OLIVIER DOULIERY / AFP

Lo mismo un burro que un gran profesor

Desde algunas trincheras se insistía en que el virus no existía, que no implicaba peligro, que los tests no eran precisos, que los institutos de estadística en el mundo falseaban la información de fallecidos; ¿qué trascendencia les dimos a esas voces?

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13 de octubre de 2021 a las 05:04

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Supermercados desabastecidos, largas filas de coches en las gasolineras, comercios que no pueden abrir todos los días por falta de personal, camiones parados durante horas e incluso días en los puestos de control aduanero. Eso es solo una ligera pincelada de la situación hoy en Reino Unido. Aunque la pandemia del coronavirus de momento está controlada, o al menos ya no pone en riesgo al Sistema Nacional de Salud, al gobierno de Boris Johnson todavía le queda alguna carta para jugar, achacando la responsabilidad de parte de las disrupciones al coronavirus y no al Brexit. Pero pocas, poquísimas cartas.

Es difícil encontrar trabajos que, desde las universidades o think tanks, o incluso dentro de las mismas estructuras oficiales, como por ejemplo el Banco de Inglaterra, no previeran un impacto claramente negativo en la economía nacional al salirse del mercado común europeo.

¿Cómo es posible entonces que la ciudadanía haya decidido, aunque por una escasa mayoría abocarse a lo que desde los organismos generadores de conocimiento se alertaba, sería un gran fracaso?  Hay una responsabilidad innegable de quienes desde la esfera política abogaban por la permanencia en el bloque europeo, pero hicieron escasos o nulos esfuerzos, por un lado, por entender en qué puntos radicaban las incomodidades de la población con la Unión Europea y por el otro, para divulgar de un modo claro y sencillo, las estimaciones hechas por los especialistas en cuanto a los impactos que podría tener la salida.

Del otro lado se jugaba con una estrategia con escaso asidero a la evidencia, pero muy efectiva en cuanto a la comunicación. La Unión Europea era la causante de los males de esta nación. Por supuesto, no es la primera vez en la historia que esto sucede. Achacarle las desgracias a algún agente externo o percibido como tal, suele ser una estrategia exitosa. Lo que sí parece preocupante es que cada vez sea más fácil hacerlo. Ya no se necesita instalar una poderosa maquinaria de propaganda como lo hizo el régimen nazi para instalar una idea falsa. Las tecnologías de la información que han acortado tantos caminos para bien, también acortaron aquellos cuyo punto de salida es la ausencia de evidencias. Además, el big data ayuda de manera muy precisa a hacer lo que los populismos saben hacer desde siempre: leer las reacciones más primarias, aunque a veces equivocadas del electorado y explotarlas en su favor.

El principal distintivo de nuestra especie es la capacidad de generar conocimiento y transmitirlo de generación en generación. Pero no hay atajos fáciles para llegar a él. Sabedores de que solo somos capaces de alcanzar a comprender una pequeña parte del complejo universo en expansión en el que vivimos, nuestro contrato social radica en depositar nuestra confianza cada día y en infinidades de acciones en el conocimiento que han alcanzado otros. Lo hacemos cuando subimos a un coche o a un avión, cuando entramos a un edificio y automáticamente asumimos que no se derrumbará encima nuestro, cuando tomamos algún medicamento o cuando ingerimos alimentos.

Por supuesto no se trata de confiar de manera ciega. Validamos los mecanismos por los cuales cada disciplina forma a sus especialistas en la adquisición de la metodología y la información necesaria para que, el desempeño de su profesión agregue valor y no suponga un riesgo para el resto de la sociedad. Es desde ese lugar que el saber avanza, desde quienes tienen las herramientas necesarias y la práctica continua de su ejercicio profesional, para poder cuestionar el statu quo y crear conocimiento.

El virus que nos tomó por sorpresa puso a prueba, entre otras cosas, la robustez de la información para enfrentarse a la desinformación. Las recomendaciones de la comunidad científica en forma mayoritaria coincidían tanto en las medidas de distanciamiento social antes de la vacuna, como en la vacunación, una vez desarrolladas y aprobadas las diferentes fórmulas. Desde algunas trincheras se insistía primero en que el virus no existía, que no implicaba el peligro que representó para una población no inmunizada, que los tests no eran precisos, que los médicos ingresaban a los pacientes sin motivos, o que los institutos de estadística en el mundo falseaban la información de fallecidos. La pregunta es: ¿qué tanto fueron escuchadas esas voces?

En el referéndum por el Brexit el 52% prefirió optar por salir de la Unión Europea. Sin embargo, la campaña de vacunación tuvo un éxito rotundo. Las cifras de adhesión entre la población, al igual que en otros países es muy alta. Supera el 90% para los mayores de 50 años e incluso en la población más joven se acerca al 80%. Con ello se han reducido de manera drástica las hospitalizaciones y las muertes por covid.

En lo que al cuidado de nuestra salud refiere no parece que estemos dispuestos a jugárnosla y todavía preferimos oír a los especialistas. Esta pandemia nos ha demostrado que, al menos en ese campo, el grueso de la población aún sabe diferenciar un burro de un gran profesor.

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