La política exterior uruguaya: entre los principios y la necesidad

Una larga historia de neutralidad real o simulada

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06 de febrero de 2019 a las 05:00

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Durante el siglo XX la política exterior uruguaya, en casos de grandes conflictos, acompañó a los organismos internacionales, como ONU u OEA, o siguió, en grandes líneas, la política exterior de Estados Unidos. Fue así por conveniencia, por políticas de Estado de largo plazo, y también por sensibilidad pública, como el marcado sentimiento aliadófilo de la mayoría de la población durante las dos guerras mundiales.

Y en los casos en que temió una agresión externa, Uruguay se recostó en Gran Bretaña, Estados Unidos o en alguno de sus vecinos.

Así, por ejemplo, el gobierno de Claudio Williman (1907-1911) apeló a Brasil cuando se alarmó por la tesitura de la “costa seca” del canciller argentino Estanislao Zeballos, quien negaba la soberanía uruguaya sobre una parte del río Uruguay y el Río de la Plata. La flota argentina incluso llegó a hacer maniobras y cañoneos en torno a la isla de Flores, sobre la costa uruguaya. Un siglo más tarde, en 2007, Tabaré Vázquez recurrió a George W. Bush cuando se sintió amenazado por Argentina por el conflicto en torno a la fábrica de Botnia.

Ya durante la guerra civil de 1904, José Batlle y Ordóñez había gestionado en Washington, por intermedio del ministro Eduardo Acevedo Díaz, un blanco disidente, el envío de algunos barcos de la US Navy al Río de la Plata. Quería forzar a Argentina a dejar de hacer la vista gorda ante el pasaje de armas para las guerrillas de Aparicio Saravia.

Mucho antes, en 1865, cuando tropas brasileñas ingresaron a Montevideo tras el triunfo de la revolución de Venancio Flores, el almirante a cargo de la escuadra británica en el Atlántico Sur advirtió a Río de Janeiro: “Es necesario que se conserven los límites de Uruguay como estaban”, y amenazó con intervenir si “Brasil tenía pretensiones de expansión territorial”. Los brasileños se retiraron. Fue la última vez que Uruguay tuvo tropas extranjeras hostiles en su territorio. Luego el gobierno de Flores se embarcaría en la abusiva guerra de la Triple Alianza contra Paraguay.

El caso venezolano

Ahora, en el conflicto interno que padece Venezuela, el gobierno de Tabaré Vázquez preconiza una “tercera posición” o neutralidad. 

El de Venezuela no es un conflicto formal entre Estados, como la Primera y la Segunda Guerra Mundial; sino, a lo sumo, una guerra civil larvada, aunque con rotundas implicaciones extranjeras. 

La neutralidad de Vázquez en parte responde a las divisiones internas de la fuerza de gobierno, el Frente Amplio (comunistas y emepepistas simpatizan con el régimen chavista); en parte por una vaga afinidad política, aunque crítica, con el gobierno de Nicolás Maduro, presuntamente de izquierda; y en parte por cuestiones de principios, como la no intervención en los asuntos internos de otros Estados y el respeto a la autodeterminación. 

Pero el caso venezolano es tan vidrioso y complejo que aferrarse a esos principios puede ser principista, y, a la vez, una forma de complicidad con crímenes de lesa humanidad. 

La guerra civil en España

Cuando en el verano boreal de 1936 estalló una guerra civil en España, cuna de los ancestros de buena parte de los uruguayos, el gobierno mantuvo inicialmente su respaldo a las autoridades legítimas. Pero poco después, el 22 de setiembre, el presidente Gabriel Terra, notorio simpatizante de los “nacionales” sublevados bajo el liderazgo de Francisco Franco, rompió relaciones con la República Española. Terra, quien ya había roto con la Unión Soviética en diciembre de 1935, respondió así a la tortura y asesinato por milicianos anarquistas de Dolores y Consuelo Aguiar, nacidas en Montevideo, hermanas del vicecónsul de Uruguay en España y activistas católicas.

La guerra española de casi tres años entre ultraconservadores y nacionalistas por un lado, y republicanos, anarquistas y marxistas por otro, cada cual con sus respaldos internacionales, provocó cerca de medio millón de muertes y dividió la opinión de buena parte del mundo.

La Primera Guerra Mundial

En 1914, cuando en Europa estalló la Gran Guerra —luego conocida como Primera Guerra Mundial—, Uruguay estaba sumido en una grave crisis económico-financiera, con una abrupta caída de la producción y muchas quiebras y desempleo. 

El 4 de agosto de 1914 el gobierno de José Batlle y Ordóñez se declaró neutral; pero luego, durante la Presidencia de Feliciano Viera, esa actitud se fue deslizando hacia un marcado alineamiento con los intereses de Gran Bretaña y Francia —y fue mucho más marcada desde que Estados Unidos se sumó a ese bando en abril de 1917—. 

“La gran mayoría de los uruguayos apoyaba al bando aliado, y en particular a Francia. La causa de Francia era considerada la causa de la Humanidad”, resumió Sebastián Panzl en su libro “Cartas desde las trincheras – Los uruguayos en la Primera Guerra Mundial”. Y la colaboración con Gran Bretaña, un cliente clave, fue completa. “No hay nada razonable que todos los departamentos del gobierno no hagan por nosotros”, escribió a Londres en noviembre el ministro británico en Uruguay, Alfred Mitchell. Se refería a cosas como carbón para los barcos de guerra, carnes y lanas para Europa, o trámites burocráticos y comunicaciones telegráficas preferenciales.

Varios barcos mercantes uruguayos fueron hundidos por submarinos alemanes a partir de 1916, lo que estimuló la toma de partido.

El 7 de octubre de 1917 Uruguay rompió relaciones con Alemania, y confiscó los buques de esa bandera que se hallaban en el puerto de Montevideo (fueron devueltos después del Tratado de Versalles de 1919). Pero en esa oportunidad Uruguay no entró formalmente en guerra con Alemania y sus aliados, como sí ocurriría en 1945.

La Gran Guerra europea, que costó la vida a 10 millones de personas, provocó grandes cambios geopolíticos por la reducción del territorio alemán, el desmembramiento de los imperios austro-húngaro y turco, los grandes desplazamientos de población y el surgimiento de nuevas naciones en Europa central.

Como consecuencia directa de la guerra arribaron por Montevideo más de 100.000 extranjeros (que equivalían a casi el 10% de la población uruguaya), especialmente alemanes, judíos del Este europeo, eslavos, turcos, árabes y armenios. Ese flujo contribuyó grandemente a redibujar la matriz social y cultural del país.

Veinte años después, a partir de setiembre de 1939, Europa se metió de nuevo en un enorme conflicto que rápidamente se propagó por el mundo. 

El 5 de diciembre de 1939 el presidente Alfredo Baldomir declaró la neutralidad uruguaya. Casi todos los sectores políticos lo acompañaron, con algunas excepciones notables. 

Tras el pacto Ribbentrop-Molotov y la inmediata invasión a Polonia, el Partido Comunista apoyó la inicial neutralidad uruguaya, mientras el Partido Socialista se decantó a favor de los aliados franco-británicos. Los comunistas cambiarían radicalmente de actitud cuando Alemania invadió la URSS en el verano de 1941. Entonces sólo el Herrerismo permaneció en una posición claramente neutralista, al menos entre los sectores políticos significativos, lo que le valió acusaciones de filonazi.

La neutralidad oficial sería puesta bajo fuerte presión muy pronto, a partir del 13 de diciembre de 1939, cuando el “acorazado de bolsillo” alemán Graf Spee arribó en busca de auxilio al puerto de Montevideo.

Segunda y última parte: La dudosa neutralidad uruguaya en la Segunda Guerra y la ruptura con Alemania; los conflictos con Argentina y la Guerra Fría; los casos de Cuba, Corea y Taiwán
 

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