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18 de diciembre de 2020 a las 21:56

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El pasado lunes 14 fue una fecha simbólica en Estados Unidos (EEUU) por dos hechos que marcarán el nuevo rumbo de Washington desde 2021, sobre el cual hay expectativa por su influencia en los acontecimientos globales: el inicio de una campaña de vacunación masiva contra el covid-19, en el país con más muertes y contagios del mundo, y la confirmación del demócrata Joe Biden como el 46° presidente.

¿Qué podremos esperar de una gestión de Biden, que asume el próximo 20 de enero, que deberá lidiar con la crisis de la pandemia, a casi un año del primer caso en EEUU?

Es de esperarse un cambio de fondo en la estrategia de la Casa Blanca contra el coronavirus, beneficiada de las vacunas, producidas en tiempo récord, en parte, por la presión ejercida por el presidente Donald Trump, que fue un acicate para la ciencia médica. 

Junto a las prioridades internas, que incluye un proyecto económico y social keynesiano y la intención de lograr acuerdos bipartidistas, el presidente también tiene por delante un programa desafiante en el frente internacional.

El plan más global de la futura administración es el que busca recuperar la participación y el papel de EEUU en la institucionalidad multilateral, particularmente relevante para relanzar la Organización Mundial de la Salud (OMS) y reforzar a la Organización Mundial de Comercio (OMC), además de recuperar el diálogo con los países de Europa occidental, sus grandes aliados desde la Segunda Guerra Mundial.

Son mayores las certezas en torno a la posibilidad de apuntalar la coordinación internacional en la lucha contra el nuevo coronavirus, que un avance sustancial en los acuerdos de libre comercio. No parece ser una prioridad de la futura administración demócrata o, en todo caso, estarían supeditados a la protección de los trabajadores estadounidenses y a exigencias laborales y medioambientales a terceros países que, en la práctica, pueden convertirlos en inviables.

En ese escenario, América Latina está lejos de ser un asunto preferencial de la próxima administración demócrata, aunque mejore el diálogo y haya una mejor actitud de colaboración por parte de la Casa Blanca, que se reflejará especialmente en las políticas migratorias.

Acaso solo asoma la crisis de Venezuela como un asunto trascendente, que en buena parte se explica por el partido de ajedrez entre EEUU y China, que huele a una nueva guerra fría.

Claramente, Biden privilegiará las conversaciones con el gobierno chino de Xi Jinping para intentar llegar a un acuerdo en complejos asuntos de índole económico y comercial, que le fue esquivo a Trump, manteniendo las barreras arancelarias, pese a que han sido tan cuestionadas.

Aunque Biden cree que la región se ha convertido en una amenaza para EEUU -por culpa de Trump-, ello no parece que se reflejará en ayudas económicas o en oportunidades de comercio. Los problemas domésticos, de orden económico, social y político, sumado a la guerra comercial con China, lo dejan sin oxígeno para enfocarse en otros asuntos relevantes.

Por ejemplo, el de una Latinoamérica muy castigada por la crisis del coronavirus.

En ese sentido, Biden debería ser precavido, pues, si la Casa Blanca permanece cerrada a la región, los gobiernos estarán tentados en golpear otras puertas, incluso las de los enemigos o adversarios de EEUU.

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