leyenda. Su figura, en lugar de diluirse, ha ido creciendo con el paso del tiempo. Con la complicidad de un helicóptero volando en la niebla, esto es, de un final violento por caída desde las alturas –algo que mucho de horror debe haber tenido–, Kobe Bryant ha entrado a ese paraninfo donde la muerte antes de tiempo convierte a los vivos célebres en leyendas vivas, aunque hayan dejado de estar en este mundo. De ese sitial con mucho de altar y culto idólatra, nada, ni siquiera la propia muerte, podrá ya sacarlo. Mamba en su tumba ha pasado a residir en un futuro permanente.

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