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Siempre puede estar peor

De nuevo Venezuela se baña en sangre, miserablemente partida en dos
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26 de enero de 2019 a las 05:01

El último capítulo de la interminable tragedia venezolana está representado por dos presidentes: Nicolás Maduro, relegido en comicios falsificados; y Juan Guaidó, quien fue designado “presidente encargado” por la Asamblea Nacional de mayoría opositora, electa en los últimos comicios más o menos libres que tuvo el país, pero que está vacía de poder real.

La mayoría de los gobiernos latinoamericanos, junto al de Estados Unidos, corrió a respaldar a Guaidó, mientras Bolivia y Cuba se alinean tras Maduro, y Uruguay con México intentan una “tercera posición”.

El exmilitar golpista Hugo Chávez ganó las elecciones de 1998 gracias a la larguísima historia de corrupción e inoperancia de los partidos tradicionales, Acción Democrática y Copei, y a las penurias provocadas por los bajos precios del petróleo.

En los años siguientes, aupado por una gran popularidad y la formidable cotización del crudo, Chávez erigió un sistema populista y paternal, de la más pura prosapia latinoamericana. Pero su sucesor a partir de 2013, Nicolás Maduro, debió enfrentar la debacle y la impopularidad, en tanto arrancaba al sistema sus últimos ropajes democráticos.

En las elecciones de diciembre de 2015 una variopinta oposición ganó la mayoría parlamentaria. Entonces Maduro y los suyos, firmemente atornillados en el poder, crearon un aparato institucional paralelo y servil.

La Constitución “bolivariana”, un texto frondoso e imposible, que concede amplias prerrogativas al Ejecutivo, sirve tanto para un fregado como para un barrido.

La Asamblea Nacional, que ahora se rebela tras su “presidente encargado” Juan Guaidó, permanece aislada en su recinto, salvo respaldos internacionales y esporádicas y sangrientas manifestaciones callejeras. La fuerza la tiene Maduro, cabeza de un régimen “cívico-militar” (una expresión con reverberaciones ominosas para los uruguayos).

Los líderes políticos del régimen, entre las que destacan los inefables Maduro, Diosdado Cabello y Delcy Rodríguez, se apoyan sobre las armas que lidera el general Vladimir Padrino.

La “revolución bolivariana” creó una estructura basada en cuadros partidarios y en jefes militares que gozan de enormes privilegios y dirigen oficinas y empresas públicas, un modelo que se inspira en Cuba y Corea del Norte.

El chavismo, proclamado como el “socialismo del siglo XXI”, destruyó la economía con una eficacia encomiable.

El espejismo de 2008, cuando el barril de petróleo llegó a valer más de US$ 100, estimuló la confianza y el derroche de Hugo Chávez.

Fueron los tiempos del “exprópiese”, de las “misiones” de nombres rimbombantes, de las grandes compras de armamento y de la charlatanería más abrumadora. Pero el proyecto era esencialmente demagógico e insostenible. La burocracia venezolana, a cargo del país, es de las más ineptas y corruptas del mundo.

Las miserias aumentaron por la caída vertical de la producción de petróleo, casi el único bien exportado por Venezuela, debido a las distorsiones administrativas, la escasez de cuadros gerenciales y técnicos, y la falta de inversión. El bajo precio internacional del crudo no colabora. Ocurre que Estados Unidos, el principal cliente de Venezuela, se ha convertido en el mayor productor mundial de petróleo, por encima de Arabia Saudita y Rusia, gracias a las nuevas tecnologías.

El colapso de la producción, el comercio y los servicios, la hambruna general y la falta de oportunidades, han expulsado en los últimos años al 10% de la población, como en un país en guerra. 

En los últimos años el régimen que encabeza Maduro se ha convertido en un paria internacional. Incluso fue suspendido del Mercosur en 2016.

América Latina, siempre tan prolífica en dictadorzuelos y payasos, no ha sabido cómo lidiar con el caso, y mucho menos el gobierno de Donald Trump. Los dilemas son eternos. ¿Se debe respetar la autodeterminación a cualquier precio? ¿Las presiones internacionales alguna vez dieron frutos alentadores? Convocar al diálogo: ¿ayuda a una solución o solo da aliento al régimen?
El gobierno uruguayo halló en el nuevo gobierno mexicano un aliado para proponer una “tercera posición”, tan correcta como utópica. Pero deberá cuidarse de no ser el último valedor de una dictadura que tarde o temprano acabará mal, porque es ahistórica, y que avergonzará a sus cómplices. Venezuela es una fuente interminable de sorpresas, y lo seguirá siendo por mucho tiempo debido a la incalculable incompetencia y crueldad de sus elites y a la postración de la mayoría del pueblo. Mientras tanto los desesperados se marchan: votan con sus pies, que son su último recurso. 

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