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Un viaje al mundo de Pedro Dalton, el hombre que sacude los escenarios del rock uruguayo

El frontman de Buenos Muchachos bucea en los recuerdos de una infancia encerrado en un apartamento de Pocitos entre dibujos, vinilos y películas
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15 de septiembre de 2019 a las 05:00

A Pedro Dalton le gustan los silencios. Algunos lo acompañan desde hace décadas, como los de las madrugadas. Conoce muy bien esa atmósfera de creación entre el humo de tabaco. Durante muchos años, mientras la ciudad dormía, él escribía poemas, novelas o canciones. También dibujaba. Pero ahora está conociendo silencios que hasta hace poco le eran ajenos. Son los silencios de las mañanas. Hace tres años, decidió cambiar sus rutinas de trabajo y canjeó las copas de vino trasnochadas por el café a la hora del desayuno. De la mano de ese giro llegó una nueva sensibilidad artística.

Es viernes, son casi las tres de la tarde. El sol invernal de agosto calienta los cuerpos y mima las almas. Montevideo se luce a través de la ventana del bar Tinkal. Desde allí, la rambla del Parque Rodó exhibe su belleza con cierta arrogancia. Sentado en una mesa está Pedro Dalton, uno de los artistas uruguayos más influyentes de la escena actual. El líder de Buenos Muchachos atraviesa un momento de creatividad que sacude a su público. A mediados de julio, la banda realizó un ciclo de seis recitales de canciones encadenadas, sin respiros. No había espacio ni siquiera para los aplausos. Solo quienes estuvieron en la sala Hugo Balzo refugiados del frío saben lo que se generó ahí adentro. 

Pedro llegó antes de la hora pactada a la entrevista. Los restos de un café con leche le hacían compañía a su cuaderno. Con los auriculares puestos escribía a mano, mientras balbuceaba algo inentendible. Tan concentrado en sus textos que no advirtió la presencia del periodista, quien luego de unos incómodos segundos parado a su lado tomó coraje y se animó a interrumpirlo. Pedro llevaba al papel algunas ideas para el show que realizará junto a Luciano Supervielle en noviembre, en la previa del esperado recital de la madrina del punk, Patti Smith. 

Cada martes, a las 9 de la mañana, Dalton y Supervielle se encierran en un laboratorio de pianos, bandejas, guitarras, micrófonos y vinilos a preparar el concierto. Suelen tomar café, aunque cuando hace mucho frío prefieren el té. Pedro está fascinado con la lucidez musical de Luciano. Durante el último ensayo, Dalton sugirió explorar melodías de Beethoven y de Chopin para acompañar algunos momentos melancólicos del show. Supervielle se sentó al piano y el resultado fue mágico. A Luciano le entusiasma el cruce de sensibilidades que representa Pedro, gracias a que su arte fluye entre la escritura, la poesía, el dibujo y la música. Charlar con los dos demuestra las ganas de trabajar juntos que arrastran desde vaya uno a saber cuánto tiempo.  

La conversación con Pedro Dalton –desordenada, interesantísima– comenzó a partir de algunas imágenes de su niñez. Pedro tenía 7 años y vivía en el octavo piso de un edificio de la calle bulevar España. Pasaba muchas horas dentro de su casa porque era “un guacho de apartamento”.

Sus padres habían salido y Pedro quedó a cargo de su abuelo materno, un italiano que dibujaba muy bien. El viejo Juan José le dio al niño una carpeta con dibujos propios y Pedro comenzó a experimentar algunas líneas al dorso. Pasó muchas horas intentando dibujar a Meteoro hasta que logró algo decente. Sus padres llegaron sobre las dos de la mañana y Pedro, aún despierto, les mostró orgulloso su obra. Esa fue la primera de miles de trasnochadas dedicadas al arte. 

En aquel entonces, Pedro no era Pedro. Alejandro Fernández Borsani nació en Montevideo en 1967. Es el segundo de tres hermanos. Marcelo, el menor, toca la guitarra en Buenos Muchachos; Orlando, el mayor, es el bajista de Buitres. Su alter ego recoge los recuerdos de las historietas de los hermanos Dalton, mientras que su nombre de pila surgió en los tiempos de apodos liceales por alguna semejanza con Pedro Picapiedra. 

En aquel apartamento se respiraba arte. El cine y la música ambientaban la cotidianidad de aquella familia de clase media de Pocitos. Mientras miraba al pasado, Pedro recordó la tarde en que su padre llegó con el disco de El Padrino. El matrimonio había visto la película en Buenos Aires y trajo la música para compartir con sus hijos, quienes ya comenzaban a mostrar profundos intereses artísticos. Pedro pasó largas horas sentado en el piso junto al tocadiscos, alucinado con aquella música.  

En su casa se respiraba arte; el cine y la música ambientaban la cotidianidad de la familia

El padre de Pedro, Orlando, tocaba el saxofón en una banda de jazz que recorría los cabarets de Montevideo. Décadas más tarde de dejar de tocar llegó al apartamento un sobre de la sociedad de intérpretes que incluía un listado de todos los sitios donde Orlando Fernández había tocado. Lo abrió y lloró de emoción. Llamó a sus hijos conmovido por los recuerdos de aquellas noches en las que fue feliz. 

Su madre, Martha –una de las pocas personas que aún lo llama Alejandro–, tenía una guitarra y los tres hermanos comenzaron a tocar. Pedro recuerda los intentos del trío por imitar a los Bee Gees. Cantaban todo el tiempo, incluso durante las reuniones familiares. 

Ya de joven, Pedro estuvo muy cerca de Los Estómagos. Hacía las luces durante los shows y a veces ayudaba con la escenografía. Fue el autor de la tapa del disco Tango que me hiciste mal, de 1985. “Indudablemente Pedro ya era un artista. Los dibujos que él hacía nos entusiasmaban a todos. Es una tapa hermosa que se transformó en algo iconográfico del rock nacional”, dijo Gabriel Peluffo a El Observador mientras ensayaba para un show de Buitres en Buenos Aires. A Peluffo siempre le gustó conversar con Pedro. Recuerda que tenía una habitación con las paredes tapizadas de pinturas y un pasacasetes, donde pintaba, escribía poesía y escuchaba música. Allí pasaron muchas horas a mediados de la década de 1980. 

Su madre, Martha, es una de las pocas personas que aún lo llama Alejandro

Por aquel entonces, Pedro estaba más cerca de las artes plásticas que de la música. Estudió en varios talleres y luego en 1989 conoció a Gustavo Antuña, el Topo. Y así, sin aspiraciones, nació Buenos Muchachos. El único objetivo (nada despreciable, por cierto) era vencer el aburrimiento de los domingos. Ensayaban durante horas encerrados en un garaje, mientras los montevideanos disfrutaban el día de descanso. 

La banda ha mutado hacia lugares inimaginables para sus protagonistas. Dalton está convencido de que jamás volverán a ser los mismos luego de Un lugar del que nadie habla, el ciclo de shows de julio pensados para escuchar en silencio. Iban a ser dos recitales, pero fueron seis y muchísima gente quedó afuera. Fue el comienzo de algo nuevo, aunque todavía no saben qué. Una joven le contó a Pedro que lloró muchísimo durante el concierto. Fue la forma que encontró su cuerpo de expresarse ante la imposibilidad de gritar o saltar. No fue la única. No era fácil soportar desde la butaca de un teatro la energía de esas melodías desgarradoras. 

Buenos Muchachos está en pleno proceso creativo. El año próximo saldrá el noveno disco de la banda que, al igual que el anterior, será producido por Gastón Ackermann. Por primera vez grabarán en verano. A Pedro le cuesta encontrar las palabras para contar por dónde intentarán ir. Pero imagina un disco inestable, como fiel reflejo de un mundo oscuro. 

Pedro Dalton convirtió su voz gruesa y cascoteada en una marca registrada. Tiene muchos cuidados al respecto. Usa siempre algo que abrigue su cuello, incluso dentro de su casa. Toma el jarabe de los cantantes y trata de evitar hablar por largas horas. Abandonó viejos vicios como el alcohol (“ya tomé todo lo que tenía que tomar, ahora llegó el momento de cantar”), aunque sigue fumando. Antes de un show importante, rechaza cualquier invitación que implique salir de su apartamento. 

Estar cerca del Río de la Plata lo hace sentir bien. Tiene un pedazo de su vida en ambas orillas. Buenos Aires le parece caótica y hasta agresiva, pero le encanta. Suele hospedarse en San Telmo o en Chacarita. Pero disfruta muchísimo de vivir en Montevideo. Siente que están pasando muchas cosas en la ciudad, y eso lo inspira. A los artistas siempre les gustaron los puertos, porque son desde el comienzo de los tiempos un sitio de intercambio con las civilizaciones lejanas y desconocidas. La música también viaja en la borda de los barcos. 

Influencia

Entre dibujos, pinturas, poemas, novelas y canciones, el arte de Pedro Dalton resulta inspirador para otros. Los músicos suelen tener las ventanas de sus casas abiertas de par en par en busca de dejar entrar la brisa fresca de la creatividad y la influencia de otros artistas. 

Es lunes, anochece en Montevideo y con puntualidad inglesa llega a la entrevista en el bar Sporting el vocalista de Los Hermanos Láser. Martín Cáceres –Tincho para sus amigos– es uno de los abanderados de la nueva generación de músicos que entusiasma al público de la mano de sus preciosas canciones. Al autor de las melodías armoniosas le encanta sumergirse como espectador en la inestabilidad de Buenos Muchachos. Hace un mes, Tincho y Dalton trabajaron juntos y pegaron onda.

A Tincho siempre le pareció que Pedro estaba despegado del piso. Mientras crecía como artista y soñaba con tocar en los escenarios de Montevideo, le gustaba sentir que algo tan grande como Buenos Muchachos ocurría cerca de su casa. Un sonido con aires de Radiohead, pero con la poesía montevideana de un búho, gris y luminosa a la vez. Pedro (51) y Tincho (35) no comparten generación, pero sí un profundo amor por la música. Tincho prefiere pensar que la influencia de Pedro no entra a su casa a través de la ventana, sino por el sótano que no tiene. 

A Peluffo le gratifica que Pedro se haya animado a cantar. Siempre lo vio fascinado con los escenarios y charlaron durante horas de la magia que comenzaba junto al primer acorde de un show. El lugar que Dalton ocupa en la música le parece lógico, ya que siempre supo que estaba frente a un artista auténtico. Los colegas de Dalton resaltan su talento, pero también su capacidad de trabajo. Supervielle vive cada semana su rigurosidad y perseverancia para llegar al sonido que él imaginó. 

A Pedro la popularidad le llegó de la mano de las canciones, pero la necesidad de expresarse a través del dibujo que le inculcó su abuelo tano es la misma que la de aquel niño que algún día fue. Dalton armó un taller en Malvín donde dibuja, lee, escucha música y piensa. En un mundo lleno de ruidos, otra vez aparece su búsqueda por los silencios. Sus exposiciones reciben muchísimos menos aplausos que sus canciones, pero sus colegas de las artes plásticas lo valoran muchísimo. 

Javier Abdala es un artista muy reconocido. Hace varios años, mientras se refugiaba de la nieve en un pueblito cercano a Ámsterdam, la música del disco Uno con uno y así sucesivamente de Buenos Muchachos (2006) lo inspiró. A su regreso a Montevideo, se encontró con Dalton y quedó encantado con los métodos de dibujo con tinta china de Pedro. Tiempo después, terminaron fusionando sus 
trabajos en una exposición titulada Chapas, tintas y otras yerbas.

A Pedro la popularidad le llegó de la mano de las canciones, pero la necesidad de expresarse a través del dibujo que le inculcó su abuelo italiano es la misma que la de aquel niño que algún día fue

 Pedro Dalton parece haber nacido fuera de su tiempo. Luego de la despedida, el artista de las mil facetas saludó con cordialidad, se ajustó la mochila, se colocó los auriculares y caminó casi invisible hacia el este. El frontman que canta con sus entrañas en los escenarios desde hace décadas parece tener muchas más historias en su cabeza que tiempo para contarlas. 

Lo que se viene

Isla de Encanta, el programa musical del periodista Nelson Barceló y el músico Pedro Dalton, que se emite por Emisora del Sur, estrenará disco en noviembre. Será un vinilo que recopilará algunas interpretaciones que surgieron en el programa, donde Pedro disfruta de interpretar canciones con otros músicos de la talla de Mandrake Wolf y Fernando Cabrera, entre otros. Barceló escribió el libro Rengos con Nike, gracias a las sucesivas entrevistas que mantuvo con los integrantes de Buenos Muchachos. 

También en noviembre saldrá el disco de otro proyecto que tiene a Dalton como protagonista: Wild Gurí. Allí lo acompañan Sebastián Teysera, Garo Arakelian, Ernesto Tabárez, Federico Morosini, Manuel Ferreiro, Marcos Mezzottoni, Álvaro Garroni y Esteban Demelas.

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