En la década de 1960 tres grupos empresariales recibieron la autorización del Estado para explotar los canales 4, 10 y 12 de televisión.
Tres décadas después, en 1990 una nueva tecnología llegó al país, la TV cable, ocasión en la cual los canales 4, 10 y 12 advirtieron que de atomizarse la oferta y repartirse demasiado el mercado, podía no ser redituable para nadie. Resultado: sin licitación de por medio el gobierno nacionalista de la época le concedió buena parte de los cables a los mismos dueños de los canales abiertos.
“Monopolio”, clamó la izquierda y por décadas el Frente Amplio se enfrentó a los canales privados, los ubicó como aliados a sus adversarios políticos, cuestionó su comportamiento empresarial y los responsabilizó de estarle pagando a los partidos tradicionales aquel favor de los canales cable con minutos de propaganda en cada campaña electoral.
Pero no hay casi nada que el tiempo no ayude a olvidar. Apenas tomó el poder, la propia izquierda comenzó a tener relaciones estrechas con estas mismas empresas.
Pasó del odio al amor, porque fue gracias a la izquierda que se evitó la consolidación de grupos extranjeros, como Clarín, los únicos que se pueden plantar como competencia y alternativa a estos canales que hace años usufructúan las ondas públicas. La izquierda concluyó que más vale malo conocido que bueno por conocer.
Pasaron 20 años desde la concesión de los canales cable y una nueva tecnología llega al país: la TV digital. Y otra vez, como entonces, los canales 4, 10 y 12 advierten que de atomizarse la oferta y repartirse demasiado el mercado puede no ser redituable para nadie. Resultado: el gobierno izquierdista le concederá licencias para tv digital a estas mismas empresas y, quizás, a algún privado más que por una vez se colaría en la lista de los elegidos.
Ahora, al plantearse una ley de medios, desde la izquierda se cuestiona los contenidos que divulgan estas mismas empresas que la izquierda benefició.
Cuando tuvo la posibilidad de abrir la cancha y habilitar la competencia, la izquierda no lo hizo, pero ahora, como no le gusta lo que hacen esas empresas que benefició, amenaza meterse en los contenidos, un área sensible en la que los gobiernos deberían evitar inmiscuirse.
Saber que algunos personajes de la izquierda que se mueven en el terreno de los medios pueden llegar a jugar un papel clave en la definición de esos contenidos según su criterio estético, lleno de prejuicios e ideologizado, mete miedo, como una noticia policial con música de suspenso.
Imagen: espensorvik (Flickr)
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