Eduardo Espina

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Laura Raffo, intendenta de Montevideo

La candidata al principal cargo de la ciudad tiene las condiciones como para poner a la capital uruguaya en el siglo XXI
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07 de febrero de 2020 a las 05:02

Conocí a Laura Raffo, candidata a la Intendencia Municipal de Montevideo (IMM capital de HUM), a fines de la década de 1990, en la redacción de El Observador. Ella escribía para la sección Economía y el suplemento Café y Negocios, y yo era editor del suplemento diario llamado Cosas de la Vida. Siempre celebré su trato cordial, porque nada peor en esta vida que trabajar con gente mala onda. Y lo digo como reflexión definitiva casi al final del camino. Debido a la intensidad de las jornadas, los diálogos que teníamos, cuando se daban, eran breves, al paso, como las minutas en los boliches montevideanos, y casi siempre tarde en la noche, cuando los gallos ya se fueron a dormir.

Un día, y lo recuerdo bien porque sentí que había estado luchando contra molinos de viento y había perdido, le comenté que quería crear una nueva sección en el suplemento del sábado, en la cual los uruguayos podían contar sus historias de amor. Su respuesta fue algo así como: “Bárbaro, está buena la idea”. Fue la única persona, de tres a nivel editorial, que mostró entusiasmo y me hizo un comentario positivo sobre el buen futuro que podría tener la sección. Siempre he tenido la leve impresión de que en muchas cosas llegué antes de tiempo y que el Uruguay no es un país propicio para plantear innovaciones. La idea, como tantas otras, quedó en nada, y luego de que se fue la calentura me arrepentí de no habérsela planteada directamente al director. En ese entonces, ningún diario tenía una sección dedicada a rememorar historias de amor de gente sin estatus de celebridad. Muchos años después, el New York Times inició una sección similar, Modern Love, que es hoy la más leída del diario, y que ha originado un libro y una serie que se exhibe en Amazon.

Es tan ilógica la lógica de la vida respecto al paso del tiempo, que hace 19 años que no veo a Laura Raffo. La última vez fue en diciembre de 2001. En la redacción todos hablaban de si se caía o no el gobierno de Fernando de la Rúa. Casi todos le acertaron. Repito, desde ese pasado, no tan distante en la memoria pero cada vez más lejanísimo en el tiempo, no la he vuelto a ver. Ni siquiera en televisión, aunque es bueno que al aire salga gente competente. Es bueno que la gente competente no solo haga economía y televisión, sino que también tenga la confianza como para querer gobernar una ciudad que, aunque chica en comparación con otras capitales del mundo, no es pan comido a la hora de administrarla.

Uno de los principales filósofos de nuestra época, el francés Jean-Luc Nancy, habló de la importancia esencial del “destello”, es decir, de la aparición de esos momentos únicos, de epifanía, en que uno descubre la grandeza de una obra de arte, de un aspecto la vida y de la realidad, o la condición intelectual de un ser humano. Con esos escasos minutos de conversación al final de una jornada, me di cuenta que Raffo es alguien de mente despierta, inteligente y lúcida, capaz de entender las ideas del otro más allá de lo circunstancial. No estaría mal que en sus manos quedara la ciudad en la que nací y espero ser enterrado.

Tengo una relación solo de amor con Montevideo, a la cual me la he caminado de punta a punta, siendo el último paseo inolvidable uno que hice con mi hijo más chico por las calles La Teja, luego de ir a ver un partido de juveniles en la cancha de Cerro. Cada vez que digo que la ciudad me encanta (tal vez por eso cada vez que la veo ella me dice, “encantada”) en todas las épocas del año, y sobre todo invierno, con sus días tétricos pero siempre poéticos, la respuesta de la mayoría es siempre la misma: “¿Cómo puede ser, en invierno es invivible?” (fue la respuesta que me dio un amigo al que hacía años que no veía). Bienvenido pues lo invivible. En mi libro Historia universal del Uruguay, publicado por Planeta en 2008, y hoy agotado, le dedico un capítulo a Montevideo. Y en el que estoy escribiendo ahora, Historia universal del Uruguay II y 2, le dedico otro.

Amantes de la lluvia, de los días grises, y del viento cuando trae gotas de agua de algún mar cercano, los grandes poetas ingleses románticos, de John Keats a Robert Browning, pasando por Byron, Shelley y Coleridge, la hubieran querido tanto como uno. Seguramente, si fueron al cielo, el suyo será con viento, frío y viento, y el boulevard principal tiene como nombre Montevideo. Una horrenda noche invernal caminando hacia su casa en el Parque de los Aliados, donde después pedimos unas pizza a caballo y hablamos hasta tarde de formaciones históricas de los dos grandes del fútbol uruguayo y de los pintores renacentistas, Lincoln Maitzegui me dijo: “¡Che, no sé cómo te puede gustar tanto Montevideo!” Lo que uno ama, lo ama para toda la vida.

En caso de ser electa, puedo mandarle a Raffo una lista de prioridades que deben hacerse ya mismo. Se las hice saber a quienes han gobernado la capital en los últimos años, pero he tenido cero de respuesta. Entre las principales prioridades, sino la principal, está transformar al centro capitalino. Urge, desde hace tiempo. Ninguna ciudad que aspire a recibir turistas y ser por su condición de capital imagen del país, puede presentar el aspecto que presenta Montevideo en la actualidad.

Ciudades cuyos centros estaban moribundos, como Houston y St. Louis, cambiaron radicalmente de visualidad y habitabilidad luego de que mentes visionarias en cuanto a planeación y desarrollo las reanimaran. Por cierto, esos centros se parecían mucho al de Montevideo en la actualidad; de noche eran una boca de lobo que invitaban más a desertar, a huir apenas cayera el sol, y no a disfrutar de las calles, restaurantes y comercios que ahí languidecían. Con los cambios implementados, con las grandes reformas, los centros de ambas ciudades cambiaron y pasaron de vivir en el respirador artificial a disfrutar de una vida plena casi todo el día. No es una cuestión difícil y de improbable realización. Solo se trata de invertir imaginación y ganas de hacerlo. Todo lo que a la IMM le ha faltado por tantos años seguidos. A las pruebas me remito, y doy datos específicos, pues detesto caer en la política de boliche para hablar de problemas prácticos. Hoy solo presento un ejemplo, aunque la lista de cambios imprescindibles que se necesitan, más que larga es larguísima.

Tres años atrás caminaba en compañía de dos turistas venidas del norte por la calle Ferreira Aldunate, al llegar a la esquina con Maldonado, cuando sin demasiado esfuerzo notamos dos cosas: que la oscuridad era absoluta –en pleno centro, cómo podía ser– y que la vereda estaba en pésimo estado. El adjetivo pésimo se queda corto. Una de las visitantes pisó unas baldosas flojas y de milagro no se rompió un tobillo. De lo que no nos salvamos fue de quedar embarrados, pues debajo de la baldosa había agua y barro. Tratando de salir del paso de la situación, para mi incluso más desagradable por ser el anfitrión, una de ellas comentó: “Esto es como caminar por Bagdad después de un bombardeo”. Acoté: “Es peor, pues en Bagdad no llueve, por lo tanto no nos hubiéramos embarrado”.

En caso de ganar, Raffo tendrá la no tan difícil tarea de reinventar una ciudad que solo parece tener existencia plena cerca de los shoppings. Digo que la tarea no debería ser tan difícil, pues quien se anime a llevar adelante la transformación tiene a una gran aliada a su lado: la propia belleza geográfica de la ciudad, cada vez más arruinada por la desidia de sus gobernantes. Una de las grandes carencias del mundo actual es la falta de imaginación. Esta parece solo aplicarse en las áreas de la tecnología y la medicina, donde los saltos en el tiempo hacia delante, son cada vez más enormes. En otros espacios, en cambio, llegan en cuentagotas. Y en algunas partes parecen no llegar. La ciudad de Montevideo no es excepción. De invertírsele un poco más de imaginación, despegaría hasta con los motores apagados. Es tanta la belleza y los espacios propicios que tiene, que podría rápidamente adquirir una visualidad de pasado mañana, como la que artificialmente emiten ciudades como Dubai y Shanghái (la rima no fue planeada).

La idea de que la ciudad quede en manos de una mujer, bien preparada, de trato sumamente agradable, articulada en el hablar y en el pensar, luce promisoria, entusiasma. Eso precisamente se necesita; hacer que la imaginación urbana se entusiasme con el futuro a corto plazo que podría tener, y no con la decadencia estética en vías de desarrollo que hoy reina y la caracteriza. 

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